El culpable es el agresor y que deje de hacerlo debe de ser la vía de salida de la violencia. Pero una forma de lograrlo es que la víctima no se quede aislada, que avise, que denuncie. Decirlo es fácil. Que ella lo consiga, no lo es.
“¿Por qué las mujeres víctimas de violencia de pareja en el Perú no buscan ayuda?” es el título de un reciente artículo, escrito por Jhon Ortega*, incluido en el libro Violencias contra las Mujeres. La necesidad de un doble plural (GRADE, PNUD, CIES).
La búsqueda de ayuda, precisa el artículo, es un proceso de tres pasos que no se dan en forma secuencial, sino que se retroalimentan.
Primero, la mujer necesita asimilar la violencia como un problema. Deja de negar su situación y rechaza la normalización de las agresiones. Por ello, agresiones aisladas son más difíciles de ser identificadas como un patrón denunciable. “Seguro no volverá a pasar”, piensan muchas.
Segundo, la mujer debe decidir buscar ayuda. Esto pasa cuando la violencia es concebida como algo indeseable, junto con la realización que las agresiones no cesarán por sí solas y que los recursos de ella para frenarla resultan insuficientes.
Tercero, la mujer debe decidir qué tipo de ayuda buscar. Para ello, empata sus necesidades con lo que cada fuente de ayuda ofrece. Hay una ponderación de costos (principalmente no económicos) de hacerlo. Las violencias leves se consultan más con amigas y las severas se llevan al sistema de justicia.
Una vez que esos pasos han sido alcanzados, la mujer víctima de violencia decide buscar ayuda. Pero ese es el modelo teórico. Ortega se preguntó hasta qué punto distintas variables propias de la mujer, de su relación y de su contexto influyen en que decida buscar a familiares o amigos o acudir por una vía más institucional como buscar ayuda (denunciar) en una comisaría.
La probabilidad de que ella busque ayuda en cualquier de estas fuentes disminuye en tres casos.
Primero, disminuye cuando el padre de la víctima agredió a su madre. Este hecho, denominado, transferencia intergeneracional de la violencia, nos dice que la violencia se aprende socialmente, reiterando los patrones que hemos visto y absorbido como normales.
Segundo, es menor probable que una mujer busque ayuda si ella misma justifica ciertas agresiones contra las mujeres. Muy alineado a lo anterior, la naturalización de la violencia entumece la posibilidad de asimilar la violencia como un problema. No se denuncia, por tanto.
Tercero, la probabilidad de buscar ayuda es menor cuando el agresor muestra señales de cariño en forma frecuente. Es la referencia clave al famoso ciclo de la violencia. Pega, se arrepiente, pide perdón, se muestran cariñoso y atento, aparecen tensiones, pega nuevamente y así sucesivamente.
Si los factores anteriores reducen la probabilidad de que una mujer busque ayuda, ¿más bien, qué factores elevan esa probabilidad? Básicamente la severidad y las consecuencias de la violencia sufrida en los últimos doce meses. Las mujeres que en ese tiempo fueron objeto de amenazas o ataques con cuchillo, pistola u otra arma, o fueron quemadas o estranguladas, tuvieron nueve veces más probabilidades de acudir a la comisaría. Igualmente, cuando las consecuencias fueron graves, esa probabilidad aumentó cuatro veces.
Más que explicaciones aisladas, estos tres factores son el reflejo de un sistema. La transferencia intergeneracional de la violencia, la normalización de la violencia y el ciclo de la violencia son expresiones claras de un conjunto de relaciones de género en donde el poder del hombre contra la mujer se ejerce, enseña, transmite y estructura las relaciones en forma estratégica para seguir dominando mediante violencia. Son, pues, patas de una sociedad machista.
Ortega, Jhon (2019). “¿Por qué las mujeres víctimas de violencia de pareja en el Perú no buscan ayuda?” En Wilson Hernández, Violencia contra las Mujeres. La necesidad de un doble plural. Lima, GRADE, PNUD, CIES. Disponible en: http://bit.ly/34oovME
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