El 22 de abril fue declarado Día internacional de la tierra por las Naciones Unidas para crecer en conciencia de lo que está sucediendo con el planeta, de los daños que le hemos ocasionado, de la crisis climática que tanto nos afecta y que explica desde la perspectiva de científicos destacados la pandemia que estamos viviendo. Todo daño tiene consecuencias, no podemos ensuciar la casa, destruir la fuente de agua, tirar abajo el techo y violentar a los nuestros sin consecuencias, y es precisamente lo que hemos hecho con nuestra casa grande.
Para los pueblos originarios no fue necesario que la ONU instale una fecha especial, su vínculo con la tierra es profunda, no se trata de usufructuarla o hacerla producir, tampoco de extraer de ella lo necesario para la sobrevivencia, se trata de hacer posible la vida y eso implica asumirse un ser más de todos los que pueblan el territorio. Muy lejos queda una mirada antropocéntrica, bajo la cual los humanos son los únicos que disponen y hacen uso de lo que hay en la tierra, decidiendo lo que tiene y no tiene valor bajo su interés y beneficio. Para los urbanos que aseguramos la subsistencia gracias al trabajo, nos es difícil comprender este vínculo basado en el cuidado, la protección y la crianza mutua entre todos los seres que hacen posible una existencia armoniosa con la madre tierra. Se trata entonces de otra manera de vivir la vida, una cosmoexistencia al cuidado y al amparo de esa madre que provee pero que también espera de sus hijas e hijos el cuidado necesario.
Contrariamente, alejarse física y/o espiritualmente de la pachamama, es perderse y rendirse ante la imposición capitalista que obliga a vivir para el trabajo, el consumo, la búsqueda de bienes y el beneficio propio sin que importen los otros. Para la industria extractiva no existe Pachamama, solo tierras llenas de bienes preciados con valor de mercado que alimentan la codicia y hacen posible la riqueza de unos pocos a costa de dañar las fuentes de agua y alterar los ecosistemas. En el caso de la agroindustria, un negocio rentable que explota las tierras con monocultivos altamente valorados en el mercado, se menosprecia la diversidad de especies y la sobrevivencia de otras formas de vida.
En las peores crisis políticas, sanitarias, económicas de cualquier país del mundo son los pueblos originarios los que han resistido gracias al pacto con la madre tierra, incluso a costa de perder su propia vida defendiéndola. Por eso este día es una buena ocasión para recordar a esas mujeres y hombres valientes guardianes de la pachamama, asesinados por traficantes, mafias y sicarios, y aunque su sacrificio no ha detenido la depredación de los bosques amazónicos y las concesiones mineras, estos pueblos renuevan todos los días el pacto sagrado invocando a sus ancestros y expresando en sus canciones, poesías o tan solo en su contemplación, el profundo amor a la madre que los cría y les brinda sus frutos.
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