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Los 96 de Universitario en pandemia: un homenaje a los cremas que se fueron

Héctor Chumpitaz en el matrimonio de Javier Lino.
Héctor Chumpitaz en el matrimonio de Javier Lino. | Fuente: Cortesía de Javier Lino (hijo)

La pandemia cobró miles de vidas en nuestro país. Muchas de ellas, futboleras. Esta es la historia de tres hinchas de la 'U' que, seguro, alentarán desde donde estén.

Un niño que limpiaba autos para ver a la 'U', un hombre que celebraba los 7 de agosto como si fuera su cumpleaños, y un padre que se volvió hincha por su hijo. Tres personajes que hoy, en los 96 años de Universitario de Deportes, ya no están. 

Este es un homenaje a las víctimas de la pandemia que, desde donde estén, seguro seguirán coreando que Universitario es, del balompié peruano, la máxima expresión. 

Sueño cumplido

El día del matrimonio religioso de Javier, una multitud llegó a la recepción. Eran tres cuadras de Las Flores, en San Juan de Lurigancho, llenas de personas no invitadas al evento, que hacían cola para ingresar. El objetivo no era saludar a los recién casados, sino ver al padrino de bodas.

“Don Héctor, mi hermano no lo va a comprometer con nada, solo quiere su presencia”, le había dicho, días antes, Carlos, uno de los trabajadores de la hacienda Chumpitaz. El ídolo de Universitario, hasta un par de años antes jugador del primer equipo, aceptó la propuesta con una condición: ir con su esposa.

Con camisa blanca, terno plomo, un juego de platos en las manos y, por supuesto, María Esther Dulanto a su lado, el ‘Capitán de América’ cumplió su palabra. “Mi mamá, más que por el matrimonio, estaba nerviosa por ver tanto invitado. Mi papá estaba feliz. Imagínate ser hincha de la ‘U’  y que tu padrino será Chumpitaz. Fue un sueño hecho realidad”, recuerda ahora, 32 años después, su hijo.

 

Héctor Chumpitaz en la boda de Javier Lino.
Héctor Chumpitaz en la boda de Javier Lino. | Fuente: Cortesía Javier Lino (hijo)

“No me pagues, pero hazme entrar”, fue más o menos lo que Javier, a sus 11 o 12 años, le pidió a su tío. ‘Goyo’, ya cerca de la base cinco, trabajaba cuidando y lavando carros en la explanada sur del antiguo Estadio Nacional. Era conocido y querido en el lugar. Podía, sin problemas, cumplir el gusto de su sobrino. “Yo te llevo, pero gánatelo”, le respondió.

Los fines de semana, Javier se levantaba tempranito, se alistaba y se dirigía al coloso de José Díaz con la idea de disfrutar de seis horas de puro fútbol. Claro que, por lo general, quedaba solo en una ilusión. El tío ‘Goyo’ le exigía ganárselo, y él cumplía. Siempre cumplía. Cuidaba y limpiaba autos, mientras escuchaba a los lejos la celebración de los goles. Pero, eso sí, el último encuentro no se lo perdía por nada.

“Tú elige tu equipo”, le dijo ‘Goyo’ una vez. En la cancha, 22 muchachos hacían lo suyo detrás de un balón: 11 vestían de crema y 11 de blanquiazul. Era el clásico del fútbol peruano. “Tío, ese equipo me gusta”. ‘Goyo’, quien, seguramente, hasta entonces solo cruzaba los dedos, le contestó con tres palabras: “Es la ‘U’”.

“Mi tío, que también era crema, le explicó que la ‘U’ se caracterizaba por la garra y que el otro equipo tenía más talento. Mi papá se volvió hincha”, nos cuenta Javier Lino hijo, porque Javier Lino padre ya no puede. Hace dos meses y un día, el niño que limpiaba carros para ver a su equipo, el treintañero que cumplió su sueño de tener a ‘Chumpi’ como padrino de bodas, y el señor que le inculcó a su heredero el hinchaje, fue una víctima más de la pandemia.

Javier Lino hijo y Javier Lino padre en el estadio Lolo Fernández.
Javier Lino hijo y Javier Lino padre en el estadio Lolo Fernández. | Fuente: Cortesía Javier Lino (hijo)

Javier Lino hijo se volvió hincha de Universitario gracias a su ‘viejito’. Él, que primero lo llevaba a la popular, trabajó durante siete años en una marca de gaseosas que auspiciaba los partidos de la Selección y el torneo, y lo escondía en el suelo del camión que ingresaba a los estadios con todo el Product placement: la botella gigante que inflaban al borde de la cancha, los paneles publicitarios, las botellitas de tamaño real y la mesa que colocaban en la conferencia de prensa. “Ingresaba a la cancha, por occidente. He visto también partidos detrás del arco”, recuerda.

