El sello editorial Alfaguara ha reunido todos los cuentos del autor argentino en dos volúmenes y una presentación más amables con sus lectores. Una buena oportunidad para iniciar o revisitar la faceta más virtuosa de uno de los escritores más entrañables del ‘boom’ latinoamericano.
Cada lector llega a ciertas conclusiones al cabo de unos años, luego de leer cierta cantidad de libros. Son certezas que no están fuera de discusión, pero que para uno van convirtiéndose en verdades por obra y gracia de la relectura. Esta es la mía: la cima más alta que alcanzó la obra de Julio Cortázar se la debe a sus cuentos. En muchos de ellos, el autor argentino no solo rozó la perfección, sino mostró con mayor claridad que en otros libros —incluso la misma Rayuela— su ingenio, su espíritu, sus obsesiones, su audacia. Volver a leerlos produce todavía un efecto de fascinación, aun cuando sepamos lo que ocurrirá a la vuelta de cada página.
Para conmemorar sus 110 años de nacimiento y 40 de muerte, la editorial Alfaguara ha publicado este 2024 una nueva edición de los cuentos completos del escritor argentino. Los ha dividido en dos volúmenes, cada uno con una carátula que refleja dos etapas de su vida. Si bien no traen ninguna novedad en comparación a las últimas colecciones —que también incluyen La trompeta de Deyá, el famoso prólogo de Mario Vargas Llosa— es una edición con acabados superiores en cuanto a diseño, papel y diagramación, que depara una mejor experiencia para quien espera tener un reencuentro con estas ficciones o maravillarse de ellas por primera vez.
Ingresar al mundo de Cortázar es una experiencia epifánica. Significa suspender por un instante toda lógica, o todo sentido común, para dejarse arrastrar por historias donde los personajes vomitan conejos, cruzan fronteras a través de puertas secretas o persiguen a sus dobles en otros confines. La realidad es alterada de manera progresiva por las leyes del absurdo, lo onírico, el juego y la imaginación. Todo eso que clasificamos como “fantástico”, un género que el escritor argentino practicó con brillantez desde sus textos iniciales, recogidos póstumamente en La otra orilla, hasta el último libro de cuentos que publicó en vida, Deshoras.
“Cortázar era un escritor realista y fantástico al mismo tiempo”, escribe Vargas Llosa en el prólogo. Sin embargo, incluso en sus cuentos de corte menos fantástico se accede a la realidad desde una óptica ilusoria, que aportó una deliciosa ambigüedad a sus ficciones y partió muchas veces de una lectura atenta de la tradición rioplatense (Borges, Quiroga, Bioy Casares, Hernández, entre otros) combinada con la obra de autores canónicos de habla inglesa y francesa (Poe, Stevenson, Maupassant, por ejemplo), y las vanguardias de entreguerras (surrealismo, simbolismo, dadaísmo, etcétera).
Todas estas influencias, por supuesto, están tamizadas a través de una prosa donde la espontaneidad puede notarse desde los relatos tempranos. Cortázar solía decir que escribía siguiendo un ritmo similar al de una jam session de jazz, bajo un pulso parecido al que guiaba la escritura automática de los surrealistas. Pero en sus cuentos las cuerdas del lenguaje están tan tensadas que nada allí luce improvisado. “Esa poética del éxtasis, que profesan los jóvenes tontos” —escribió una vez el narrador argentino Abelardo Castillo— “sólo es útil si ya se es Cortázar, si ya se tiene una ciega confianza en que las palabras hablan por nosotros”.
Aquella libertad para moverse entre lo oral y lo literario, lo erudito y lo popular, lo poético y lo cotidiano, han mantenido sin arrugas el estilo cortazariano. Ejemplos sobran: Torito, Las ménades, Circe, La noche boca arriba, El perseguidor, La señorita Cora, Todos los fuegos el fuego, Después del almuerzo, Una flor amarilla, y un largo etcétera. Aunque su frescura le debe mucho también a ese humor por las cosas mínimas, capaz de producir ternura y desconcierto como lo demuestran Historias de cronopios y famas o Un tal Lucas, tal vez los cuentos más inclasificables y divertidos que entregó.
No se sigue siendo el mismo después de leer los cuentos de Cortázar. Algo en nuestra mirada se modifica: la cotidianeidad adquiere una magia inconsútil y podemos soñar y advertir el reverso de las cosas, haciendo a un lado su solemnidad. Los relojes ya no son simples regalos, llorar requiere ciertas instrucciones, las líneas de nuestras manos pueden recorrer distancias, las chompas son prendas mortales y todo a nuestro alrededor es capaz de dialogar con las voces de dioses y culturas antediluvianas. La vida se convierte de golpe en un juego de referencias, peligroso o divertido según se le mire. Y de eso, precisamente, se trata la literatura.
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