Tan cerca al bicentenario de la independencia del Perú y a pocos días de las Fiestas Patrias, resulta pertinente recuperar la frase de José Martí: Patria es humanidad. Y es que parece olvidado el sentido de peruanidad y desterrados de la memoria histórica los millones de mujeres y hombres que hicieron posible la independencia desde que los colonizadores llegaron a nuestras tierras. A casi dos siglos, nuestra humanidad, que debiera resguardar esa memoria y el sentimiento de igualdad y hermandad entre com-patriotas, parece evaporarse en medio de la ambición, la corrupción y el individualismo.
Los pocos momentos en que los peruanos estamos unidos es alrededor de la blanquirroja en las competencias deportivas o rankings gastronómicos, en torno a la pérdida de alguno de nuestros ilustres intelectuales o artistas, o cuando los políticos nos traicionan con acciones que pisotean nuestra dignidad y nuestros derechos. Sin duda es importante, pero no es suficiente para recuperar la humanidad perdida. Una evidencia de ello es lo que está ocurriendo con nuestros pueblos indígenas en sus territorios y la enorme distancia que existe entre la gestión moderna que pretende asegurar los beneficios para todas y todos los peruanos y esas formas otras de gestionar la vida, la educación, la producción, la alimentación y la familia.
En esa distancia y en los límites del sistema político y económico, los pueblos resuelven su subsistencia día a día con escasa intervención de los gobiernos, tan escasa como lo es la supervisión y fiscalización a los proyectos arrasadores extractivistas que amenazan los ecosistemas, es decir la vida misma. Por eso, en estas Fiestas Patrias podemos celebrar los momentos de triunfo compartido, pero no podemos celebrar la situación actual en la que se encuentran millones de peruanas y peruanos cuyos derechos existen en el papel y que beberán agua con sabor a petróleo o deshechos de relaves, que llorarán a sus hijos con metales pesados en la sangre o a sus animales muertos por contaminación, y que respirarán la escoria que emana de la actividad extractiva.
Pero no todo es oscuridad, porque entre el cielo y la tierra no hay un solo color que tiña nuestras esperanzas, hay millones de niñas, niños y jóvenes que sienten el Perú con optimismo, que cantan y bailan en las escuelas, que pintan sus diferentes banderas: la verde en señal de su compromiso con el ambiente y la madre tierra; la del arco iris porque creen en la igualdad y no le tienen miedo a la diversidad sexual; y la blanquirroja porque son conscientes que nacieron en este territorio inmenso y maravilloso -tantas veces mancillado- que resiste y que resistirá a pesar de todo. Por eso cantan en 48 lenguas, incluido el castellano, y más allá del 28 de julio, gestan una nueva conciencia identitaria, hablan de pueblos, de naciones, de otras formas de vivir la vida, de los seres poderosos que habitan la naturaleza y hacen posible la existencia, y sueñan la patria nueva y humanizada por la que luchan.
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