En el año 2002, sin embargo, la situación cambió. “Papá, tanto que me has llevado tú, ahora me toca. Yo no te puedo llevar a la cancha, pero te traigo al menos a oriente”, le dijo. Y así fue. En la final del año 2013, ante Real Garcilaso, Javier estuvo en el Monumental. Y aunque se perdió algunos partidos de forma presencial –como el último clásico, por la fecha 6 del Apertura-, nunca dejó de seguir al equipo por radio o televisión.

“Limpiando sus cosas, encontré un álbum que llené con él en el bicampeonato de 1999. Lo llenamos en la cocina de mi casa, él traía los periódicos para coleccionar las figuras. Lo completamos y lo cuido como oro. También me quedé con sus camisetas antiguas. Cuando se abra el estadio para el público, iré con una de ellas”, menciona el heredero.

El 6 de junio, Javier padre, de 62 años, no llevó ni la camiseta crema, ni el hábito morado de la cuadrilla 20 del Señor de los Milagros en el ataúd. Y no porque no fuera su último deseo, sino porque el protocolo sanitario lo impide. Pero más adelante, en esa lápida de Campo Fe, algún detalle crema habrá. Es el plan. Es lo que, seguro, las personas que hicieron tres cuadras de cola hubieran querido, aunque no lo conocieran.

Javier Lino hijo y Javier Lino padre en un aniversario de Universitario.
Javier Lino hijo y Javier Lino padre en un aniversario de Universitario. | Fuente: Cortesía Javier Lino (hijo)

Caricatura póstuma, de papá que ahora está en el cielo y el hijo deseaba tener un bello recuerdo Pintada con iPad y Procreate #caricaturadigital #caricature #caricaturas #caricatura #ipadpro #procreate

Publicado por Toñito Avalos Ilustrador en Miércoles, 15 de julio de 2020

Por partida doble

Hace un año, Amelia recibió una foto de su papá. Él, desde Moyobamba, posaba, con una sonrisa algo tímida y la camiseta crema bien puesta. Llevaba, en una mano, una botella de ron para el salud respectivo y, en la otra, una torta que tenía el escudo de la ‘U’ y dos palabras escritas: “Feliz día”.

Eduardo celebraba los aniversarios de Universitario así, como si fueran los de su matrimonio. Y los de su matrimonio, a decir verdad, los festejaba, cada 27 de abril, como si fueran los de la ‘U’: nuevamente con esa sonrisa tímida, la camiseta crema bien puesta y una torta con el escudo del club.

Eduardo, el 7 de agosto del año pasado | Eduardo y Rachel, en su último aniversario,
Eduardo, el 7 de agosto del año pasado | Eduardo y Rachel, en su último aniversario, | Fuente: Cortesía Amelia Supo

Rachel, su esposa, lo entendía. No había nada que reclamar. El romanticismo lo había demostrado muy bien tres décadas atrás. Ella, que había llegado a la capital para ser profesional, tuvo que dejar los estudios por presión de sus padres, quienes no aprobaban su relación con ese hombre ya egresado de contabilidad. Obligada, regresó a su natal San Martín. Pero él, terco y enamorado, recorrió más de mil kilómetros para luchar por amor. Y nunca se fue.

Amelia, Rachel, Eduardo y Camila en el estadio Monumental.
Amelia, Rachel, Eduardo y Camila en el estadio Monumental. | Fuente: Cortesía Amelia Supo

Amelia (28), Eleazar (26) y Camila (12) son la prueba de que todo valió la pena. Aunque la menor vivía con ellos en Moyobamba, los dos mayores ya llevaban tiempo en Lima. Eduardo viajaba a la capital cada vez que podía, una o dos veces al año como máximo, un poco para visitarlos y otro poco para ver a su gran amor, Universitario de Deportes.

“Siempre programaba su viaje cuando hubiera un partido la ‘U’ de local para, justamente, ir al estadio”, nos cuenta la hija mayor. Con entrada asegurada y pasaje en mano, Eduardo sacaba de su armario alguna camiseta crema, una gorra de su equipo y subía al avión, ya imaginando que volvería a su lugar en el mundo: la tribuna oriente del Monumental.

Cuando, en cambio, debía ver el partido por TV, tenía a su mejor representante en la popular. Salvo casos excepcionales, Amelia no faltaba al estadio. Y, al salir, sea con triunfo o derrota, papá la llamaba para sentirse parte del resultado. “Veía en mi lo que él no podía hacer, que era ir al estadio. “Mi papá me regalaba los abonos. Él amaba a la ‘U’ como si fuera uno de sus hijos, a esa magnitud. Coleccionaba camisetas, gorros, banderines. Mi casa es crema con guinda. Todo lo que te puedas imaginar de la ‘U’, está en mi casa”, dice ‘Ame’, quien agrega que el hinchaje estaba en la sangre: “Mi abuelita paterna nació el 7 de agosto de 1924. Celebrábamos doble: la ‘U’ y mi abuelita. Eso era el 7 de agosto para nosotros”.

