La implicación de los servicios de inteligencia en el fútbol soviético y ahora el ruso comienza a salir a la luz.
Fútbol y espionaje son dos asuntos que no acostumbran a estar unidos, pero hay excepciones: desde el Dinamo de Moscú, club de la KGB, a la elección de Rusia como sede del Mundial de 2018, la implicación de los servicios de inteligencia en el fútbol soviético y ahora el ruso comienza a salir a la luz.
James Bond no tenía tiempo para el fútbol. El personaje mítico del espionaje en el imaginario colectivo no se ocupaba del mundo del balón y en la realidad este deporte tampoco está entre los campos de actuación habituales de las agencias de inteligencia.
En la antigua Unión Soviética, hay al menos una estrella de la inteligencia, Lavrenti Beria, que se ha dedicado de cerca al deporte: conocido por su crueldad, este georgiano muy cercano a Stalin en los años 1950, estaba ligado al Dinamo de Moscú.
Berja, el protector del Dinamo
"En los años 1930, grandes empresas deportivas se estructuran siguiendo el modelo de la sociedad Dinamo, fundada en 1923, y del Ejército Rojo, que en ese caso se convirtió en el CSKA", explica Sylvain Dufraisse, historiador especialista en el deporte de la Unión Soviética.
"Cada sociedad deportiva, el Spartak, el Lokomotiv, el Torpedo, "van a corresponder a sectores socioeconómicos". El Dinamo era el club del Ministerio del Interior, con la protección de Lavrenti Beria.
"Los clubes necesitan esos padrinos para tener fondos y también ciertos privilegios, mientras que había personas que necesitaban a los clubes porque les daba apoyo", subraya el historiador. Los jugadores del Dinamo, que no tenían derecho entonces a ser futbolistas profesionales, "tenían empleos ficticios en el Ministerio".
¿Los futbolistas de entonces eran espías? "Eso no quiere decir que formaran parte de los servicios secretos", puntualiza Sylvain Dufraisse sobre aquellos casos.
Ser el "club de la KGB" presentaba, eso sí, algunas ventajas: Beria utilizó por ejemplo su influencia para una semifinal frente a un gran rival, el Spartak del célebre Nicolai Starostin, que tuvo que repetirse.
"Sobre el Dinamo hubo todo un discurso sobre que era el equipo del Estado, mientras que el Spartak o el Torpedo eran el equipo del pueblo. Pero para poder atraer a buenos jugadores, todos están inmersos en los engranajes del Estado", explica.
“Enorme impacto”
La cuestión de los espías y el deporte sigue generando debates: unas semanas antes del inicio del Mundial Rusia 2018, un documental emitido por la cadena franco-alemana Arte hablaba de esta competición como "el Mundial de los espías", aludiendo especialmente a una vigilancia en su día por parte de los servicios secretos rusos a miembros de la candidatura infructuosa de Inglaterra para acoger esta competición.
"Todos los Mundiales tienen una dimensión geopolítica. Estamos frente a un Estado que hemos transformado en adversario, algunos en enemigo, lo que añade dramatismo y genera una historia, a veces paranoica", estima a la AFP Jean-Baptiste Guegan, autor de un libro sobre las cuestiones ocultas del fútbol ruso.
"Todos los gobiernos estaban muy interesados en todo lo que se tramaba con la atribución de las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022", recuerda Bonita Mersiades, una de las responsables en su día de la candidatura australiana para los Mundiales de 2018 y 2022. "Al mismo tiempo que nosotros nos postulábamos para el Mundial, éramos también candidatos a un asiento en el Consejo de la Seguridad de la ONU. Desde el punto de vista del gobierno, las dos cuestiones eran muy útiles", explica.
"Los servicios de inteligencia de todos los países están implicados porque es algo importante. Al final, cuando tienes más de 3,000 millones de personas que van a seguir el Mundial en Rusia, eso supone un poder enorme, con un impacto enorme", sentencia.
"Es un gran pastel a repartir, con muchos desafíos", concluye Philippe Vonnard, doctor en Ciencias del Deporte y Educación Física. "Seguro que hay canales diferentes para obtener la organización del evento...", deja caer.
AFP
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