El feminismo lleva mucho tiempo con nosotros. Su lucha por los derechos políticos de las mujeres, es decir por el voto femenino o sufragismo, se inicia a fines del siglo XVIII y tiene sus primeros éxitos en 1869 en Wyoming, USA y 1893 en Nueva Zelanda. Aunque ha ido cambiando con la historia se mantiene firme en la defensa de los derechos de la mujer desde un enfoque que denuncia un orden social, machista (patriarcal), que educa asociando debilidad y vulnerabilidad a lo femenino mientras construye privilegios para lo masculino.
La lucha feminista frente a la violencia de género ha sido recibida con mucha suspicacia y resistencia por diversos sectores de la sociedad. Se han generado calificativos como feminazi, “colectivos” (aunque muy pequeños) como “ni uno menos” y marchas en contra del uso de la palabra género, entre otras reacciones.
El feminismo se pretende una alternativa donde se permitan nuevas formas de relación entre los géneros y donde el orden que creímos natural se reconoce como una construcción social que puede ser modificada. Mientras el machismo supone la superioridad del hombre por sobre la mujer, el feminismo reclama igualdad o equidad entre los géneros. El feminismo entonces marcha en contra de las formas tradicionales de entender el mundo, en contra del sentido común de una época que se espera ir dejando atrás.
Para Bleger (1961 en Grupos operativos en la enseñanza) el aprendizaje en general es un proceso complejo y difícil. Si bien uno puede rápidamente nutrirse de nuevos conocimientos estos son insertados en las estereotipias de pensamiento. Es decir, en lógicas previas que usamos para interpretar nuestro entorno. Las estereotipias son muy resistentes al cambio y cuestionarlas genera ansiedad. Son una suerte de lugar seguro para el sujeto y por ello este se resiste a abandonarlas. Aunque el aprendizaje profundo requiere cuestionar las estereotipias e integrar nuevas lógicas de pensamiento para captar la complejidad de nuestro entorno, es comprensible que una nueva propuesta sea interpretada desde la lógica previa.
Aunque feminismo y machismo planteen lógicas completamente diferentes el feminismo ingresa a una cultura dominada por el machismo. Además, si a esto le sumamos que fonéticamente parecen dos caras de una misma moneda, tenemos un terreno fértil para el malentendido.
Entonces la forma de entender el aprendizaje de Bleger nos da, a grueso modo, dos posiciones posibles frente al feminismo: o cuestiono mis estereotipias previas, a fin de, cargado de angustia, reconocerme como ignorante frente a lo nuevo para poder aprehender su lógica o, de manera análoga a lo señalado por Bourdieu (1998, La dominación masculina), me mantengo resistente en mi pensamiento previo e interpreto al feminismo desde mi estereotipia machista. En esta última posición el feminismo se convierte en el negativo del machismo, una copia del mismo solo que liderado por mujeres.
Para el sujeto masculino, miembro de una sociedad machista, que experimenta cómo lo masculino oprime lo femenino, es lógico que le tema a ese feminismo desfigurado por sus propias estereotipias. El término feminazi aparece como el significante, por excelencia, para señalar a ese feminismo deformado e interpretado a imagen y semejanza del machismo. De ese modo, la feminazi es una representación del miedo, y existe en la mente del machista temeroso, antes que en la realidad. Por otro lado para la mujer machista ese feminismo deformado podría convertirse en una posibilidad de cambio que no sabe manejar o en la oportunidad de venganza.
A mi juicio el feminismo, y sus luchas por la igualdad y equidad, avanzan día a día y han llegado para quedarse. La reacción negativa hacia dicho movimiento puede entenderse mejor si consideramos que el temor al feminismo, es principalmente, el temor a la lógica machista con la que algunos lo interpretan. Dicho mal entendido es parte habitual de un proceso de aprendizaje del que todos, todas y todes somos parte.
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