Eduardo, en la fachada de su casa, en Moyobamba.
Eduardo, en la fachada de su casa, en Moyobamba. | Fuente: Cortesía Amelia Supo

Él alza el dedo pulgar, como diciendo que va a estar bien. Amelia lo ve detrás de una pantalla, a más de mil kilómetros de distancia, y le cuesta pensar en lo que viene. Él mueve la mano. Intenta disimular las lágrimas. Lo hace bien. Ella, en cambio, no se aguanta nada. En su mente está la Feria de Cali a la que planearon ir a fin de año, las camisetas que faltan coleccionar, los abrazos pendientes. Y los 7 de agosto restantes. El 7 de agosto próximo.

José Eduardo Supo Vega falleció el 10 de julio de 2020. Al día siguiente, su hija mayor llegó a Moyobamba. “Hubiéramos querido enterrarlo con una camiseta, pero no se podía. Estamos viendo cómo ponerle, en la tumba, algo de la ‘U’ y Héctor Lavoe, porque amaba la salsa”, nos cuenta. Mientras tanto, hoy, siete de agosto, hay un hombre festejando en el cielo, con una sonrisa tímida, la crema bien puesta y una torta en mano. Y la celebración es, no lo duden, por partida doble.

Eduardo Supo Vega.
Eduardo Supo Vega. | Fuente: Cortesía Amelia Supo

De tal astilla, tal palo

El padre no le heredó el hinchaje al hijo. Fue el hijo, Juan Diego, quien volvió crema al padre. Florencio no era fanático de Universitario, ni del fútbol, siendo sinceros. Lo suyo era el arte: la danza y la pintura. Le gustaban los cuadros, las piezas chiquitas, las antigüedades, los detalles. Ese 13 de diciembre del año 2009, sin embargo, le propuso ir al Monumental.

Juan Diego salió de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la San Martín, en la Av. La Fontana, con los típicos nervios post examen de admisión, y su ‘viejito’ estaba ahí, esperándolo. A 2.5 km. -30 minutos a pie-, Universitario luchaba por el título en casa, ante el clásico rival, Alianza Lima. “Vamos”, le dijo. Y fueron.

“Pasamos por todo el exterior del ‘Monu’. No entramos, porque ya no había entradas. Mi papá me compró una camiseta afuera del estadio. Fue la primera que tuve de grande, porque hasta ese momento solo tenía una de cuando era niño. Era chiquita y, después de tantos años, él me compró una”, recuerda, 11 años después.  

Florencio y Juan Diego.
Florencio y Juan Diego. | Fuente: Cortesía Juan Diego Ayala

Juan Diego se volvió hincha de la ‘U’ gracias a sus primos mayores, Paolo y José Carlos. Con el tiempo, él también empezó a ir a la cancha, pero no fue hasta que terminó el colegio que se volvió parte de la barra oriente.  “Me dijo que tenga prioridades, pero le gustaba la idea de que me apasione algo. Al ver que me gustaba tanto ir al estadio y viajar siguiendo al equipo, él empezó a tomar interés”.

Así fue. Florencio encontró, en la ‘U’, una forma de conectarse mucho más con su hijo. Si Juan Diego iba al estadio, él le daba el encuentro a la salida para volver caminando y conversando del partido. Si, por el contrario, se quedaba viendo el partido en casa, se sentaba a su lado en el sillón para ver el encuentro y, aunque no gritaba efusivamente los goles, sí sonreía cada vez que el equipo crema anotaba.

Cuando iba a La Cachina o a Las Malvinas, en busca de antigüedades o detalles artísticos, y encontraba algo de la ‘U’, era compra fija. “Toda mi colección de cositas de Universitario es gracias a él. Alfombras, botellitas chiquitas, un barquito con dibujo del club, un cuadro con mi nombre. No eran obsequios de cumpleaños, sino en un día cualquiera”, dice Juan Diego.

Florencio, egresado de la escuela de Bellas Artes y profesor de danza y pintura, dejó de hablar del equipo merengue en tercera persona singular para hacerlo en primera y plural. “Podemos”, “ganamos” y “jugamos” se volvieron palabras comunes en su vocabulario. “No era hincha, pero se volvió de la ‘U’ por mí. Siguió a la ‘U’ por mí”.

Desde el pasado 23 de julio, no habrá más detallitos. Florencio Ayala López, de 65 años, se fue, pero en casa dejó una parte de él en los regalos que le hizo a su hijo. Todos, claro, de Universitario. Su legado, finalmente, terminó siendo crema.

Regalo de Florencio a Juan Diego.
Regalo de Florencio a Juan Diego. | Fuente: Cortesía Juan Diego Ayala

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Andrea Closa

Andrea Closa Periodista - Conductora y reportera

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, con especialización en periodismo. Más de 10 años de experiencia profesional en el rubro deportivo.

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