Esta Gioconda fue pintada en el taller del maestro Leonardo Da Vinci por uno de sus discípulos y de forma simultánea a la original del Louvre.
"Esta es más guapa". El público ha dictado sentencia. En el Museo del Prado de Madrid, miles de personas se arremolinan cada día en torno a la Gioconda pintada en el taller de Leonardo, cuya restauración ha revolucionado el mundo del arte.
Diez días después de su presentación oficial, la tabla de nogal sobre la que un discípulo de Da Vinci pintó esta bellísima copia luce como una estrella en medio de tantas obras maestras.
Un simple cordel aleja al bullicioso público de esta otra Gioconda. Apenas un metro separa al impaciente turista de la enigmática sonrisa, frente a la urna de cristal que protege a la original en el Louvre. Sin llegar a las aglomeraciones de la parisina, la madrileña tiene siempre varias decenas de personas alrededor.
Flanqueada por una Pietà de Sebastiano del Piombo y la Última Cena de Agostino Carracci, la Mona Lisa es hoy el centro de atención de un museo que recibe cada año a casi tres millones de personas.
El repinte que ocultó el paisaje es posterior a 1750, es decir, se hizo ya en España. Su periplo no es tan accidentado como la del Louvre, de ahí su buen estado de conservación, al que se suma la excelente restauración a la que acaba de ser sometida.
Está documentada su presencia en la Corte española al menos desde 1666. Habitó en el Alcázar de Madrid, se salvó de su incendio en 1734 y no entró a formar parte del Prado hasta 1819.
El catálogo de 1821 la califica como "Retrato desconocido de señora" y lo atribuye a Leonardo. Cinco años después, ya se le identifica como "Retrato de Mona Lisa".
En 1845, el catálogo de Madrazo la enumera con el 666 y describe así a la Gioconda: "Célebre por su hermosura, mujer de Francisco Giocondo, caballero florentino".
Pero en el inventario de 1873 se desvela que es una copia del "precioso original" y se le despoja "de los usurpados honores que se la venían tributando". Así, "deshonrada", permaneció en un segundo plano hasta la semana pasada.
A espaldas de la Gioconda, otra sala alberga la "Anunciación" de Fra Angélico, las tablas de Botticelli, el Cardenal y una Sagrada Familia, de Rafael, ajenos al murmullo de la Mona Lisa. Paradójicamente, uno de los espacios terrenales con mayor densidad de belleza por metro cuadrado está por la tarde casi vacío, aunque la algarabía de la galería vecina no permita recogimiento alguno ante tanta perfección.
"Qué sonrisa más simpática", exclama una mujer. "Es más joven esta", le contesta su acompañante. Entre los curiosos llama la atención ese 666, de evocaciones satánicas, dibujado en el margen inferior izquierdo.
Durante las dos horas vespertinas en las que la entrada al Prado es gratuita la avalancha es mayor. Un grupo de mujeres mayores abre el debate. "¿Te gusta más esta o la del Louvre?". "Esta, esta es más bonita", le responde su amiga. "No son iguales para nada...", apunta otro turista.
Los paneles situados junto a la Mona Lisa, con detalles sobre la restauración y la historia del cuadro, no satisfacen del todo, y la gente pregunta a viva voz. "¿Pero la del Louvre seguro que es la auténtica?", se atreve a insinuar alguien del público.
Las discusiones son respetuosas pero sale ganando la Gioconda española por abrumadora mayoría. Es más guapa, sus colores son más vivos y no está deteriorada como la parisina. "Si Napoleón la tenía en un cuarto de baño, cómo no va a estar así", le explica un hombre de mediana edad a su grupo.
"Yo creo que esta tiene la sonrisa más marcada", dice un turista. "Se le ven mejor las trenzas, pero la expresión de la cara no es igual", advierte otra.
En el museo están sorprendidos por la expectación. En la tienda oficial, la Gioconda compite ya con Majas y Meninas. Se venden láminas a 5 euros, postales a 1 euro, imanes a 3 euros y espejos de mano también a 3 euros.
Y si el visitante desea que le impriman una copia, los videoterminales le permiten elegir material y tamaño de la reproducción. Para colgarla en el salón... o el cuarto de baño.
EFE
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