En un artículo anterior apuntamos que Adam Przeworski, en ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones? (ed. cast.: 2019), afirma que el ingreso per capita es un predictor muy poderoso de la supervivencia de las democracias. Y me gustaría encadenar esta afirmación con la ya conocida sentencia de Paul Krugman (1997): “La productividad no lo es todo, pero, en el largo plazo, es casi todo. La habilidad de un país de mejorar su nivel de vida en el tiempo depende, casi exclusivamente, de su habilidad de aumentar su producto por trabajador”.
Hemos afirmado también la importancia de entender la justicia como equidad, buscando el virtuoso equilibrio entre la libertad económica y política, y, al mismo tiempo, promover la igualdad de oportunidades (buscando acortar las brechas sociales) y la importancia del estado constitucional de derecho.
En este marco, vienen a mi mente, entre otras publicaciones del Banco Mundial, An Opportunity for a Different Peru: Prosperous, Equitable, and Governable (2007) y Peru Building on Success: Boosting Productivity for Faster Growth (2015). Y respecto al Banco Interamericano de Desarrollo (BID): La era de la productividad: cómo transformar las economías desde sus cimientos (2010) y ¿Cómo repensar el desarrollo productivo? Políticas e instituciones sólidas para la transformación económica (2014).
Tratando de actualizar la información sobre la tendencia del ingreso per capita en el Perú en las últimas décadas, ubiqué un magnífico cuadro del economista Adrián Armas, actual gerente central de Estudios Económicos del Banco Central de Reserva del Perú (cuadro 1).
Observando la línea roja horizontal segmentada, el referido cuadro nos indica que el PBI real per capita del Perú recién logra recuperar el nivel registrado en 1975 en el año 2006. ¿Por qué la sociedad peruana literalmente más que se estancó cerca de treinta años en el incremento de su productividad?
Seguramente se podrán argumentar tanto factores externos como factores internos en la economía peruana para explicar la lamentable situación mostrada en el cuadro 1. Entre los factores externos podríamos esgrimir la crisis energética de los setenta y la crisis de la deuda externa de los ochenta. De lo que no queda duda es de los factores internos: la implantación de un régimen económico intervencionista, proteccionista (política de sustitución de importaciones) y estatista producto de la ruptura institucional de la democracia a finales de la década de los sesenta, régimen económico que lamentablemente no pudo ser significativamente modificado al retorno de la democracia a inicios de los ochenta y con el cual el populismo económico del quinquenio 1985-1990 terminó por dejar al Perú como un país cuasifallido; y la génesis de movimientos terroristas, como Sendero Luminoso.
Es a inicios de la década de los noventa cuando se implementan las necesarias reformas estructurales e institucionales en el Perú, seguramente tomando como referencia las diez recomendaciones de política económica del Consenso de Washington: más mercado y menos Estado, más libertad económica para anclar las bases buscando retomar el camino hacia el desarrollo económico y social sostenido. Obsérvese en qué momento la línea azul del cuadro 1 adopta una pendiente positiva.
En una reciente presentación del profesor Patricio Navia (Universidad Diego Portales y la New York University), se nos muestra un análisis comparado sobre las tendencias del PBI per capita de nueve países latinoamericanos (cuadro 2).
Es particularmente interesante observar que a inicios de la década de los ochenta el PBI per capita chileno y el peruano estaban muy cercanos (productividades medias similares). Treinta años después, podemos observar que, en el promedio, la sociedad chilena es dos veces más productiva que la peruana. ¿Cómo podemos explicar esta brecha?
La importancia del cuadro 2 reside en que todos los nueve países analizados enfrentaron los mismos factores externos; lo que sucede es que algunos implementaron políticas económicas y sociales más eficaces y eficientes que otros. Por ejemplo, obsérvese la línea ploma correspondiente a Venezuela. Es que muchos gobernantes —o los que pretenden gobernarnos— no han entendido que las políticas económicas y los sistemas económicos deben evaluarse por los resultados esperados y obtenidos, más que por las buenas intenciones (objetivos que persiguen). Es muy importante entender el diseño de los incentivos que se crean (marco institucional) sobre las decisiones económicas y políticas que luego adoptan los diferentes actores en una sociedad.
Entonces nos preguntamos: ¿cómo lograr el crecimiento de la productividad laboral (o el crecimiento de la producción por trabajador)? La ciencia económica nos muestra dos caminos:
1.- Dentro de un sector o industria, la productividad laboral crece debido a la inversión en capital humano, salud, innovación tecnológica e infraestructura, entre otros aspectos.
2.- En la sociedad en general, la productividad laboral crece debido al denominado cambio estructural, es decir, cuando el capital humano se reasigna entre diferentes sectores que difieren respecto de la productividad laboral implícita en ellos, buscando su reasignación hacia sectores relativamente más productivos.
Entonces, la búsqueda del incremento de la productividad laboral —especialmente enfocada en los más pobres (capitalismo popular), y en el marco de la igualdad de oportunidades— es la manera más racional y humanamente aceptable para lograr sociedades socialmente justas, equitativas e institucionalmente sostenibles (democracias más competitivas y sólidas). Naturalmente, para impulsar esta dinámica se requiere de un Estado eficiente, una burocracia suficientemente profesional y meritocrática, así como institucionalizar la intolerancia hacia la corrupción.
Los peruanos vamos a elegir el próximo 6 de junio entre dos propuestas políticas muy antagónicas cuya implementación determinará el nivel de bienestar de toda nuestra sociedad en los próximos años. Brevemente he tratado de trazar unas pinceladas sobre la historia económica de las últimas décadas en el Perú, focalizándome en la evolución del PBI per capita, como predictor eficiente del bienestar del ser humano y de un sistema democrático estable. La historia nos dice que optar por la alternativa incorrecta puede significar nuestra desgracia y la de las generaciones siguientes. ¿Vamos a esperar al año 2050 para lograr equiparar el PBI per capita del 2020? El hemisferio izquierdo de nuestro cerebro será vital para no repetir otra historia de frustración y sufrimiento.
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