La medición del mundo es la novela del muniqués Daniel Kehlmann que desde su publicación en 2005 batió todos los récords de venta para un autor alemán, encontrando en ella el punto medio perfecto entre entretenimiento y reflexión. La trama del relato parece simple y sin embargo no parece demasiado atrayente para alguien que no sea aficionado a las ciencias o que, al menos, sea alemán. Y sin embargo, se trata de una novela sumamente divertida y, sobre todo, humana.
El punto del cual parte el relato es un encuentro en Berlín de dos ilustres alemanes, dos genios que cada uno en su campo marcaron no solo la ciencia sino el mundo de su época y cuyo legado permanece vigente. El primero, Alexander von Humboldt, más conocido sin duda para nosotros que sabemos desde el colegio que existe una corriente oceánica que lleva su nombre y que hace que el mar de Grau sea frío en casi toda su costa. El segundo, que puede sonarle conocido si es usted aficionado a las matemáticas, Carl Friedrich Gauss. Viajero y curioso polifacético uno, el otro un genio desquiciado que prácticamente nunca salió de su Göttingen natal. Dos hombres de por sí opuestos en naturaleza que se encuentran finalmente en esos momentos estelares de la humanidad –parafraseando aquí una de las grandes obras de otro extraordinario autor, Stefan Zweig – que Kehlmann sabe describir a cabalidad y más aún, preparar con una narración sumamente entretenida. Dos viejos sabios que han intentado, a su manera, medir el mundo, dedican un poco de su tiempo a recordar su lejana juventud.
¿Pero dónde aparece el Perú en todo esto? Cualquier lector perspicaz debe haber ya previsto que sin duda en la parte dedicada a Humboldt. Efectivamente la novela sigue el recorrido vital de los dos genios, y pone énfasis en el caso de Humboldt, en el extenso periplo por nuestro continente. Y aunque se refiere principalmente a otros descubrimientos y en especial a la famosa escalada a la cima del volcán Chimborazo junto a su compañero de ruta el francés Bonpland, hay una parte de la novela donde aparece descrita la corriente que lleva el nombre del sabio alemán.
Y más especialmente una breve parte de la narración en la cual se describe un encuentro que tiene Humboldt con altas autoridades norteamericanas en el propio Washington DC cuando Jefferson es el Presidente (el viaje de Humboldt fue realizado entre 1799 y 1804 y su estada en el Virreinato del Perú la hizo durante 1802). En esa cita, el explorador comienza un atosigante relato en el que busca resumir todo su trayecto y en el que habla del paso por Cajamarca, de lo que vio como legado de Atahualpa –incluyendo unos fantásticos y evidentemente desaparecidos “jardines de oro”– y de esos caminos extensos y maravillosos construidos por la civilización inca.
Se trata de apenas unas cuantas líneas que resumen el recorrido de cinco meses de Humboldt por el Perú, donde estuvo entre agosto y diciembre de 1802, pero que resultan suficientes para incluir parte de ese pasado mítico que el propio Humboldt en el siglo XVIII y Kehlmann en el siglo XXI reconocen en nuestro país[1] y que – el ojo avizor lo habrá notado – no tiene nada que ver con Lima, por donde también pasó Humboldt en 1802 pero que, como para todo el resto de turistas que pasan por nuestro país, no es sino en escasa medida, el Perú.
Kehlmann, por entonces un joven autor escribe con frescura esta novela de aventuras y de encuentros, de viajes y de experimentos científicos en una época de ebullición en la que Gauss encerrado en sus fantasías numéricas y Humboldt en sus experimentos y viajes, abren al mundo nuevas ecuaciones y espacios vitales. En ese nuevo mundo redescubierto esta vez con ojos científicos, Kehlmann describe esos jardines de oro - ¿las minas de Hualgayoc donde estuvo el sabio o una futurista visión de Yanacocha? - y extensos caminos como muestras de un pasado que se revive junto con esas riquezas naturales vistas por primera vez con los ojos de un especialista. En ese pequeño detalle queda descubierto el éxito de Kehlmann, que no se regodea en demostrar erudición o detalles científicos de la vida de Humboldt pero sí se preocupa en mostrar al hombre que ha visto nuestras tierras con nuevos ojos – con una nueva y verdadera “mirada del otro” de la cual hablaba Todorov[2] - y verá así también al extraño Gauss. En todo caso, no hay duda que la fama del Perú como país minero lleno de oro, que nos ganó la frase “vale un Perú,” nos sigue siendo reconocida (por más que Conga, la fallida mina cajamarquina, vaya o no vaya).
La medición del mundo, pues, no es una novela rigurosamente histórica ni científica y sin embargo descubre fielmente a dos hombre que marcaron la Alemania (o Prusia para ser precisos) de su época. No es tampoco una novela de viajes pero nos lleva por la vida exterior e interior de Humboldt y Gauss. Esa es la clave del éxito –de crítica y de ventas – de esta novela. Kehlmann hace de la vida de dos hombres que viven al límite de sus fuerzas un ejemplo de consecuencia, y a través de una narración ágil nos descubre sencilla y llanamente las preocupaciones de dos hombres por satisfacer su curiosidad (una curiosidad tan grande como para cambiar un poco el destino del mundo sí, pero curiosidad humana al fin y al cabo).
Lo que pudo ser una aburrida novela histórica o una ramplona serie de autoayuda se convierte con oficio y con mucha franqueza –sin rimbombancia ni manierismos que el mundo del siglo XXI ya no soporta– en una novela apta para todas las edades, divertida, humana, que nos hace confiar en que efectivamente – contra lo que cree la gente – una novela puede ser entretenida e inteligente… y encima hacer millonario al autor. Ánimo todos aquellos que busquen fórmulas para hacer buena prosa sin perder dinero en el intento… ¡Sí se puede!
[1] Y que sin duda pueden ampliarse leyendo el texto mismo de los Diarios de Humboldt o cuando menos las obras de Estuardo Núñez y Georg Petersen al respecto.
[2] La conquista de América: el problema del otro.
Comparte esta noticia