Hace poco, en una de las rampas que unen la Vía Expresa Grau con la Avenida Iquitos, vi a un hombre que lavaba con fuerza uno de los pasamanos de la subida peatonal. Alrededor suyo había mucha agua y varios baldes que le servirían para terminar la tarea durante la fría mañana. ¿La Municipalidad de Lima había iniciado una campaña para limpiar la ciudad? Toda la ciudad brillante y perfumada, sin polvo y sin calles sucias… ¿Sería posible? Pero poco después me di cuenta de que solo se trataba de una ilusión, pues luego de caminar un poco más descubrí a una mujer que también estaba haciendo lo mismo: era una pareja de venezolanos que se había propuesto limpiar toda la rampa para ganar un poco de dinero. El sueño de ver la ciudad de Lima completamente limpia desapareció, es cierto. Pero la pareja logró llamar mi atención. ¿Acaso no podemos imaginar una ciudad de Lima limpia y agradable para caminar?
Pero el tema de este artículo no trata sobre la ciudad de Lima sino sobre una realidad que nos afecta de otra manera. La última semana, el alcalde y los regidores de la ciudad del Cusco promovieron y aprobaron una ordenanza que sanciona a las empresas que despidan a trabajadores cusqueños y contraten a ciudadanos extranjeros. La norma busca proteger el empleo de los cusqueños ante la posible competencia que pueden ocasionar los ciudadanos que ofrecen sus servicios por menor precio. Por supuesto, es de entender que estos “extranjeros” que se mencionan en la ordenanza no son los norteamericanos, europeos o japoneses sino los venezolanos que ahora parecen ocupar muchos puestos de trabajo.
Hace poco más de un siglo, cuando Lima apenas rozaba los cien mil habitantes, se vivió una situación parecida. Liberales y demócratas, que se oponían al gobierno de Augusto Leguía, azuzaron a los obreros limeños que se sentían preocupados por la nueva ola de migrantes chinos, y provocaron la destrucción y el saqueo de sus negocios y bodegas. Con ello, los opositores legitimaban su interés por derrocar al gobierno, pero también colaboraban con profundizar los prejuicios de la población ante los extranjeros. Manuel González Prada expresó su malestar en una columna publicada en el diario anarquista Los Parias: “Fijándose únicamente en vicios y defectos, el chinófobo criollo olvida todas las buenas cualidades y todas las virtudes de una raza: para él, todo chino se modela en el embrutecido fumador de opio” (“Los chinos”, junio de 1909). Para el autor de Páginas Libres, el chinófobo olvida que estos hombres llegaron al Perú en condición de simples trabajadores para las haciendas y ellos mismos lograron crearse una situación digna y holgada. También señala las contradicciones que encierra este odio. En tanto que el europeo viene a “esquilmar” a los peruanos, los asiáticos se satisfacen con una ganancia muy exigua y modesta, lo que se refleja en la moderación de las utilidades del negocio: “El jornalero que por quince o veinte centavos mata hoy el hambre en una cocinería asiática, no lo haría mañana por cuarenta o cincuenta en un fonducho nacional o europeo”. Lo mismo sucede con el calzado, la ropa y la medicina natural, cuando la occidental no funciona. “El pueblo lo sabe, lo palpa a cada momento; y sin embargo, por esa ilógica tan natural en una parte de las muchedumbres, algunos se vuelven contra sus favorecedores, secundando ciegamente los planes de sus explotadores”. El escritor también protesta por la promulgación de una ley del Parlamento que impedía el ingreso de nuevos migrantes. ¿Por qué no se hizo lo mismo cuando cincuenta años antes llegaron los extranjeros que luego serían los dueños de grandes capitales? El enemigo del pueblo no es el pobre chino sino los que se encuentran más arriba. El limeño hace grandes aspavientos por las matanzas de judíos en Rusia y cristianos en Armenia, pero no se conmueve cuando el chino es robado, pisoteado y escarnecido.
La presencia de venezolanos en el Perú, como es natural en un país que no está acostumbrado al contacto prolongado con extranjeros, sorprende y desorienta a muchos, pero esto no justifica que les echemos en cara los problemas de nuestra sociedad. Se dice que quitan el trabajo, pero se debe recordar que muchas de estas labores son de carácter informal y apenas merecen el nombre de trabajo. En realidad, los venezolanos nos ayudan a conocer la verdadera situación del Perú: un país en el que la población labora en condiciones muy precarias, ganándose la vida a diario y no sabiendo qué es lo que se espera de mañana. Sin embargo, a muchas autoridades no les interesa esto y optan por la solución más fácil, que es la de echarle la culpa al más débil.
Es una coincidencia, casi simbólica, que los venezolanos que todos los días limpian los pasamanos (sí, los mismos que sueñan con una Lima limpia) hayan elegido casi el mismo lugar en que cien años atrás se produjeron los ataques contra los chinos. También es una coincidencia que estos disturbios se hayan producido en mayo (el 9 de mayo de 1909), el mismo mes en el que se aprueba la ordenanza del Cusco. Esperemos que esta iniciativa se detenga para saber si a lo largo de este tiempo se ha aprendido algo.
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