En febrero de 1980 llegamos con Maritza y Maia, nuestra hija de dos años a París. Carlos García Bedoya había dispuesto mi traslado de la cuasi europea y a la vez provincial Montevideo, a París. La ciudad de todo. Y algo más. Nos esperaba, a mi, la embajada en 50 Avenue Kleber, a dos cuadras del Centro de Convenciones del Quai d'Orsay, ya mítico por haber cobijado las negociaciones de paz del Vietnam; y a Maritza las austeras y casi minúsculas oficinas de la Representación el Perú en la UNESCO, en la rue Miollis. Llegamos ávidos de ilusiones, esperanzas y convicciones. Había estímulos adicionales, mi jefe iba a ser Alberto Wagner de Reyna el diplomático – filósofo que introdujo Heiddeger en el Perú. Y el de mi esposa otro filosofo, académico, Luis Felipe Alarco, discípulo de Nicolai Hartmann.
Pero la impronta intelectual que nos deparaba París, por esas razones del azar y la necesidad reflexionadas por Jacques Monod, traía también la enorme circunstancia de la presencia de Julio Ramón Ribeyro como representante alterno y connsejero de la Misión ante UNESCO. Sería el jefe inmediato de Maritza y en los itinerarios cotidianos de esa relación laboral, ella sería testigo existencial del advenimiento de los Dichos de Luder y del mundo profesional y literario - con claras fronteras – de Julio Ramón.
Al día siguiente de nuestra llegada, Carlos Ortega que era agregado cultural de la Representación del Perú ante la UNESCO organizó una reunión de bienvenida, a la que asistió Julio Ramón.
Desde ese encuentro entornado por el frío y la cercanía espiritual del Pont Neuf, Maritza y yo, en ese orden, desarrollamos una amistad más humana que laboral con Julio Ramón y Alida. Su esposa y compañera. Los mundos, escenarios y diálogos que se sucedieron día a día por cerca de cuatro años, se afincaron en la vida cotidiana, la literatura, el pensar las cosas y las personas, obviamente el Perú - en todas sus contradictorias realidades- y evidentemente la diplomacia, la negociación y los procesos políticos que tenían lugar en la UNESCO. Eran los tiempos del nuevo orden internacional de la Información y el inicio de la diplomacia para la protección del patrimonio cultural de los pueblos. Por cierto, Julio Ramón tuvo una participación protagónica en todo el proceso que llevó a la inscripción de Machu Picchu como patrimonio cultural de la humanidad.
Julio Ramón no mezclaba la diplomacia con la literatura. Salvo quizás en pequeños espacios del diario convivir donde indagaba sobre personas, hechos y curiosidades, que suponíamos tenían que ver con su mundo del cuento urbano peruano. Esa actitud explicaba la seriedad y responsabilidad con que asumía su trabajo en la UNESCO. Era un muy calificado diplomático y su excelencia intelectual la ponía al servicio de la política exterior cultural del Perú. Con dedicación y rigurosa responsabilidad. A tiempo completo. Su personalidad, que privilegiaba la introspección, podría hacer pensar no era la más funcional para un delegado multilateral. Esto según el prejuicio. Pero no solo era un excelente delegado, sino un muy buen negociador.
Tendía a llamarme con afecto “hombre de foros”. Me veía como un joven y emergente multilateralista que se esforzaba en ser más o menos ducho. Casi siempre en nuestras conversaciones salían las negociaciones como procesos que tenían su propia lógica, sus claves internas. Sus cosas insondables. Y él, en la UNESCO, era el principal negociador peruano.
Pasados los días, las semanas y las décadas, las presunciones de Julio Ramón sobre “el hombre de “foros” de alguna manera tomaron forma. En los cuarenta años posteriores a esos encuentros en el Paris de Mitterrand, Foucault y Althusser, mi vida diplomática transitó por los “foros” antes que, por las embajadas. Mi carrera se hizo esencialmente multilateral. Y en ese decurso asumí, el 2012, como Representante Permanente del Perú en la UNESCO. El trabajo multilateral es la diplomacia del lenguaje, las mesas y las sillas. Elementos cruciales de la negociación. Una de mis primeras decisiones fue la de contar en la Misión con una sala de reuniones. Con mesa y sillas. Justamente para tener un escenario para la negociación.
En recuerdo, memoria y homenaje a quien es uno de los narradores más importantes del siglo en el Perú - el de mayor influencia en las actuales jóvenes generaciones de escritores peruanos -, y además un diplomático que entregó 21 años de su vida a la promoción de la cultura peruana en la UNESCO, la denominamos “Sala Julio Ramón Ribeyro.” La pared principal además de una foto con el cigarrillo – donada por Alida - y un acuarela de su rostro realizada por el talentoso pintor Juan Carlos Zeballos, se impregnó de una cita del cuento “En las azoteas: “Había una vez un hombre que sabía algo. Por esta razón lo colocaron en un púlpito. Después lo metieron en una cárcel. Después lo internaron en un manicomio. Después lo encerraron en un hospital. Después lo pusieron en un altar. Después quisieron colgarlo de una horca. Cansado, el hombre dijo que no sabía nada. Y solo entonces lo dejaron en paz. “
Una alegoría ontológica a las libertades y cárceles del saber.
Luego de inaugurar la sala Alida Ribeyro, se me acercó, emocionada por el recuerdo de Julio Ramón en los ambientes de tantos esos sus días. Y luego del abrazo del reencuentro tardío. Me dijo casi susurrando: “te he traído un regalo, el manuscrito de un relato, corto, inédito, de Julio”. Recibí el sobre, un sobre portador de amistad y ternura. Lo he leído infinidad de veces. Y muchas más. Alida buscó algo muy especial. Un trozó de la obra de Julio Ramón inspirado en su vida diplomática, en su pasó por “los foros”. Con el permiso de ambos, lo comparto:
“ 8-5-80
Confirmación de la importancia de los pequeños detalles.
Por un accidente nimio estuvimos esta mañana a punto de perder una batalla diplomática en la UNESCO. Nimio, pero al mismo tiempo grotesco, sádico, como de tan a menudo soy víctima. Una veintena de oradores toman la palabra para atacar, en su gran mayoría, nuestra tesis y hacerla papilla con argumentos jurídicos, prácticos, éticos, etc. Una verdadera avalancha. Cuando terminan pido la palabra para tratar de rebatir lo irrebatible, apelando a todos mis recursos dialécticos, pero no bien he empezado con gran energía mi perorata, un diente postizo se me desprende… No puedo interrumpirme para sacármelo de la boca, pues yo era el centro de todas las miradas y se hubiera notado, con todas las consecuencias del caso. De modo que no me quedó otro recurso que proseguir mi discurso, pero con un diente que me daba vueltas entre los carrillos, la lengua y el paladar, con el peligro de que saliera despedido sobre mi pupitre o, peor aún, que me lo tragara… Aparte de que hablar con un objeto dentro de la boca dificulta nuestra elocución y reduce nuestras posibilidades oratorias. ¡Los esfuerzos que tuve que hacer para controlar los movimientos del diente, seguir el hilo de mi argumentación y poder expresarme en forma inteligible! La verdad es que la situación se tornó para mí intolerable y tuve que abreviar mi intervención, dejando sin desarrollar muchos argumentos de peso. De todos modos, lo poco que pude expresar fue suficiente para evitar el naufragio. El Comité terminó por aceptar que nuestra tesis figure en el informe final, lo que en realidad es un triunfo, pues sus adversarios querían a toda costa liquidarla y no volver a oír hablar más de ella ”.
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