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Afganistán, la tumba de los imperios y la tercera guerra del opio

Los  talibanes patrullan en Jalalabad, Afganistán.
Los talibanes patrullan en Jalalabad, Afganistán. | Fuente: EFE

No en vano es conocido Afganistán como la tumba de los imperios. Ha sobrevivido a Ciro el Grande, a Alejandro Magno, a los mongoles, al imperio británico, a la invasión de la URSS y ahora a la americana, entre otros muchos conflictos bélicos.

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El próximo 11 de septiembre se cumplen 20 años del ataque de las torres gemelas. Consecuencia directa fue la conocida como “Guerra contra el terrorismo”, dirigida por Estados Unidos y secundada por varios miembros de la OTAN y otros aliados. Uno de los primeros y principales capítulos de la guerra fue la “Operación Libertad Duradera”, que comenzó el 7 de octubre de 2001 al negarse el régimen talibán a entregar a Osama bin Laden. Estados Unidos y la OTAN ocuparon Afganistán con el objeto de “garantizar el tránsito del país hacia la democracia”.

El balance global ha sido desastroso. Más de 2 500 muertos estadounidenses, 450 británicos, 102 españoles, de los cuales 79 han fallecido en diversos accidentes aéreos.

Dependiendo de las fuentes, entre 170 000 y 240 000 fallecidos afganos, tanto civiles como militares. EE. UU. ha gastado más de 2 billones de dólares desde que comenzó el conflicto, y todo esto ¿con qué sentido?

Afganistán: la tumba de los imperios

No en vano es conocido Afganistán como la tumba de los imperios. Ha sobrevivido a Ciro el Grande, a Alejandro Magno, a los mongoles, al imperio británico, a la invasión de la URSS y ahora a la americana, entre otros muchos conflictos bélicos.

Esta capacidad de resistencia se explica combinando dos factores: la antropología y la orografía. Su principal fortaleza es también su principal debilidad. La Constitución afgana de 2004 menciona hasta 14 grupos étnicos, entre los que destacan los pastunes.

Históricamente los pastunes no han sido capaces de integrar a los otros grupos, siendo esto evidente ya en el s. XVIII. El presidente Ashraf Ghani, que abandonó el país el 15 de agosto, cometió el mismo error, típico en este caso de profesor universitario: simplificar el problema y esperar que desde la teoría se acabe cambiando una realidad históricamente compleja. Resultado: en 2001 los talibanes tenían poder sobre el 40 % del país, ahora tienen prácticamente el control del 100%.

La dureza del pueblo pastún, combinado con la orografía, representa un escenario bélico defensivo ideal y terrible a la vez. En Afganistán las guerras se ganan a pie. Primero los rusos y ahora toda la OTAN lo saben bien.

En este terreno la guerra selectiva desde drones es, además de ineficiente, tremendamente cara, representando solo negocio para la industria armamentística. Han tenido 10 años de ocupación rusa para entrenarse y armarse, con la inestimable colaboración de Estados Unidos. Los lanzacohetes RPG o los fusiles de asalto AK47 son de aquella época, teniendo una resistencia que no tienen armas más modernas, todo ello además de la tradición antiquísima que tienen en relación con la fabricación de armamento.

El talibán es tribal, fiel a sus jefes y ni conoce ni le hace falta el sentido de disciplina militar tal como se conoce en occidente. Son tácticamente agudos y fanáticos al extremo, con valores y principios muy diferentes a los nuestros.

Paquistán: el principio y el fin

Todo lo anterior permite entender la visión micro: montañas, pastores y religión. Aun así es insuficiente para analizar el cuadro macro completo. En este sentido, salvo honrosas excepciones, sorprende lo poco que se está hablando estos días de Pakistán. La situación geográfica de Afganistán, el cultivo de la adormidera y las cabezas nucleares de Pakistán pueden aportar luz al entendimiento de una compleja situación.

Se estima que en octubre de 2001 se estaban cultivando en Afganistán unas 74 000 hectáreas de amapolas, cuyo fin último es la producción de heroína. En 2017 la cifra se había multiplicado por cuatro: 328 000 hectáreas. Afganistán produce así el 90 por ciento del opio que se produce en el mundo.

Los 2 670 kilómetros de frontera que separan teóricamente Afganistán con Pakistán tienen mucho que ver con todo esto. En la actualidad Pakistán mantiene relativa tranquilidad con India, la cual tiene a su vez el conflicto del Himalaya con China, y la violencia creciente entre hindúes y musulmanes entre otros conflictos.

Todos tienen armamento nuclear y al norte está Rusia. Con estos ingredientes parece que es mejor quitarle importancia al hecho de que Pakistán presuntamente haya podido ser base operativa y criadero talibán.

Aun así, el Banco Central Pakistaní ha recibido un gran ciberataque el 14 de agosto. ¿Se puede interpretar el ataque como una advertencia?

China y la tercera guerra del opio

Y así, mientras Estados Unidos abandona Afganistán, China está ganando la tercera guerra del opio sin disparar un solo tiro. ¿China tiene algo que ver con todo esto?

Por un lado, China mantiene abierta su embajada en Afganistán, sin que esté previsto su abandono.

A finales de julio se reunió una delegación talibán, encabezada por Abdul Ghani Baradar, con el ministro de exteriores chino. El mulá Abdul Ghani Baradar, recién nombrado nuevo presidente de Afganistán por los talibanes a resultas de aquella reunión, declaró que “los talibanes nunca permitirán que se cometan actos de fuerza en contra de China en Afganistán”.

En paralelo, mientras la OTAN abandona Afganistán, Rusia y China estrenan mando conjunto. Tropas rusas y chinas realizaron maniobras, compartiendo equipo, y enseñando músculo a todo el mundo, especialmente a la OTAN. Sin duda el mundo ha cambiado, y parece que también lo han hecho las reglas de juego.The Conversation

Luis Garvía Vega, Director del Máster Universitario en Gestión de Riesgos Financieros (MUGRF) en ICADE Business School, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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