El bienestar es todo menos inmediatez. Ese fue el mensaje de mi última conferencia virtual, organizada por Cerebrum Latinoamérica, que trató sobre la neurociencia detrás de este concepto tan extendido, pero, a la vez, tan poco comprendido. De hecho, cuando se me propuso preparar este tema, lo primero que pensé fue «¡Tengo que asumir una vía transgresora, de la mano de la ciencia y la filosofía, para desarticular los mitos que existen y persisten sobre el bienestar!». Y así lo hice. Abrí con una cita extraída de la novela distópica Un mundo feliz de Aldous Huxley: «Tras aquellas semanas de ocio en Londres, durante las cuales, cuando deseaba algo le bastaba pulsar un botón o girar una manija, fue para él una delicia hacer algo que exigía habilidad y paciencia». ¿Con qué fin? Proponer una reflexión acerca de la cualidad laboriosa del bienestar y contrastar este atributo con el deseo cortoplacista, que abunda actualmente, de alcanzar este estado de forma presurosa.
Una vez asumida esta comparación, expliqué lo que es el bienestar y lo hice desde dos concepciones que se utilizan mucho en psicología. La primera nos habla del bienestar subjetivo, es decir, de la percepción muy personal acerca de cómo nos sentimos en general y qué pensamos acerca de nuestra vida. Este constructo se mide a partir de nuestro nivel de satisfacción con nuestra vida y de una sumatoria de frecuencias de afectos positivos y negativos —debo declarar que esta tipología de los afectos no me agrada, puesto que todos cumplen una función—. Por razones obvias, el resultado debe arrojar una mayor frecuencia de afectos positivos, entre ellos, la alegría, el gozo, el regocijo, la sensación de cercanía con las personas queridas, etc. La segunda se conoce como bienestar psicológico e integra seis componentes que, juntos, ofrecen un funcionamiento psicológico positivo. Por ejemplo, desde esta perspectiva, si logramos aceptarnos a nosotros mismos como somos, mantener relaciones positivas con los demás, incrementar nuestro grado de autonomía en cuanto a nuestras decisiones y a nuestra elección de una ruta de vida, poner en práctica nuestras fortalezas en el entorno o modificarlo para lograr que este se adecúe a nuestras capacidades, diseñar un propósito de vida y alcanzar todo nuestro potencial, vamos a sentir bienestar.
Si analizamos ambas concepciones de bienestar —dicho sea de paso, son nuestras medidas científicas para evaluar cuán bien con la vida se siente una persona en un determinado momento—, vamos a caer en la cuenta de que la cualidad urgente del bienestar se desvanece. Porque bienestar no es sinónimo de cumplimiento de deseos inaplazables o de emociones recompensantes de corta temporalidad. Bienestar es, stricto sensu, un estado con alta frecuencia de afectos positivos y baja frecuencia de afectos negativos, que incluye una evaluación de nuestra propia vida y el logro de un funcionamiento idóneo. En otras palabras, se trata de un indicador estable que reúne una serie de elementos que deben ser cumplidos para arrojar un resultado. En tal sentido, no depende de la satisfacción de impulsos inmediatos, pues esto está relacionado únicamente con el placer, y tampoco de sentir alegría o felicidad durante un lapso de tiempo breve, porque estas emociones, como otras de valencia positiva, deben ser frecuentes y responder a los demás componentes (p. ej., relaciones positivas con los demás).
Aunque parezca una nimiedad, es importante que reparemos en esta reflexión si queremos incrementar nuestro nivel de bienestar, en vista de que —lamento decirlo— no está a un clic o like de distancia, a menos que ese clic sea para separar una cita e iniciar un proceso de acompañamiento psicológico o psicoterapia. ¿Por qué digo esto? Porque, aunque no lo sepamos, de forma frecuente, no logramos sentir bienestar a causa de un funcionamiento psicológico que hace muy difícil aceptarnos, desarrollar relaciones positivas con los demás, ser autónomos y desplegar nuestro potencial, funcionamiento psicológico que se ha ido construyendo de modo no consciente a partir de nuestras vivencias a lo largo de la vida. Entonces, la mejor manera para subir nuestro nivel de bienestar, si partimos de este presupuesto, es buscar ayuda psicológica con una o un profesional.
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