Además de expresar mi opinión en relación a la educación y los pueblos originarios, esta columna intenta amplificar las voces de los ninguneados, de los que se asumen como objeto de protección en las políticas públicas, me refiero a las niñas y niños. No son los más contagiados durante la pandemia, pero sí lo más perjudicados por las medidas sanitarias al tener que convivir en casa con sus abusadores, el confinamiento y los daños a su salud mental, el empobrecimiento de sus familias, y su expulsión del sistema educativo.
Es verdad que no son todos, pero son los de siempre y el Estado peruano sigue resistiéndose a diseñar políticas preferenciales y diferenciadas para las distintas infancias: las más carenciadas, las que están en calle, las infancias trabajadoras, las infancias de los pueblos originarios, las que están en conflicto con la ley penal, las que tienen discapacidad. Esta diversidad de situaciones puede comprenderse en su profundidad bajo una mirada interseccional donde el género, la clase y la etnia logran explicar porque la necesidad de un tratamiento diferenciado. Lo que el Estado hace con serias limitaciones, lo hace con esmero la sociedad civil a través de sus organizaciones dando respuestas creativas con sus escasos recursos.
Una de las organizaciones emblemáticas que trabaja junto a la niñez es la Casa Generación, que hace poco perdió a Juan Enrique Bazán, quién junto a Lucy Borja fundaron una de las obras más desafiantes: acompañar, criar y amar a niñas, niños y jóvenes en situación de calle. Hace más de treinta años innovaron en el Perú el modelo de acogida, recibiéndolos con puerta abierta para propiciar que sean ellas y ellos quienes decidan transformar sus vidas. Recojo un post de su página de Facebook que honra el legado del gran maestro: “Juan Enrique siempre nos explicaba que la palabra hogar etimológicamente proviene de hoguera. Hacía alusión a ese fuego que calienta, alimenta, que es el centro de conversaciones que tocan el alma, de donde se aprende lo realmente importante de la vida; el fogón del hogar de las familias lo relacionaba con la vida en Generación”.
No se espera que el Estado sustituya a las familias, pero cuando estas les fallan a sus niñas y niños porque a su vez el Estado les falló a ellas, le corresponde intervenir por el principio del Interés Superior del Niño. En perspectiva bien podría trabajar con las organizaciones pequeñas como Casa Generación y muchas otras, que muestran el camino con sus largas trayectorias ¿Por qué no apoyarlas? ¿Por qué no puede funcionar la alianza pública-privada en lo social para que sus obras prosigan y el Estado aprenda y amplíe la escala de intervención? Las auspiciosas cifras macroeconómicas que profetizan que pronto nos repondremos de la crisis siguen ocultando lo que pasa con las familias más carenciadas, y es que las otras pandemias encubiertas como la violencia, discriminación y destrucción sistemática del ambiente continúan amenazando la existencia de niñas y niños.
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