Según datos de la UNESCO, a mediados de mayo de 2020, más de 1200 millones de estudiantes de todos los niveles de enseñanza en todo el mundo dejaron de tener clases presenciales en la escuela. De ellos, más de 160 millones eran estudiantes de América Latina y el Caribe. Con esta estadística empieza el último informe COVID-19 sobre educación de la CEPAL y la UNESCO (agosto 2020) y nos hace ver que la situación es dramática para la educación primaria y secundaria, pero la educación superior tiene especificidades que empeora el cuadro. Analicemos algunas de ellas.
Los y las estudiantes que abandonan uno o dos ciclos universitarios se arriesgan a nunca más volver al sistema e ir incrementando la población de jóvenes desempleados sin calificación, con todos los riesgos sociales que esto conlleva: pobreza, delincuencia, embarazo precoz, informalidad, etc.
El aprendizaje y la investigación en educación superior difícilmente se pueden lograr solo de forma remota, sin laboratorios, sin investigación ni prácticas de campo, sin sinergia grupal en el campus porque no es como en la educación básica en la que una mera instrucción se puede impartir virtualmente.
Ni qué decir de los altos costos de la educación superior que las familias ya no pueden cubrir y de la pauperización aun mayor del docente universitario peruano, en general contratado a tiempo parcial por horas, por lo que se pasa la vida dictando en varios institutos.
Por ejemplo, una universidad multi-campus peruana que normalmente tenía una matrícula de 32 mil estudiantes se encuentra hoy con solo 5000 reservas de matrícula para el ciclo entrante. ¿Dónde están los 27 mil que faltan? ¿Qué hacen? Ello se relaciona directamente con el hecho de que, en Perú, el 53% de los estudiantes de 15 años tienen una computadora en casa, contra el 82% en Chile, Uruguay y los países de la OCDE.
El derrumbe del sistema educativo es un pésimo negocio para todos los sectores, por lo que la respuesta debe ser rápida, masiva e involucrar a muchos actores no convencionales en el rescate de emergencia. Se requieren iniciativas no convencionales pero creativas que duren más allá de la pandemia.
La solidaridad y la innovación son las únicas vías de salvación en tiempos de crisis. Aquí van unas cuantas ideas-palanca:
- Todos los medios de comunicación, sobre todo los televisivos y las radios de señal abierta, deben producir un porcentaje de sus programas destinado a la educación (primaria, secundaria y terciaria). Puede haber convenios especiales con instituciones educativas para que estudiantes participen e interactúen en los programas. El MINEDU podría promover y fiscalizar la producción mediante un logo certificando la aptitud del programa a servir de material de enseñanza, como se hace en varios países europeos por ejemplo. Los materiales comprados afuera y/o producidos facilitarían gratuitamente el trabajo del cuerpo docente mediante repositorios virtuales asequibles. Si muchos de los canales de TV, con sus farándulas y alabanzas a la vulgaridad, han sido co-culpables de la mediocridad cultural e intelectual que lamentamos hoy por la desobediencia civil ante las reglas sanitarias de protección antivirus, lo mínimo que pueden hacer ahora es responsabilizarse por contenidos útiles a la educación y cultura.
- Las grandes empresas deben unirse por la educación en el Perú, como se hace por ejemplo en Colombia con la Fundación Empresarios por la Educación, no tanto con donativos ni mucho menos metiéndose a educar (cosa que no saben ni deben hacer), sino haciendo lo que sí saben hacer y que falta cruelmente: apoyo en gestión y logística de los centros educativos, brindar conectividad y TICs, ofrecer infraestructuras, energía limpia y transporte, apoyo legal y/o para la búsqueda de fuentes de financiación de proyectos, apoyo en técnicas de comunicación o capacitación en habilidades blandas y de gestión para directivos, ofrecer plataformas digitales educativas, etc. Si cada empresa se volviera tutora de al menos un colegio de zonas marginales, y socia estratégica de una institución de educación terciaria, algo positivo sucedería en el sector, algo que sería de gran provecho para el “bien común mundial” que es la educación, según la UNESCO.
- El gremio de los artistas debe intervenir en los colegios y universidades que podrían abrirles las puertas y permitirles aportar masivamente a los estudiantes lo que los docentes no saben hacer: educar en las artes, desarrollar competencias emocionales y estéticas finas y cultas, que son las semillas de todas las habilidades intelectuales y éticas de cuidado propio y del otro. El desarrollo de comprensión y respeto a lo ajeno, la resiliencia y la solidaridad. Esto permitiría a miles de jóvenes artistas tener una fuente alternativa de ingresos, mejorar el clima y la calidad de la vida institucional educativa. También la misma política de puertas abiertas a los talentos ajenos permitirá a los padres de familia compartir en las escuelas sus habilidades. Los ministerios de Educación y de Cultura deberían trabajar de la mano para promover este flujo permanente de saberes y artes.
- “La Pachamama” es una gran Maestra que se debería enseñar en todas las instituciones educativas del país a través de la implementación de huertos ecológicos dentro de los establecimientos, que sean gestionados por los mismos escolares y estudiantes, como lo hace de manera exitosa la Asociación para la Niñez y su Ambiente ANIA. Esto promueve el desarrollo sostenible en forma concreta como modo de enseñar todos los valores empáticos de cuidado de sí mismo, de los demás y del planeta. En las universidades, permitiría investigar la permacultura, la agroecología biodinámica, enseñar la teoría de los sistemas complejos desde la práctica, conseguir comida para la cafetería y un “campus sostenible” en el marco del artículo 124 de la Ley universitaria peruana sobre la Responsabilidad Social Universitaria, que incluye sabiamente la dimensión ambiental. El marco legal está, lo que no falta es salir de la zona mental de confort en la que se encuentran algunas autoridades y docentes. ¡Ojalá el coronavirus lo logre!
- La misma responsabilidad social universitaria debe obligar los estudiantes universitarios a ser tutores de pares escolares para ayudarles en su progreso, porque se sabe que enseñar a otro es la mejor manera de aprender y afianzar los conocimientos adquiridos para sí mismo. Eventuales alianzas territoriales entre universidades y colegios permitirían que cientos de miles de estudiantes peruanos apoyen permanentemente a las niñas y los niños en el éxito escolar, o incluso a sus padres, progresando en sus propios estudios superiores. La ley universitaria ha previsto incluso el rubro para financiamiento en el artículo 125 que obliga a utilizar el 2% del presupuesto institucional en acciones de responsabilidad social. Es el momento de activar esta oportunidad legal en pro de la lucha contra la deserción y el fracaso escolar.
Por supuesto hay otras oportunidades, basta estar movidos todos por la conciencia de la urgencia. Cada vez que un nuevo actor no convencional ingresa en la dinámica de la educación formal algo nuevo sucede, una posibilidad de innovación se abre.
Abandonar la tarea de educar a los únicos especialistas docentes y directivos del sector sería la peor decisión colectiva en estos momentos de crisis, y una incongruencia en la “sociedad del conocimiento” que es la nuestra, donde todos somos educando y educadores permanentes. Al contrario, hay que recordar el dicho africano: “Se necesita todo un pueblo para educar a un niño”.
Comparte esta noticia