La COVID-19 no es un fantasma, vive y se multiplica a través de los seres humanos, por lo tanto, no podemos estar en guerra contra nuestros propios cuerpos, pero sí podemos estar en lucha constante y permanente contra los condicionantes que facilitan su propalación, y mientras más se le estudie más pronto se obtendrá la vacuna para enfrentarlo. A mí no me fue tan mal -adquirí el virus probablemente en el mercado- con tres días de fiebre, dolores y malestares, comencé a remontar gracias a los cuidados cariñosos de mi esposo y mi hijo, la asesoría médica del seguro y de mi compadre, medicina paliativa y muchas bebidas tibias. Tengo una habitación en casa, así que pude aislarme para no contagiar a mi familia y seguro que en uno o dos meses recuperaré el olfato ¿Suerte? No. Tener casa, trabajo y algo de ahorros es más bien un privilegio en nuestro país.
La mayoría no puede contar la misma historia. Mis queridas amigas y sus padres del pueblo shipibo en Ucayali han padecido duramente dentro de sus hogares, apelando a sus conocimientos de plantas y tratamientos naturales, pero además a la solidaridad para poder comprar medicinas y alimentos. Para ellas no hay servicios de salud, tampoco los bonos prometidos y al igual que sus hermanas y hermanos de Cantagallo en Lima, la están pasando muy mal. Es un retrato más del abandono en el que se encuentran los pueblos originarios por parte del Estado desde hace 200 años ¿Acaso tendrán algo que celebrar en el bicentenario? No creo, y en memoria de mis ancestros tampoco celebraré. El 2021 merece el duelo por todas las peruanas y peruanos abandonados por el sistema de salud, muertos en la carencia y la fragilidad a la que los somete la pobreza; muertos donde no llegan los servicios, muertos sin oxígeno en la paradoja de ser guardianes del bosque amazónico, pulmón del mundo.
Pero, aunque apenas nuestra propia vida puede ser todo lo que poseemos, bien vale la pena lucha por ella y eso es lo que están haciendo los pueblos originarios en varios frentes: organización, denuncia pública, conocimientos y valores ancestrales. Hay familias enteras internadas en los bosques y en las cabañas de altura evitando el contacto con colonos y retornantes; sistemas de seguridad y justicia comunales activados para vigilar las entradas y salidas de las comunidades; sabias y sabios que ensayan remedios y dietas diversas para la prevención y atención de los enfermos; y la solidaridad y reciprocidad en su más elevado sentido para cuidarse y protegerse.
Los 200 años de abandono a los pueblos originarios no se remontarán fácilmente, pero nos toca como ciudadanos luchar con ellos, solidarizarnos, respaldar la denuncia internacional interpuesta por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) ante el Sistema Internacional de Protección a los Derechos Humanos del pasado 20 de abril, porque si el gobierno ha sido incapaz de garantizar sus derechos, queda luchar en la vía internacional.
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