Es ampliamente conocido el enfoque del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard (https://www.hks.harvard.edu/centers/cid/about-cid) respecto a la alta correlación entre la renta per cápita de los países y el denominado índice de complejidad económica, o ECI, por sus siglas en inglés (figura 1).
El ECI trata de capturar y explicar el conocimiento acumulado en una población y que se expresa en las características de la producción de bienes y servicios en una ciudad, país o región. En otras circunstancias, también se utiliza el denominado indicador EXPY, que pretende estimar el nivel de sofisticación tecnológica incorporada en la canasta de exportaciones de un país (http://wits.worldbank.org/).
Sobre este tema existe una abundante literatura, y se me ocurre citar y recomendar títulos como Transformando las economías: haciendo que la política industrial funcione para el crecimiento, el empleo y el desarrollo (OIT, 2017), ¿Cómo repensar el desarrollo productivo? Políticas e instituciones sólidas para la transformación económica (BID, 2014) y New Structural Economics: a framework for rethinking development and policy (The World Bank, 2012), entre otros. En una publicación relativamente reciente, “Linking Economic Complexity, Institutions, and Income Inequality” (http://dx.doi.org/10.1016/j.worlddev.2016.12.020), se analiza inclusive la capacidad de una economía para generar y distribuir adecuadamente los ingresos (coeficiente de Gini) y su correlación con el ECI y el EXPY de los países. Estos son los temas que discuten las sociedades que pretenden lograr la prosperidad.
Si nos encontráramos con representantes de varios países del mundo y si a modo de “rule of thumb” deseamos tener una idea de la posible renta per cápita de sus respectivos países, seguramente que bastaría preguntarles sobre los cinco principales productos de exportación. No es por casualidad que se hizo muy famosa la frase “what you export matters”, a consecuencia de una publicación de Hausmann, Hwang y Rodrik en el 2006.
En el año 2018, tuve la oportunidad de participar en un seminario internacional en la República Popular China en donde claramente se nos mencionó que con la entonces matriz productiva de ese país sería muy difícil mantener las tasas de crecimiento del PIB requeridas (incremento de la productividad media laboral) así como seguir ganando espacios en busca de la hegemonía tecnológica a nivel global, entre otros temas. Fue evidente que para la Academia China de Ciencias Sociales (CASS, por sus siglas en inglés) desde hace muy buen tiempo predomina el adagio “no importa si el gato es negro o blanco, mientras pueda cazar ratones es un buen gato”, de Deng Xiaoping.
Estamos a un mes de nuestro Bicentenario como país independiente, inmersos en un escenario político muy complicado, y lamentablemente los ciudadanos no encontramos claras respuestas sobre la ruta que se nos plantea hacia el logro de nuestro bienestar.
Con mucha nostalgia releo el libro On the Search for Well-Being (2000), de Henry J. Bruton, quien fuera uno de mis mejores maestros en el Center for Development Economics del Williams College. ¡Qué distancia nos separa de los temas realmente importantes para lograr ubicarnos como una sociedad próspera! Alguna vez escuché decir, parafraseando a Manuel González Prada, “pragmatismo a la obra, ideologías a la tumba”: la desgracia de las sociedades empieza cuando los ciudadanos supuestamente más inteligentes, educados, capaces y probos sucumben ante el prisma de la ideología, que nos ciega. La tragedia es cuando se suman a esta desgracia los ineptos y corruptos.
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