Lo cierto es que la llegada de Correa al poder y su mantenimiento en él con respaldo popular cambió la historia de Ecuador en varios aspectos, uno de ellos, la estabilidad.
Los siete años de Gobierno que esta semana cumple el presidente Rafael Correa, marcan en Ecuador una época de estabilidad política en medio de éxitos y críticas y son, también, el fin del torbellino político que supuso el término abrupto de tres mandatos y el paso de siete presidentes en una década.
Correa, quien asumió la Presidencia en 2007, fue reelegido en 2009, en unos comicios convocados después de la aprobación de una nueva Constitución y en mayo pasado inició su tercer mandato, hasta 2017.
El régimen atribuye la estabilidad, entre otros factores, a políticas en favor del pueblo, al cambio de las relaciones de poder, al cumplimiento de las ofertas electorales y a la defensa de la soberanía en todos los campos, en especial el económico y político.
Apoyado en una gran maquinaria de comunicación, el Gobierno ha defendido su punto de vista y el propio presidente ha sido la voz del régimen, en especial, en informes que ofrece cada sábado desde distintos lugares del país, algunos de los cuales, con otros Gobiernos, sólo recibieron a políticos en épocas de campaña.
Aunque la oposición ve en las emisiones sabatinas una vitrina del Gobierno para imponer su verdad, el oficialismo las defiende como un espacio para "democratizar las voces" y combatir lo que considera "mentiras" de los grupos de poder orquestadas por ciertos medios de comunicación, que rechazan las acusaciones.
A quienes apuntan que es más fácil lograr estabilidad al navegar con vientos a favor en lo económico, Correa les dice que gran parte del pueblo no disfrutó antaño de la bonanza económica del país, donde ahora el Estado ha recuperado poder.
Y a quienes atribuyen la estabilidad al temor de la gente a la "judicialización de la protesta social", Correa les devuelve el comentario asegurando que en el país no se persigue a personas sino a delitos.
A los que le acusan de injerencia en las otras funciones del Estado, Correa les recuerda que es colegislador y que la actual mayoría oficialista en la Asamblea Nacional también salió de las urnas y apunta que la Función Judicial opera con independencia en medio de una reestructuración diseñada en la actual administración.
Lo cierto es que la llegada de Correa al poder y su mantenimiento en él con respaldo popular cambió la historia de Ecuador en varios aspectos, uno de ellos, la estabilidad.
Y es que los libros de la historia ecuatoriana registran a Sixto Durán Ballén como el último presidente, que en 1996, terminó el período de cuatro años para el que fue elegido en las urnas.
A él le sucedió el populista Abdalá Bucaram que duró seis meses en el poder. Su vicepresidenta, Rosalía Arteaga, reclamó la sucesión presidencial durante horas, pero quien se ciñó la banda presidencial al final fue el entonces titular del Parlamento, Fabián Alarcón.
Jamil Mahuad salió del cargo a mitad de su período por una insurrección indígena apoyada por un grupo de militares y le sucedió su vicepresidente, Gustavo Noboa, quien estuvo en el cargo 36 meses.
Noboa cedió el turno a Lucio Gutiérrez, uno de los coroneles que habían apoyado a los indígenas en las protestas contra Mahuad y que ganó las elecciones por el voto de más de tres millones de personas que decidieron confiar en alguien que no era político.
Pero algo más de dos años después, Gutiérrez fue derrocado y asumió su vicepresidente Alfredo Palacio, en cuyo gobierno Correa fue ministro de Economía durante 106 días, hasta que renunció por desacuerdos con organismos multilaterales de crédito.
Pese a su poca exposición en la arena política, o gracias a ello, Correa logró en 2006 el apoyo de un pueblo cansado de los políticos tradicionales y, a partir de allí, su agrupación política ha salido victoriosa en los llamados a la ciudadanía a las urnas.
Pero cuando llevaba algo más de tres años en el poder con alta aceptación popular, volvió abruptamente el fantasma de la inestabilidad política: una protesta policial por temas salariales terminó en una revuelta de proporciones que el régimen interpretó como un intento de golpe de Estado.
Sin embargo, a diferencia de crisis anteriores, en 2010, el entonces vicepresidente, Lenín Moreno, reiteró su lealtad al jefe de Estado que, desde un hospital donde quedó atrapado varias horas en medio de las manifestaciones, aseguraba que defendería la democracia, incluso, con su vida.
La nueva Constitución ecuatoriana sólo permite una reelección y Correa ha dicho que cumplirá con ese precepto, algo que la oposición toma con cautela, conocedora de que la figura de Correa en el movimiento oficialista es poderosa y de que no se ve claro, al menos de momento, alguien que lo iguale.
EFE
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