Aristóteles subrayaba la naturaleza social de los seres humanos. Decía que, si bien somos individuos responsables por nuestro desarrollo, alcanzamos la perfección haciendo vida en comunidad. Sin una comunidad, los seres humanos no podemos obtener los bienes y servicios que necesitamos, y es así que la comunidad es “natural” para nosotros. Ser humano es vivir en sociedad.
Por otro lado, mediante sus acciones cotidianas, los individuos crean la sociedad de la que son miembros, así como las instituciones de esta. Pero conjuntamente a la “comunidad” y la “acción”, el valor y reconocimiento de la libertad es fundamental.
Esta suerte de humanismo cívico deviene pues en una filosofía de lo que podemos denominar democracia: forma de asociación política en la que las personas, iguales todas en su dignidad humana, se reúnen para determinar el derecho (instituciones) de ordenar los bienes en una sociedad. En consecuencia, el Estado, el mercado y los medios deben contribuir al servicio de los ciudadanos y a lograr el bien común.
Transpolar estos constructos a la dinámica cultural, política y económica global es un ejercicio algo complicado, incluso si nos ponemos a pensar en una suerte de gobernanza global de las políticas públicas, como es el caso del comercio, la salud y la educación, por ejemplo.
Considero que estamos ante un escenario global que se explica por cinco cuestiones principales: 1) el surgimiento del denominado nacional-populismo, en formas nuevas y antiguas; 2) los nuevos fundamentos de lo que entendemos por “guerras” en la industria 4.0, 3) la emergencia climática como un factor que viene cuestionando el sistema global de producción y consumo (sostenibilidad económica, social y ambiental), 4) la pérdida de legitimidad del capitalismo en ciertas colectividades, y 5) la sociedad de la desconfianza: los ciudadanos vienen cuestionando las instituciones y las organizaciones globales (y domésticas) que las representan.
Recientemente nos hemos quedado espantados ante el asalto al Capitolio en Washington por una turba enfurecida y fácilmente manipulable. Y abordo este ejemplo al considerar la democracia en Estados Unidos como la concibió Alexis de Tocqueville a mediados del siglo XIX.
Venimos presenciando la vigente pugna entre los Estados Unidos y China (con diferentes actores) por la primacía global en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), la inteligencia artificial, la tecnología 5G, entre otras, lo que finalmente se enmarca en la lucha por la hegemonía económica, política, tecnológica y militar a nivel global.
El capitalismo viene perdiendo legitimidad en algunas de nuestras sociedades, especialmente en América Latina. Recientemente se celebraron los ocho años del acuerdo comercial entre la Unión Europea con Perú y Colombia (Ecuador posteriormente incorporado) y sorprendentemente muchos colectivos de la denominada sociedad civil consideraban que en nada se había contribuido a la sostenibilidad ambiental y laboral en el Perú. Sin embargo, las estadísticas serias mostraban interesantes beneficios netos positivos.
Pero este sentimiento de desconfianza también trae a mi memoria las manifestaciones contra la cumbre de la OMC en Seattle, Estados Unidos, a finales de 1999: cerca de 40.000 protestantes contra la globalización económica y comercial. Y también el movimiento Occupy, que expresaba su oposición a la desigualdad social y económica, y a la falta de “democracia real” en todo el mundo.
Hoy, la humanidad está concentrada en la lucha contra la pandemia de COVID-19. Se discute si las vacunas deben ser consideradas un bien público o privado. Pocos países han enfrentado la crisis pandémica con relativo éxito. El Banco Mundial prevé que la cantidad de nuevos pobres (pobreza monetaria) surgidos como consecuencia de la pandemia de COVID-19 en el 2020 aumentará entre 175 millones y 228 millones. Un 60 % focalizados en Asia meridional.
Después de esta pandemia, muchas personas quedarán muy frustradas, especialmente las que perdieron posiciones sociales, al pasar de la clase media a una situación de pobreza o por la pérdida de sus seres queridos ante la inoperancia del sistema sanitario y de salud, entre otros.
¿Cómo se comportará la humanidad después de la pesadilla de la COVID-19? ¿Sentiremos que vivimos en una comunidad local, regional y global realmente solidaria?
A modo de necesaria catarsis, esperaría la génesis de un serio debate regional y mundial anclado fundamentalmente en los valores morales y en cómo repensar la gobernanza global y doméstica de nuestros países (relación Estado, mercado y medios). Estimo que en el campo de la educación deberá existir más espacio para las humanidades, sin desmerecer la relevancia de las asignaturas STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática).
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