Sin proponérnoslo, el Perú se ha convertido en un enorme experimento social, económico, político y cultural, tratando de evitar que colapse su endeble sistema de salud. Así, el numerosísimo trabajo informal, la baja productividad del empleo peruano, las erráticas decisiones gubernamentales, la incapacidad para entender la magnitud del evento por parte de los gremios productivos y la imposibilidad de que mucha gente interiorice las prácticas de protección, se han mostrado, abiertamente, a lo largo de estos primeros cien días de emergencia sanitaria.
Por otro lado, la vasta información de lo que somos como sociedad, se ha evidenciado como pocas veces en nuestra historia reciente. Y sería muy interesante recopilarla críticamente a fin de obtener un diagnóstico descarnado y realista sobre el Perú de los últimos tiempos.
En ese sentido, los diversos centros de investigación de nuestro país tienen una oportunidad única para explicar el efecto de la informalidad en la trama integral de la sociedad peruana. También, para observar el lugar que tiene el conocimiento en las decisiones gubernamentales. Y, en ese diagnóstico, evaluar el papel del sistema educativo (escolar y universitario) peruano en la formación de cuadros dirigenciales (en lo público y lo privado).
Así, el conocimiento surgido de esta situación se puede convertir en el marco teórico y conceptual que permita organizar la experiencia económica, social, política y cultural, del Perú en las próximas décadas. Este saber, tiene dos dimensiones. La primera, como análisis temporal e histórico, a fin de determinar causas y efectos. La segunda, como proyecto. Es decir, establecer una hoja de ruta de lo que tenemos que hacer como nación a futuro.
¿Qué es estamos aprendiendo o qué tendríamos que aprender de esta experiencia? Hay varias enseñanzas que se pueden extraer de esta situación de alta complejidad. La primera, que es imperativo dar todos los pasos institucionales para reducir la informalidad en la formación social, política, cultural y económica. Muchas veces se ha mencionado este tema, pero ha sido vista de una manera muy lejana al mundo de los hechos. Creyéndose, que es un asunto que no tiene repercusiones reales en el día a día. Sin embargo, dada la magnitud de la situación, tenemos que aceptar que no tendremos futuro como país si seguimos informalizando nuestras formas de organización y de producción.
Otro aprendizaje tiene que ver con el modo de cómo se ha concebido la educación peruana en todos los niveles. Y no se trata solo de la calidad. Si no, de la fractura efectiva del país cuando separamos a los niños y a los jóvenes en dos mundos: los que acceden a la educación pública y los que acceden a la educación privada. Y, en cada lado, una indefinida jerarquía de calidades educativas (buenas o deplorables) Esta bifurcación radical en el ámbito de la formación humana crea, de facto, dos países, cuyos efectos se evidencian en todos los planos. Algo similar también acontece en el ámbito de la salud: los que puede costear el acceso privado y lo los que deben resignarse al servicio público. La COVID-19 nos debe enseñar que esos dos países tan separados nos también nos pueden costar el futuro.
Estamos al inicio de emprender, utilizando metáforas bíblicas, un largo caminar en un desierto que todavía es incierto en su extensión y duración. Sin embargo, de algo habrá valido sufrir todo lo que estamos (o estaremos) padeciendo si convertimos la dureza de estos tiempos en un saber efectivo de lo que hemos hecho con el Perú y de lo que deberíamos hacer en adelante.
Comparte esta noticia