Hace 26 años, Terrie Moffitt publicó un artículo* que marcó el estudio de las conductas delictivas. Incluso en una actualización reciente de sus tesis**, ella se reafirmó sobre la posibilidad de diferenciar claramente dos tipos de delincuentes: los esporádicos, a quienes describo en estas líneas, y los persistentes, a quienes guardo para la siguiente columna. Ambos son muy distintos entre sí, y difieren entre los riesgos que los llevaron a delinquir y a continuar delinquiendo.
Normalmente, pensamos que quien nace delincuente, muere delincuente. Adolescente que hoy roba una fruta, terminará siendo un asesino en su adultez. Quizás hasta un Gringacho. Pero no suele ser así. La mayor parte delinque entre los 15 y 19 años, aproximadamente. Vamos a generalizar. Es la edad en la que todo ser humano ha sido más fastidioso en su vida. La adolescencia tiene algo que ver ahí. La pregunta inquieta: ¿por qué?
La gran explicación está en lo que Moffitt llama la brecha de madurez. Es una brecha que hace alusión a la maduración biológica y social de estos jóvenes. En otras palabras, maduran tarde y con ello se prolonga la adolescencia irresponsable, retrasando hitos clave como el término de los estudios, contraer matrimonio, tener hijos y conseguir una ocupación estable. A este grupo de delinquir esporádico todo le llega tarde, incluyendo su maduración psicológica.
Los delitos que han cometido y las malas juntas sirven como pegamento para mantenerse en la lógica del robo. Pero no son los grandes delincuentes que uno se imagina. Muchos de ellos son, digamos, carteristas de poca monta, arranchadores de objetos. Son los que abundan.
Los delincuentes esporádicos no son manzanas que nacen podridas, sino que van siendo contagiadas por otras cercanas. Las malas juntas son la gran razón por la que se enganchan durante su adolescencia en el crimen. Tener malas juntas a los 13 años y a los 18 años son las explicaciones sólidas (en términos de los modelos estadísticos que predicen su involucramiento delictivo) sobre por qué delinquen. Las malas compañías se amalgaman con una personalidad que buscan continuamente sensaciones nuevas, variadas, intensas y riesgosas por el simple deseo del disfrute.
Una vez que maduran, tampoco es que tengan todo resuelto. No desaparecen sus dificultades. Muchos de ellos suelen seguir enganchados particularmente al consumo de drogas y alcohol. Algunos acumulan un pasado delictivo importante y otros cargan con una deserción escolar temprana. Dificultades de este tipo continúan siendo un obstáculo al lograr la tan ansiada madurez. Les complican la salida del mundo delictivo.
Frente a los delincuentes persistentes, los esporádicos han acumulado menos factores que riesgo. Esta menor carga hace posible que su reintegración a la vida social sea más fácil pues su enganche delictivo es puntual. De ahí que los programas de control de consumo de drogas y alcohol sean efectivos en ellos. Los alejan del consumo y de la reincidencia delictiva, más aún si hay un trabajo de recuperación que incluye a su familia. Este tipo de intervenciones es de nula efectividad en los delincuentes persistentes. Ellos son otro lote.
Muchos jueces y ciudadanos son de la idea de recluirlos en una cárcel para “sanar” a los delincuentes esporádicos. El gran riesgo es empeorarlos. Recordemos que su condición delictiva es temporal.
Por supuesto, no hay que cruzarnos de brazos y esperar a que en algún momento dejen de delinquir. La justicia incorpora salidas más adecuadas al perfil esporádico de estas personas, como la justicia restaurativa, el medio libre o las penas comunitarias. Y al respecto, hay muchos trabajos que señalan que estas vías son más efectivas que meterlos a la cárcel.
* Moffitt, Terrie (1993). Adolescence-limited and life-course-persistent antisocial behavior: a developmental taxonomy. Psychological Review, 100, 674–701. Disponible en: http://bit.ly/2LIddx6
** Moffitt, Terrie (2018). Male antisocial behaviour in adolescence and beyond. Nature Human Behaviour, 2, 177–186. Disponible en: https://go.nature.com/30iCDp6
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