El 10 de octubre se inaugura esta muestra a las 7:30 p.m. en el Centro Cultural de España con ingreso libre.
El recuerdo de familiares perdidos a la vera del camino, es perpetuado en altares que recuerdan lo efímero de la vida y que el artista plástico Mario Silva con una mirada personal ha recogido en la exposición Altares de camino.
La exposición documenta a través de 2.400 km. de la carretera Panamericana a lo largo de la costa del Perú, donde se retrata una arquitectura peculiar dedicada a la memoria de los muertos, mostrándonos variadas formas de altares, lugares, contexto, si dejar el tema religioso. La investigación del artista está compuesta por 800 imágenes aproximadamente.
“Los altares que figuran en esta serie son, muchos de ellos, actos de recordación frente a la muerte repentina de algún familiar o ser cercano. Son monumentos que hablan de tragedia, de infortunios, de familias envueltas en el pésame, de lo transitorio que es nuestra existencia. Hablan también de la fe religiosa, eso sí; pero mucho más de lo efímero y de esa necesidad humana, manifiesta en toda sociedad, de fijarle un sentido duradero y concreto a la muerte. El hecho de que estén erguidos en el lugar preciso de la muerte, y no en un camposanto o cementerio nace, a mi parecer, de la convicción de que hay una transformación metafísica instantánea, un paso de lo material a lo espiritual, en el momento de la defunción. Es una idea intuitiva, instintiva, que guarda una relación bastante tenue con los dogmas religiosos.” Nos comenta Roger Atwood (Crítico y corresponsal en Londres de la revista ARTnews)
Por su parte Silva nos habla de la exposición: “Los altares que figuran en esta serie son monumentos que hablan de tragedia, de infortunios, de familias envueltas en el pésame, de lo transitorio que es nuestra existencia. Hablan también de la fe religiosa; pero mucho más de lo efímero y de esa necesidad humana, manifiesta en toda sociedad, de fijarle un sentido duradero y concreto a la muerte. El hecho de que estén erguidos en el lugar preciso de la muerte, y no en un cementerio, nace de la convicción de que hay una transformación metafísica instantánea, un paso de lo material a lo espiritual, en el momento de la defunción”.
Las imágenes juegan, además, con nuestras expectativas de escala de una manera que nos dejan confundidos con lo que estamos viendo, en parte porque los altares en sí son muchas veces copias en miniatura de catedrales o templos enormes y en parte por el trabajo del propio artista de sacarnos de nuestra cómoda posición de espectador. Lo que es pequeño parece grande y a veces viceversa, y esa disyuntiva produce una sensación desorientadora, hasta perturbadora. Las fotografías, en cierta forma, cumplen con la intención de los constructores de estas humildes edificaciones de enaltecer al muerto y al culto. Le da altura y resonancia a un fenómeno popular nacido de la adversidad. Lo saca de lo pasajero y le da permanencia. Lo mueve un poquito hacia la inmortalidad.
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