RPP Noticias conversó con expertos y expertas para dar luces sobre la espera como tópico literario. Un tema para reflexionar mientras aguardamos en medio de la pandemia del nuevo coronavirus.
Tan antiguo y visitado, como el amor y la muerte, es el tema de la espera. En medio del aislamiento social obligatorio por el nuevo coronavirus, las personas cuentan los días con la expectativa de que la pandemia llegue a su fin. Aguardan, confinados, el desenlace de una etapa. Y este es un aspecto tan natural de nuestra existencia que la literatura, vocera de la condición humana, se ha encargado de registrar en todos sus géneros.
A Homero, poeta clásico de la antigua Grecia, le debemos uno de los personajes más emblemáticos de la espera: Penélope, la esposa del rey Ulises que aguarda su retorno a Ítaca mientras da largas con trabajos hilanderos a los pretendientes que la asedian. Para la escritora Karina Pacheco, esta es una expectación que, tras ser romantizada a lo largo del tiempo, termina por convertirse a la luz de las actuales lecturas en un hecho trágico.
“El personaje desaparece, mientras Ulises tiene mil aventuras. Él está en acción y ella en espera”, dijo a RPP Noticias. Una idea en la que, según la crítica literaria Andrea Cabel, cabe “cierto rasgo de género”. “Telémaco, como su madre, también espera el regreso de Ulises, pero él puede salir a buscarlo. Su espera se mueve dentro del tópico de viaje; Penélope, en cambio, se queda ahí, tejiendo y destejiendo”, indicó.
En otra orilla, Sherezade, la protagonista de “Las mil y una noches”, encuentra en la espera un refugio al prorrogar, con las armas de la ficción, la resolución de un destino oscuro: la ejecución de su muerte a manos del sultán Shahriar. Como sostiene Andrea Köhler, autora de “El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera”: “Esperar es algo tan difícil de compartir como el sueño, pese a que a veces tratemos de pasar el tiempo con juegos, por ejemplo, o contando cuentos”. Y quizá allí resida el fin último de los relatos: la dilación de nuestro tiempo en el mundo.
LA ESPERA ABSURDA
Asegura Köhler que "condenar a esperar es una maldición". Se tiene la sensación de que nuestro tiempo lo dirige otra persona. Y así ocurre en la obra de teatro “Esperando a Godot”, del irlandés Samuel Beckett, donde dos vagabundos, Vladimir y Estragon, aguardan a que Godot llegue a su encuentro mientras sostienen una conversación sin dirección alguna. Es esta, según el crítico Paolo de Lima, una “vana espera que simboliza el sinsentido de la vida”. Y no se trata, por supuesto, de cualquier sinsentido.
Como recordó Andrea Cabel, “Esperando a Godot” es también la expresión de una época convulsa. “Este teatro del absurdo fue publicado después de la Segunda Guerra Mundial, en todo un contexto de depresión, pérdida de humanidad y fe en los demás”, afirmó. El tipo de sinrazón propia de los tiempos modernos, que desembocó en dos guerras mundiales y que Franz Kafka supo presagiar a principios del siglo XX a través de novelas como “El Proceso” y “El Castillo”, donde una burocracia sin rostro somete a los individuos a una espera implacable.
En entrevista con RPP Noticias, el crítico y poeta Carlos López Degregori opinó que en el relato “Ante la ley”, incluido en “El Proceso” de Kafka, se “condensa el tópico de la espera como un absurdo”. Allí se cuenta la historia de un campesino que, tras años de esperar sentado en un banco a que un guardián le abra la puerta para pasar a la ley, este decide cerrarla antes de su muerte, no sin antes revelarle que esa puerta estaba destinada para él.
“La espera muchas veces tiene que ver con la inacción, no tratar de resolver o transformar las cosas. La espera supone una pasividad”, sostuvo López Degregori. Un estado de inercia al que se abandona el protagonista de “Zama”, del argentino Antonio Di Benedetto, quien narra la historia de un oficial español del siglo XVII que espera su transferencia desde Asunción a Buenos Aires, pero esta jamás llega. Los días pasan por encima de él con una lentitud similar a la que padece el militar en retiro de “El coronel no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez, quien, como dijo Paolo de Lima, “espera cada viernes durante quince años ininterrumpidos, la confirmación de su pensión de veterano de la guerra civil”.
