Somos capaces de reconocer y admirar el buen trabajo de las madres y padres cuando conocemos a sus hijos e hijas y apreciamos sus comportamientos y desenvolvimientos, sus buenas actitudes y sus logros. Nos damos cuenta que es resultado de la formación en casa y tal vez le demos algún crédito a sus maestras y maestros de escuela. Es lo esperado y en eso hay consenso, una buena formación asegurará que los niños, niñas y jóvenes desarrollen las capacidades para tomar buenas decisiones en sus vidas.
Lo que olvidamos con frecuencia es que hay otros agentes socializadores como los amigos y las redes que pueden incidir con más fuerza y poder en la formación y el comportamiento de cualquier persona. Por otro lado, no existen garantías que esos niños, niñas y jóvenes de hoy no vayan a cambiar el rumbo de sus vidas, olvidar los valores aprendidos y cometer errores con graves consecuencias.
Nos corresponde a padres y maestros trabajar en algunas grandes lecciones en la vida de los niños, niñas y jóvenes, y tal vez la más importante es: Hazte responsable de tus actos. Más allá del juicio y la sanción, ello permite mirarnos a nosotros mismos y a los demás, reconocer nuestros actos y asumir sus consecuencias. No hay fórmula ni guión para lograrlo, pero diría que pasa en primer lugar por poner en evidencia los diferentes sentimientos que el daño ocasiona a las víctimas, al victimario y a nosotros como padres o maestros mediadores. Cuando se exponen las diferentes perspectivas frente al daño hace posible la reflexión sobre los hechos y reconocer lo actuado. Un segundo paso es remediar los daños, pidiendo perdón y resarciendo a las personas afectadas; y un tercer paso es la sanción, entendida como una medida disciplinaria proporcional al acto cometido. En otras palabras, se trata de asegurar una lección de justicia. Castigar a los hijos e hijas impulsivamente es equivalente a un juicio sumario y puede tener consecuencias mayores, no habrá lección, solo un mal recuerdo, dolor y resentimiento.
El castigo como ejercicio de poder abusivo es tan nefasto como su otro extremo, que ante la falta no pase nada. Si desde esta perspectiva miramos y analizamos lo que está pasando en nuestro país, podemos decir que una de las faltas más frecuentes entre funcionarios públicos a todo nivel es la corrupción sostenida en la codicia del dinero y del poder, lamentablemente impune la mayoría de veces. Esto es lo que más le está preocupando a la ciudadanía y es un indicador, a mi juicio, de un legítimo anhelo de justicia creciente. Cada vez somos menos tolerantes con la corrupción y junto a la acción decidida de jueces y fiscales probos, empezamos a creer que sí es posible la justicia (y ojalá en los hogares también). Disponernos a encarar las consecuencias de nuestros actos es recuperar nuestra esencia humana, salir de nosotros mismos en camino a reconciliarnos con los afectados; huir solo pone en evidencia la inconciencia y el desprecio por la condición humana.
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