En Los cuatro libros clásicos de Confucio (Kung-Fu-Tsú), quien vivió entre el 551 y el 479 a. C., se le atribuye una frase muy subyugante: “A los cuarenta, ya había superado todas las dudas y vacilaciones”. Al recordar esta frase, sobre todo en estos tiempos de elecciones que vivimos en el Perú, brotó en mí la necesidad de desempolvar dos libros de una sección ya casi olvidada de mi biblioteca: El manifiesto del Partido Comunista (1848) de Karl Marx y Friedrich Engels, y El capital (1867) de Karl Marx. Recuerdo que estos libros los adquirí cuando tenía unos 19 años, en el jirón Camaná, ubicado en el Centro de Lima. Hoy, cuarenta años después, deseo releer las glosas que imprimí hace cuatro décadas.
El manifiesto del Partido Comunista constituye un documento programático redactado por Marx y Engels para la entonces Liga de los Comunistas (fundada en 1847), surgido en plena Revolución Francesa de 1848, la que dio lugar a la denominada Segunda República. El Manifiesto se estructura en tres secciones: 1) burgueses y proletarios; 2) proletarios y comunistas; y 3) literatura socialista y comunista.
Es muy revelador el inicio de la primera sección: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, es decir, el enfrentamiento entre opresores y oprimidos. En la segunda sección se lee: “…los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada”. Y más adelante:
“El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social. (…) si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de clase”.
Al final de la segunda sección redescubriremos lo que hoy se podría denominar como el consenso comunista, con la propuesta de diez medidas de política pública, las que ahora me permito reproducir:
- “1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
- Fuerte impuesto progresivo.
- Abolición del derecho de herencia.
- Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
- Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
- Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
- Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, (…), según un plan general.
- Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
- Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.
- Educación pública y gratuita de todos los niños; (…) régimen de educación combinado con la producción material, etc., etc.”.
Paralelamente, cabe indicar que en 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) y en 1866 Marx culminó el primer libro de El capital. Karl Heinrich Marx falleció en Londres el 14 de marzo de 1883, en absoluta miseria y con la carga de la muerte de su esposa Jenny von Westphalen y varios de sus siete hijos (por hambre y frío).
El capital es una obra que responde a la denominada “crítica de la economía política” y cuya lógica no necesariamente estaba al alcance cognitivo de los trabajadores. En este documento se intenta fundamentar las tesis filosóficas del denominado materialismo dialéctico e histórico, que implica una suerte de determinismo en la ruta que deben seguir las sociedades. Esta obra se compone de ocho secciones y 24 capítulos; profundiza en los conceptos de “valor de uso”, “valor de cambio”, “la plusvalía”, “el salario”, “la ley general de la acumulación capitalista”, entre otros.
En el capítulo 1, sobre la mercancía, se observa un error conceptual fundamental que se arrastra en toda la obra: Marx construye la lógica del pensamiento comunista con base en la denominada teoría del valor del trabajo (TVT), formulada años antes por el filósofo y economista David Ricardo en Principios de economía política y tributación (1817). La TVT sostiene que el valor de una mercancía se debe calcular según el tiempo promedio (las horas) requerido para fabricar un determinado bien. Este error conceptual fue brillantemente criticado por la llamada “revolución marginalista” surgida a finales del siglo XIX: William Stanley Jevons (1835-1882), Carl Menger (1840-1921) y Léon Walras (1834-1910) están entre sus mejores exponentes. En Economic Thought: A Brief History (2017), el profesor Heinz D. Kurz resalta la contribución de William Jevons en Theory of Political Economy (1871), donde se argumenta que el valor de una mercancía no está determinado por la cantidad de trabajo o de horas que se requieren para producirlo, sino por su “grado final de utilidad” (“final degree of utility”). Este enfoque sepultó a la teoría clásica del valor (TVT); El capital fue seriamente herido en su “ADN conceptual”.
Sin embargo, el discurso ideológico siguió su propia ruta. ¿Cuál es la visión del comunismo en el marco del materialismo dialéctico e histórico? “En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” (Manifiesto del Partido Comunista). Posiblemente la segunda parte de esta cita sería avalada por Isaiah Berlin o por el propio Karl Popper. Entonces, ¿en dónde reside el problema? Raymond Aron (1905-1983) atina a responder esta pregunta, de una manera brillante, en El opio de los intelectuales (1955):
“El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene de éste la ambición de conquistar la naturaleza, de mejorar la suerte de los humildes, pero sacrifica lo que ha sido y sigue siendo el alma de la aventura indefinida: la libre indagación, la libre controversia, la libertad de crítica y de voto del ciudadano. Somete el desarrollo de la economía a una planificación rigurosa y la edificación socialista a una ortodoxia de Estado”.
La miopía del comunismo sobre la concepción de la naturaleza humana conduce, pues, a que en su propia praxis contradiga la máxima kantiana: “Tratar a la humanidad como un fin en sí mismo”.
A modo de reflexiones finales, habiendo superado todas mis dudas y vacilaciones, debo afirmar lo siguiente:
- El valor de las ideas reside en sus consecuencias prácticas para la consecución de nuestros objetivos en tanto seres humanos, tales como el bienestar (nutriéndome del pragmatismo político de Richard Rorty).
- En economía, los resultados son más importantes que las intenciones (tomado del economista Thomas Sowell).
- El derecho que tenemos los ciudadanos a ser bien gobernados es superior al derecho que tenemos a ser elegidos (seguramente reforzándome en los argumentos del filósofo político Jason Brennan).
Comparte esta noticia