Para vestir la camiseta de la selección de Irán, el arquero huyó de casa y trabajó en los oficios más humildes con tal de lograr su sueño.
El arquero iraní Alireza Beiranvand será recordado en su natal Irán por siempre. Aunque su equipo no pasó a la fase de octavos de final de Rusia 2018, su atajada al tiro de penal hecho por el portugués Crisitiano Ronaldo será una postal imborrable. Con esta notable acción, su equipo pudo evitar una derrota en su partido de despedida del Mundial y pudo mantener, hasta el último minuto, la ilusión de clasificar a la siguiente fase.
Sin embargo, Alireza tuvo que luchar mucho para poder ganar el dorsal número uno de la selección iraní. Nació en 1992 en la localidad de Sarabias, Lorestan, en una familia nómada que iba de campo en campo para encontrar pastizales para sus ovejas. Por ser el primogénito de la familia, debía trabajar desde muy pequeño y el poco tiempo libre que tenía lo aprovechaba para jugar al fútbol y lanzar piedras lo más lejos posible al río.
Sus sueños antes que su familia
A los 12 años, su familia se estableció en Sarabias. Allí entrenó con un equipo local. En este demostró sus dotes como guardameta. El fútbol era lo que le gustaba, pero su padre, Morteza Beiranvand, prefería que sea un obrero a un futbolista.
“A mi padre no le gustaba el fútbol y me pidió que trabajara”, comentó Alireza al diario inglés The Guardian. “Incluso me rasgó las prendas y los guantes. En varias ocasiones jugué con las manos desnudas”. Años después el joven Alireza decidió huir de su hogar. Pidió prestado dinero a uno de sus familiares y tomó un bus rumbo a Teherán, la capital de Irán. Ya en la capital, buscó integrarse a uno de los clubes más grandes de la ciudad.
El primer aliento
En el bus rumbo a Teherán, conoció a Hossein Feiz, quien dirigió un equipo local. Este le dijo que lo dejaría entrenar por 200 mil Toman (aproximadamente 40 dólares), pero él le dijo que no contaba con el dinero. Es más, no tenía ni para alojarse.
“Dormía en las puertas de los clubs y cuando despertaba por la mañana veía las monedas que la gente me había arrojado”, narró. “¡Habían pensado que era un mendigo! Bueno, tuve un delicioso desayuno por primera vez en mucho tiempo”. Feiz aceptó darle una oportunidad a Beiranvand y lo integró a su club sin que el joven realice pago alguno. Sus compañeros de equipo lo apoyaron e incluso trabajó para la fábrica de costura del padre de uno de los jugadores.
Salto al éxito
Luego conoció al entrenador del Naft-e-Tehran, el club lo acogió y le permitió que duerma en un cuarto de oración, pero luego le comunicaron que ya no podía dormir allí. Es así que decide trabajar en una pizzería para solventar su alojamiento. Pero un día se encontró con el entrenador en el local y decidió renunciar.
Como alternativa, tuvo que limpiar las calles y esto le impedía entrenar a plenitud en su equipo. Meses después el gerente del Naft-e-Tehran le dijo que podía integrarse al club de mayores. Aquí comenzó su ascenso al éxito. Una asistencia de 70 metros que acabó en gol contra el equipo rival Tractor Sazi dio la vuelta al mundo. Lanzar piedras al río desarrolló su habilidad para lanzar el balón lo más lejos posible.
Un sueño Mundial
En 2015, Alireza Beiranvand se convirtió en el arquero de Irán y en 2016 pasó a las filas del Persépolis, equipo con el que salió campeón en los últimos dos años. "Sufrí muchas dificultades para que mis sueños se vuelvan realidad, pero no tengo intención de olvidarlos porque estas hicieron la persona que soy ahora”, dijo a The Guardian.
Su equipo hizo una loable campaña en el Mundial Rusia 2018 y acumuló 4 puntos en total; sin embargo, no les sirvió para pasar a octavos y quedaron debajo de España y Portugal. Una victoria contra Marruecos (1-0), una derrota contra España (0-1) y un empate contra Portugal (1-1), fueron suficientes para demostrar que Irán fue un fuerte oponente en un grupo en el que no eran favoritos. Alireza puso de su parte para hacer esto realidad.
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