Este 8 de diciembre se cumple un año más del asesinato de John Lennon, uno de los fundadores de 'The Beatles', ocurrido en 1980.
Por Alfredo Gálvez
John Lennon yace sobre un charco de sangre caliente en la entrada del edificio Dakota, ubicado en 1 W 72nd St, en el corazón de Manhattan, Nueva York. El viento corría dejando una estela de frío, Las pequeñas ramas de los árboles del Central Park a una cuadra de distancia, se movían suavemente sin entender lo que acababa de ocurrir. Era la noche del 8 de diciembre de 1980.
Cuatro disparos a corta distancia habían callado para siempre una de las voces más apreciadas y reconocidas en el mundo entero. De la misma boca de donde salieron canciones maravillosas convertidas luego en himnos, ahora corría un hilo rojo que dejaba escapar la vida. Junto al cuerpo moribundo, Yoko Ono trataba de reanimar el cuerpo del padre de su hijo Sean, de solo 5 años, quien dormía apaciblemente varios pisos arriba, viviendo un sueño feliz en lugar de la triste realidad que le acababa de ofrecer el mundo terrenal.
Mark David Chapman había salido de Hawaii días antes rumbo a Nueva York, turbado y con la idea fija de acabar con una vida que no era la suya. Aquel 8 de diciembre dejó el hotel Sheraton muy temprano y caminó por varias de las calles de la gran ciudad hasta llegar, ya en la tarde, al edificio Dakota donde el ex beatle vivía. Lo esperó con paciencia y cuando lo vio aparecer por el umbral de la entrada, inicialmente se quedó inmóvil, contemplando el andar de su objetivo, el tiempo empezó a detenerse lentamente, todo empezó a ocurrir en cámara lenta. Dudó, pero luego apuró el paso hasta ponerse frente al cantante que, por esos días, pasaba muchas horas del día en el estudio de grabación trabajando en un tema de Yoko luego de haber dado vida a uno de sus mejores discos de su carrera solista, el Double Fantasy.
Ono ya había ingresado a la limousine que los iba a trasladar. John se había quedado aún fuera del vehículo frente a frente con Chapman, se miraron, Lennon sonrío. Estaba de buen humor, inspirado, no tenía apuro; había recuperado las ganas de reinventarse y poner en funcionamiento su creatividad. Chapman le acercó el vinilo donde Lennon & Ono expresan su amor en una fotografía en blanco y negro. Metió lentamente su mano al bolsillo, sacó un bolígrafo y se lo acercó. “Me lo firmas por favor” fue lo que su futuro asesino le dijo. - Por supuesto - respondió amable el cantante - Quiéres algo más - preguntó John. Mark no respondió, solo esbozó una sonrisa; negó con la cabeza y lo dejó irse.
Eran casi las 10:50 de la noche. El trabajo ya había concluido, John Lennon y Yoko Oko contemplaban las luces de los restaurantes y establecimientos comerciales a través de las ventanas oscuras de la limousine que los devolvía a casa. Faltaban pocas cuadras para llegar. Muchos autos con similares características transitaban por esa parte de la ciudad, sin embargo, cuando Mark Chapman vio el que llevaba a Lennon lo identificó sin problemas, el vehículo se detuvo en la entrada del edificio Dakota, primero bajó Yoko; Chapman apuró el paso. Lennon bajó lentamente del auto, estaba cansado. Yoko se había adelantado a John a paso más apurado. Había un silencio particular.
“Mr. Lennon” en tono alto, casi al grito, fue lo único que se oyó antes de los 5 disparos que rompieron la noche. John Lennon solo pudo dar algunos pasos hacia adelante antes de desplomarse sobre el frío piso de la entrada. Dos balas habían ingresado por el lado izquierdo de su espalda, perforando, una de ellas, el pulmón y las otras dos más cerca del hombro atravesando una la vena aorta; el último disparo se estrelló en un vidrio del edificio. Chapman miraba la escena inmutable, casi petrificado, había cumplido su cometido.
Las balas que mataron a Lennon acabaron con su vida terrenal. Privaron al mundo de nuevas creaciones fabulosas, Rompieron una familia y el alma de millones de personas que hasta hoy lloran su muerte cada 8 de diciembre. Nos ha quedado su música formidable, su espíritu rebelde e inconforme y sus mensajes para un mundo que debe estar encaminado hacia la paz y el amor. Que algún día las balas se cambien por canciones.
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