Inés Moreno González, Universidad de Málaga
A menudo nos preguntamos si cuando una persona mayor empieza a tener pérdidas de memoria tiene demencia senil u otra enfermedad. La respuesta es que probablemente padezca una enfermedad, ya que la demencia no es una enfermedad específica, sino un término que engloba varias enfermedades.
¿Qué es la demencia?
La demencia no es condición sine qua non en las personas de edad avanzada, aunque los problemas de memoria son comunes durante el envejecimiento. Estos problemas para retener información y crear nuevos recuerdos son, generalmente, progresivos y se acentúan con la edad. Aunque la pérdida de memoria sea el principal síntoma de demencia, pueden existir otras causas que lo provoquen.
La demencia es un declive en la habilidad mental que interfiere de forma severa en la calidad de vida. Afecta a la capacidad de raciocinio y de comunicarse y conlleva una pérdida de memoria.
Empleamos con frecuencia el término demencia senil para referirnos a ese estado de falta de juicio y pérdida de memoria que se da frecuentemente en personas de edad avanzada. Sin embargo, el deterioro de las funciones mentales no es una consecuencia normal del envejecimiento, sino una patología estrechamente asociada a él.
La vejez no siempre es sinónimo de demencia
Un buen número de personas de más de 65 años son “resistentes” al desarrollo de enfermedades relacionadas con el fallo cognitivo. Se estima que entre un 10 y un 15 % de personas de edad avanzada no desarrolla ningún tipo de demencia, ni síntomas, ni siquiera patología cerebral.
Además, un 30 % de las personas de edad avanzada presenta “resiliencia” a estas enfermedades. Es decir, pueden desarrollar algunas de las patologías cerebrales relacionadas con enfermedades neurodegenerativas pero no muestran los síntomas característicos asociados a la demencia.
Estas personas podrían envejecer de forma exitosa debido a la adopción de hábitos de vida saludables. Por ejemplo, la dieta mediterránea, la realización de ejercicio físico y las actividades sociales podrían estar relacionadas con una predisposición más favorable o mayor reserva cognitiva.
Dentro de la demencia se agrupan varias enfermedades como la enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular (producida después de un accidente cerebrovascular), la enfermedad de Parkinson, demencia con cuerpos de Lewy, demencia frontotemporal, la enfermedad de Huntington y las enfermedades por priones, entre otras.
La demencia también puede ser un signo de otras enfermedades como los traumatismos craneoencefálicos o trastornos de tipo metabólico, problemas inmunitarios, deficiencias nutricionales o incluso tumores cerebrales.
¿Demencia o alzhéimer?
De todas las demencias asociadas al envejecimiento, la enfermedad de Alzheimer supone entre un 60 y un 80 por ciento de los casos. Es, por tanto, la mayoritaria. Se caracteriza, como otras demencias, por una pérdida progresiva en la capacidad intelectual, de memoria y aprendizaje.
Esta enfermedad fue descrita por primera vez por el psiquiatra alemán Alois Alzheimer en 1906 en una comunicación titulada Sobre una enfermedad específica de la corteza cerebral. En ella, describía la enfermedad de una de sus pacientes, Aguste Deter, que presentaba una forma rara de demencia, con pérdida de memoria, desorientación y alucinaciones.
Entre los cambios cognitivos también aparecen problemas en la comunicación, falta de juicio, desorientación y falta de planificación y organización. Todos ellos afectan a la vida cotidiana de la persona. Junto a la aparición de estos síntomas, pueden aparecer cambios en la personalidad, agitación, depresión y actitud agresiva.
¿Qué sucede en el cerebro de una persona con alzhéimer?
Durante el envejecimiento, el cerebro sufre cambios leves que no se consideran patológicos. Entre ellos, se da una pequeña atrofia cerebral por pérdida de algunas neuronas y reducción de la generación de otras nuevas.
También se dan alteraciones en la secreción de hormonas y neurotrasmisores (las moléculas señalizadoras del cerebro) y cambios en la circuitería. Todo ello hace que se pierda sustancia blanca (tejido orgánico, de color blanco, constituido por fibras nerviosas y situado en el interior del cerebro y en la periferia de la médula espinal). Estos cambios sutiles no se consideran una enfermedad, sino parte normal del envejecimiento.
Sin embargo, en los estados de demencia debida a una enfermedad neurodegenerativa, la masa cerebral puede disminuir hasta el 10 % y se comienza a acumular una variedad de proteínas tóxicas para las células de nuestro cerebro. Estas desencadenan finalmente el estado patológico y dan lugar a los síntomas clínicos que se observan en estas enfermedades.
En la enfermedad de Alzheimer se produce una acumulación de la llamada proteína beta amiloide y una fosforilación (adición de un grupo fosfato a cualquier otra molécula) de la llamada proteína tau.
Estos procesos dan lugar a la formación de estructuras tanto fuera como dentro de las neuronas que terminan por matarlas. Son los denominados placas amiloides, en el primer caso, y ovillos neurofibrilares, en el segundo. Estas son las estructuras que se identifican como marcadores fundamentales en el diagnóstico del Alzheimer.
Repercusión en la memoria de la muerte neuronal
El análisis anatómico de estos pacientes muestra una gran reducción de regiones cerebrales asociadas con la memoria y el aprendizaje, como son la corteza y el hipocampo, lo que conlleva esa incapacidad de consolidar nueva información.
La acumulación de proteínas tóxicas en el cerebro es un evento común en muchas otras demencias, como la alfa-sinucleína en el Parkinson, y ocurre con más frecuencia en personas de edad avanzada.
Esta gran concentración de sustancias nocivas para las neuronas provoca una inflamación del cerebro y, en conjunto, un ambiente nocivo para las neuronas que, finalmente, mueren. Por este motivo, las demencias cursan con muerte neuronal, desembocando en fallos cognitivos, normalmente de memoria.
Este es el motivo por el que un gran porcentaje de personas mayores sufren algún tipo de demencia durante el envejecimiento. Pero hay que recordar que se trata de una enfermedad, no de una consecuencia normal del envejecimiento, como podrían ser las arrugas o las canas.
Inés Moreno González, Profesora e Investigadora Ramón y Cajal en Enfermedades Neurodegenerativas, CIBERNED, IBIMA, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.