Hemos perdido alrededor de 100,000 peruanas y peruanos por la COVID-19 a lo largo de un año y seguimos en medio de la pandemia. La angustia crece entre la población más vulnerable y la desesperación se apodera de millones de trabajadores informales quienes sin alternativas prefieren correr el riesgo de contagio a dejar de llevar el pan a la mesa. Las desigualdades están expuestas hace rato, el modelo neoliberal no es amigo de los más carenciados ni lo será, facilitará el enriquecimiento de los que más tienen y consentirá la explotación en todas sus formas. La esperanza de salvaguardar lo más preciado que tenemos -la vida- estaba puesta en las vacunas, pero inclusive esa esperanza se va empañando y desvaneciendo.
El escándalo de la repartija de vacunas de Sinopharm entre funcionarios y ex funcionarios públicos, autoridades universitarias, empresarios, investigadores y lobistas, y sus familias, cuyo destino era única y exclusivamente el ensayo clínico, ha generado una profunda indignación ahondando la desconfianza de la ciudadanía y recordándonos que en la escalera del poder estamos en el último peldaño. Los privilegiados viven su condición ignorando y despreciando a los demás, se creen merecedores de lo que poseen y no tienen la más mínima vergüenza para usar su poder en beneficio propio y mentir hasta el descaro para no perderlo. La población no cree en las excusas y las falsas disculpas, la hipocresía ha sido develada.
Una de las peores consecuencias inmediatas de la repartija de vacunas es el sentimiento de abandono, olvido y resignación de peruanas y peruanos que expresan en las calles y en las redes que nunca serán vacunados porque ese bien público preciado es solo para los que tienen dinero y poder. Lo cierto es que estamos presenciado la punta del iceberg, una expresión más de lo caduco del sistema capitalista y el modelo neoliberal, de su agotamiento e incapacidad para asegurar el bien común en medio de una crisis sanitaria, de lo inviable que resulta la democracia cuando esta se usa para llegar y capturar el poder, habilitar las argollas y gozar de los privilegios al viejo estilo de las cortes medievales. Estamos ante un sistema podrido atravesado por la corrupción donde impera el individualismo y la codicia.
El gobierno ha actuado separando a los funcionarios en servicio que han incurrido en tamaña corrupción y aprovechamiento de sus lugares de poder, ya se instaló una comisión investigadora del sector salud y se espera lo propio del Ministerio Público por la manera en que dichos funcionarios se han favorecido ilegalmente. A mi juicio un primer reto para el gobierno del presidente Sagasti es actuar con el máximo de transparencia, informar a diario de la compra, distribución y aplicación de las vacunas y restaurar en lo posible la confianza en el proceso de vacunación sin más demoras. Un segundo reto es actuar con celeridad en las investigaciones del caso apodado #Vacunagate y aplicar la justicia a todos los responsables con las sanciones y penas más drásticas posibles.
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