La ingesta de alimentos no solo responde a la satisfacción del hambre, muchas veces comemos por el disfrute que ello nos causa, o porque nos encontramos en situaciones sociales en las que compartimos la comida con otros, en esto podemos deducir una fuerte ligazón entre las emociones y la comida.
La ingesta de alimentos no solo responde a la satisfacción del hambre, muchas veces comemos por el disfrute que ello nos causa, o porque nos encontramos en situaciones sociales en las que compartimos la comida con otros, en esto podemos deducir una fuerte ligazón entre las emociones y la comida.
¿Quién no recuerda, acaso, alguna tía cariñosa ofreciéndonos diversos manjares como muestra de cariño, o el ser recompensados si comíamos toda la comida durante un encuentro familiar? Pues bien, ese es el un punto clave que debemos analizar, ya que debajo de la supuesta “ansiedad” puede haber muchas causas involucradas en esa compulsión de comer que tanto afecta nuestra salud física y emocional.
Unos de los principales motivos que suelen estar asociados a esta conducta es el hecho de que exista una conexión entre el alimento y la sensación de calma y satisfacción, ¿Por qué pasa esto? Porque tenemos ciertas fijaciones muy primarias asociadas a nuestras primeras vivencias infantiles (el biberón o pecho materno nos calmaba) y actualmente en nuestra vida adulta; y de manera inconsciente “lo repetimos”. Además, recreamos un circuito que implica la liberación de endorfinas por la ingesta de ciertos alimentos que nos da placer y eso podría dificultar la ruptura de ese círculo vicioso.
Otros ejemplos vinculados al campo emocional tienen que ver con conductas aprendidas respecto a nuestra relación con la comida, en muchas familias el alimento tiene una función apaciguadora: así como existen las personas que beben para olvidar, están las que olvidan comiendo, o acaso no es una recurrente escena hollywoodense el mostrar a las personas tristes ya sea por una ruptura amorosa o por un fracaso comiendo dulces en su sillón mientras miran una película para olvidar sus penas. Es evidente que culturalmente naturalizamos ese vínculo tóxico con la comida, en donde se alimenta un falso circuito de amparo y seguridad, pero mortífero y poco saludable en la base de ese proceder.
En realidad, comiendo no resolvemos nada, solo anestesiamos aquel dolor circunstancial que nos aqueja. Pero entonces, ¿cómo podemos manejar la ansiedad por comer?
Pregunta que se torna más útil en este contexto de pandemia.
1. Detente y piensa en qué es lo que te está afectando.
2. Conecta con tus emociones. ¿Es hambre o es ansiedad?
3. Intenta visualizar el motivo que te empuja a comer.
4. Piensa en alternativas más saludables tanto para sortear el momento como para resolver los problemas que se presenten.
5. Busca coartadas creativas para desviar tu atención de la comida (intenta hablar con alguien, escuchar música, dibujar, hacer deporte).
6. Si sientes que se sostiene el síntoma busca ayuda profesional nutricional y psicológica.
Por último, es importante comprender que comer saludable y cuidar nuestro organismo son conductas que favorecen nuestro bienestar físico y emocional. Atención también con los vínculos que favorecen este tipo de conducta compulsiva y adictiva. Es importante conectarnos con nuestras emociones y hacer una autorreflexión respecto a cómo nos comportamos frente a la comida. ¡Tomar consciencia es clave!
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