El domingo 31 de mayo de 1970 nunca se olvida: un sismo de magnitud 7.9 con epicentro en el mar de Áncash destruyó casas y vidas en esta región y algunas vecinas del país. Y el movimiento generó que un pico del nevado Huascarán se desprendiera y sepultara a una ciudad. Se calcula más de 50 mil muertes.
Hay sonidos que nunca se olvidan aun cuando son irrepetibles. Y uno de ellos es el que provocó un alud con cincuenta mil toneladas de una mezcla de hielo, barro, agua, vegetación, escombros y construcciones y que avanzó a más de 200 kilómetros por hora con dirección a un pueblo. Un ruido que, además, se mezcló con los gritos de personas desesperadas, alaridos de niños, llantos de madres… Todo mientras la tierra temblaba, se abría, se cerraba y se levantaba una polvareda.
Sonidos que no se borran porque pasaron de ser ensordecedores a convertirse de un momento a otro en un silencio funerario. Ese fue el sonido de Yungay en la tarde del 31 de mayo de 1970 de un domingo horrible, cuando un alud arrasó el pueblo luego de que el pico de la parte norte del nevado Huascarán se desprendiera y causara el desastre.
Sonido que, encima, había tenido un momento previo aterrador, cuando a las 3:23 p.m. se vivió un terremoto que sacudió todo el Callejón del Huaylas, la región Áncash y algunas ciudades del norte y Lima, principalmente. Fue ese sismo, con epicentro frente al mar de Casma (a unos 130 kilómetros de Yungay), de magnitud 7.9, el que había iniciado la desgracia y el motivo del remezón de la Cordillera de los Andes.
Yungay, en esa época de unos seis mil habitantes, había sido sepultado en segundos y así se empezaba a escribir la página más letal en cuanto a víctimas por desastres en el país. Hoy, 31 de mayo del 2020, se cumple cincuenta años de aquella tragedia que se llevó la vida de, en todo el país, más de 50 mil personas.
Sobrevivientes
Javier León León tenía 21 años el día de la catástrofe y confiesa que, tras el sismo, subirse a unas peñas fue su salvación en Yungay, pues a los pocos minutos se dio cuenta que su ciudad había sido sepultada. “Perdí a mis padres, abuelos, tíos, amigos y compañeros de estudio, recordar es doloroso. Soy sobreviviente y han pasado cincuenta años tan rápido”, le dice a RPP Noticias.
Carlos Toledo Quiñónez, también se salvó. Tenía 18 años. “Estuve esa tarde en el Cine Radio junto a cien personas viendo la película de estreno ‘La calle es nuestra’. Nos dio tiempo de salir y luego vimos cómo se derrumbó todo ese teatro. Las tejas de los techos caían, todo se hizo una nube de polvo por las paredes de adobes que cayeron. Se hace inolvidable porque tuve el camino tan cerca a la muerte”, recuerda.
Y luego, rescata cómo se levantaron los cerca de trescientos sobrevivientes que quedaron en el pueblo de Yungay. “Ante la desgracia nos toca desafíos. Llegó ayuda para reconstruir lo material, pero también trabajamos intensamente, por recuperar la actividad cultural, lo espiritual. Somos la generación que nos tocó conectar lo anterior y después del terremoto, mediante la poesía, la literatura y más”, dice.
Reyna Ropón Cabezas tiene 75 años y aquel día, con 24, se encontraba en el sector de Utcush, en Yungay, aseándose tras cumplir unas labores de campo, cuando, de pronto, empezó todo. Ella estaba con sus padres, sus cuatro niños y se encontraba embarazada de un quinto hijo.
“De la pampa de la chacra se ve el Huascarán, se venía negro, negro… Vi que todo el Huascarán se venía. ‘Vayan por el norte’ -nos dijo mi papá-… Corre y corre, desesperadamente hemos corrido hacia el norte. Me caí con mi hijita, me levanté. Hemos corrido 200 metros. El alud venía tumbando árboles. A las justas yo cerré los ojos. Mi padre, a mi lado, a mi mano derecha, y mi madre, a mi mano izquierda, y mis pequeñitas. Yo cargaba a mi bebes, cerré mis ojos, no sentí nada. Y el pueblo tembló. Y en eso escuché que mi papá dijo, ‘Dios mío, salva a tus hijos’. Fue una cosa insoportable, increíble”, cuenta.
