Diecisiete partidos firmaron ayer el Pacto Ético Electoral, que define los valores que los partidos se comprometen a respetar a lo largo de la campaña electoral. La firma de la mayoría de los partidos mantiene la tradición que se inauguró el 2005 por impulso del Jurado Nacional de Elecciones.
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Diecisiete partidos firmaron ayer el Pacto Ético Electoral, que define los valores que los partidos se comprometen a respetar a lo largo de la campaña electoral. La firma de la mayoría de los partidos mantiene la tradición que se inauguró el 2005 por impulso del Jurado Nacional de Elecciones. Los partidos aseguran que respetarán los principios democráticos, rechazarán toda forma de corrupción, harán buen uso de las redes sociales y cumplirán con las reglas sanitarias destinadas a hacer frente a la pandemia. Se comprometen también a reconocer los resultados que proclame el Jurado Nacional y las decisiones que adopte el Tribunal de Honor del Pacto, presidido por Delia Revoredo e integrado por Susana Baca, Gastón Soto Vallenas, Oswaldo Hundskopf y Tarcila Rivera. Por supuesto que la firma no garantiza que las elecciones sean limpias y transparentes, pero la negativa a firmar hubiera sido una mala señal. Sabemos que no bastan las declaraciones, pero por lo menos tenemos una promesa escrita de hacer campaña en base a propuestas programáticas y no a ataques personales. Menos aún en base a noticias falsas. En la ceremonia de firma el presidente Sagasti exhortó a todos los partidos a comprometerse con la realización del plan de vacunación que se iniciará poco después de la llegada de las primeras dosis de la vacuna china. Ayer se supo que, finalmente, la Dirección general de medicamentos, insumos y drogas, DIGEMID dio su acuerdo a la entrada al país del primer millón de dosis producidas por el laboratorio chino Sinopharm.
El rector de la Universidad Católica llama la atención en El Comercio sobre otro aspecto de nuestra realidad marcado por los desafíos de la pandemia: la calidad de la educación escolar. Carlos Garatea Grau se pregunta con inquietud: “Si antes del COVID-19 ya había serios cuestionamientos sobre el nivel de preparación con el que nuestros alumnos salían del colegio, ¿qué esperar de los jóvenes que cumplen sus últimos años de escolaridad en terribles y desiguales condiciones, y en medio de una incertidumbre que afecta la salud mental?”. El rector advierte que la educación del futuro no se reduce a más plataformas, “sino a formar personas y buenos ciudadanos”.
A propósito de formar ciudadanos, conviene inspirarnos siempre de las enseñanzas de la historia, sobre todo si hemos entrado casi inadvertidamente al año del Bicentenario. Un día como hoy hace 200 años se llevó a cabo el llamado Motín o Pronunciamiento de Aznapuquio, el primer golpe militar de nuestra historia. Los principales generales del ejército español le retiraron su confianza al virrey José de la Serna, quien tuvo que ceder su lugar al militar de mayor antigüedad, Joaquín de la Pezuela. Oficiales como Canterac, Valdés y Rodil le reprocharon la mala conducción de la guerra contra los patriotas, pero sobre todo sospechaban que estaba dispuesto a capitular. El contexto era malo para las fuerzas realistas porque San Martín se había establecido no lejos de Aznapuquio, en Huaura, desde donde promovía deserciones en el ejército español. Y en España se había producido un golpe de Estado que instaló en el poder durante tres años al general liberal Rafael del Riego, hostil al absolutismo de Fernando VII, favorable a restablecer la constitución de Cádiz y a negociar con los “disidentes” de América. El nuevo virrey decidió mudar la capital del virreinato al Cusco, lo que permitió que San Martín entrara a Lima sin disparar un solo tiro. Aznapuquio se ubica hoy en el pujante distrito de Los Olivos, no lejos de la estación Naranjal y de la Urbanización Cueto Fernandini. No queda ningún rastro del siglo XIX, pero sí una huaca de la cultura Ichma que ha visto llegar y perder primero a los incas y después a los españoles, en espera de una República unida y justa.
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