ESPERANZA MIENTRAS SE ESPERA
Hay otras esperas que son iluminadoras. En palabras de Karina Pacheco: “En la espera hay cierto gozo, pues también está vinculada a la esperanza, cuando planificamos algo y aguardamos a que llegue, que haya una situación que nos alumbre”. Mantener la ilusión de una cura que acabe con la COVID-19, por ejemplo, no resulta vano y brinda otra perspectiva hacia el futuro, por más incierto que parezca.
Es la clase de esperanza que alimentó una muchacha judía, entre 1942 y 1944, mientras lidiaba con la persecución nazi. “En ‘El diario de Ana Frank’, uno ve que ella espera que ese tiempo termine, pero con una chispa de vida que va iluminando su escritura en medio de esa tragedia que la mantiene encerrada”, reflexionó Pacheco. Y es que, como explica Andrea Köhler, “esperar es, así, nuestra primera práctica en el pensamiento utópico, en la resistencia contra las imposiciones de un mundo que diseñan otros”.
De esta resistencia da testimonio la francesa Marguerite Duras, en 1945, cuando registró en su libro “El dolor” su lucha por traer de vuelta a su esposo, quien estuvo prisionero en el campo de concentración de Dachau. Pese a la angustia, las noticias tristes, la grisura de sus días, Duras encontró en sus actividades una forma de rebelión contra la expectación. El mismo impulso que mueve al anciano Santiago en “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway, a esperar sobre su embarcación la pesca de ese gran animal en el mar caribeño. “Esa espera activa me emociona más que la romantización de la espera pasiva”, confesó Pacheco.
ESPERAR EN PERÚ
Y en la literatura peruana, ¿qué esperan los personajes? Para López Degregori, “la narrativa peruana, fundamentalmente la realista, está articulándose en función a esperar que algo se transforme, que algo cambie”. Se trata, en ese sentido, de una espera con tintes políticos, que comunica una pugna por alcanzar igualdades aplazadas en un país donde las estructuras de poder se muestran indiferentes ante las urgencias sociales.
De allí que Paolo de Lima tome como referencia “La espera posible”, de Grecia Cáceres, que registra la historia de tres mujeres de finales del siglo XIX e inicios del XX en Recuay, pueblo andino de Áncash. Allí, “la espera está relacionada a la superación de los prejuicios hacia la mujer en tanto su potencialidad como lectora (“mujer sin marido, mujer que ha leído”) y al homoerotismo oculto que la novela aborda, y que la narradora de finales del siglo XX continúa deseando (“jalar el hilo y unirme a ellas”) en pos de una definitiva emancipación femenina”.
Por otro lado, Andrea Cabel manifestó que “Adiós, Ayacucho”, de Julio Ortega, representa “una espera políticamente activa”. Tras su muerte, producto de una explosión, el dirigente campesino Alfonso Cánepa decide viajar hasta Lima para pedirle al presidente que le devuelva sus huesos. “Está aguardando que le den sus restos y eso es una espera elaborada por un reclamo”, expresó Cabel. Una espera que simboliza las heridas abiertas en la sociedad peruana.
Curiosamente, entre estas esperas de clamor social, Julio Ramón Ribeyro escribió sobre una de corte íntimo y esperanzadora. Según Carlos López Degregori, esta espera es la que pone en marcha su cuento “Silvio en el rosedal”. “Silvio, el protagonista, se pasa toda su vida tratando de descifrar un enigma. Eso es lo que él espera, es su faro y esperanza. Y empieza a darle soluciones tentativas hasta que al final se percata que, en realidad, el enigma no existe, está en sí mismo, y se pone a tocar música para él solo. Y tiene la certeza de que nunca lo había hecho mejor”.
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