El esposo de Reyna, Alejandro Olivera, había salido a Yungay a las 2 p.m. a entregar un terno, puesto que él era sastre. Nunca más lo volvió a ver. “Ahora mismo tengo el ruido. No me olvido jamás. El día que cierre mis ojos para siempre, voy a olvidarme. Ese día le pregunté a mi mamá ‘¿dónde estamos?’ Yo no estaba en mi razón, porque había perdido a mi esposo, al papá de mis hijos. Se lo llevó el aluvión. Nadita, nadie se salvó”, relata.
Lo que falta mejorar
El profesor, historiador regional y exdirector de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Huaraz, Dr. José Antonio Salazar, cuenta que pasar hoy por Yungay, cuyo pueblo se reubicó a un kilómetro y medio del terreno que fue arrasado y que hoy es un camposanto, tiene un significado especial no solo para los yungaínos.
“Cuando los turistas llegan a Yungay, sienten una sensación muy fuerte, pues caminan sobre uno de los cementerios más grandes del mundo. Igual pasa cuando la gente viene y constata el cementerio, les llama mucho la atención, les genera un sentimiento”, sostiene.
Salazar cree que a pesar de la desgracia, aún se sigue construyendo viviendas en el medio de las quebradas, un fenómeno que se aprecia en todo el país. “No hemos aprendido. Todo el legado cultural que nos dejaron nuestros ancestros preincas, fueron borrados por los españoles, no lo tomaron en cuenta. Y sobre eso vivimos, sobre esa base. (Los españoles) Hicieron casas en lugares de correntadas, en los conos aluviónicos, porque en España no tienen ese problema y buscaban lugares planos, cómodos e incluso les parecía tonto que la gente (en el Perú que estaba siendo conquistado por España) viva en los cerros. Pero la gente vivía en los cerros para prevenir los aluviones. No tomamos en cuenta los seis o siete mil años anteriores donde hubo una gran cultura de saber respetar los espacios para vivir”, señala.
Y en ese sentido, se cuestiona por qué, por ejemplo, el distrito de Ranrahirca, arrasado en 1962 y 1970 por sendos aluviones, sigue asentado en el mismo lugar exponiéndose a una nueva catástrofe. “Se han movido apenas un par de cuadras, pero están en el mismo cauce”, comenta.
Similar opinión tiene el ingeniero Jesús Gómez López, del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM), quien, casualmente, tenía cinco años cuando ocurrió el terremoto y él lo vivió en su natal Huaraz.
“Ranrahirca sigue a merced y está al pie del nevado Huascarán Norte y los que trabajamos en estos temas, sabemos que el Huascarán Norte siempre va a ser un lugar de peligro. Es poco lo que se puede hacer (si vuelve a ocurrir un fenómeno similar al de 1970), salvo que la población se mantenga alejada de la zona de influencia directa, que sería lo más ideal”, afirma.
Yungay en perspectiva
Yungay se encuentra al pie del Huascarán y también de la Laguna Llanganuco y está llamada a convertirse en un polo de desarrollo turístico. Antes de la pandemia, los visitantes que van a Chavín de Huántar y regresan el mismo día a dormir en el frio Huaraz, a 3100 metros altura, también tienen la opción de Yungay que tiene un clima cálido, templado y destaca por la hermosura de sus paisajes. Por algo le llaman “Yungay hermosura”.
El gerente de la municipalidad provincial de Yungay, Elber Poma, sostiene que todo el esfuerzo de gestión local está orientado a dinamizar la actividad turística que ya alcanzaba cinco mil visitantes mensuales antes del estado de emergencia por el nuevo coronavirus. Y que pronto debe mejorar con la ejecución de una carretera hacia la Laguna Llanganuco de 28 kilómetros, además de la actividad agropecuaria.
Por otra parte, el Ministerio de Cultura pedirá a la Unesco declarar a la ‘Cueva de Guitarrero’ como Patrimonio de la Humanidad y cuna de cultura en América del Sur, pues, según registro científico, contiene la presencia humana más antigua del Perú, con 10 mil 800 años antes de Cristo, y que alberga tecnologías básicas documentadas como la domesticación de plantas antiguas y el dominio de la horticultura.
Se cumplen cincuenta años de aquel fatídico terremoto de Áncash que marcó un antes y un después: desde entonces se creó el sistema de Defensa Civil en el Perú y el Estado empezó a organizar simulacros. Pero seguimos en la búsqueda de ser un país con cultura de prevención. Mientras tanto, el recuerdo y el dolor de aquella tarde todavía rondan.
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