El 05 de julio de 1953 el tren de Ascope embistió al bus de la empresa Santa Fe; fallecieron 24 personas, la mitad de ellos, jugadores del Juan Aurich que regresaban a Chiclayo desde Trujillo.
Escribe: Efraín Trelles
Ocho de la noche con cincuenta minutos, 05 de julio de 1953, kilómetro 55. Esas son las coordenadas trágicas bajo las que el tren de Ascope, numerado con el uno, embistió de lleno al bus de la empresa Santa Fe de placa 12212. Oficialmente fueron 24 los fallecidos. La mitad de los muertos (una trágica docena) eran jugadores del Juan Aurich que regresaban felices a Chiclayo tras haber derrotado en el Mansiche de Trujillo al Ramblar de Salaverry.
Recordar es como enterarse nuevamente. A veces, enterarse recién. Estoy seguro que usted en algún momento de esta serie ha sentido un golpe en el corazón, lector. No es fácil asumir así nomás que el campeón Juan Aurich entregó una docena de jugadores en sacrificio masivo que, 58 años después estremece recordar.
Y al mismo tiempo, resulta obligatorio recorrer nuevamente ese sacrificio increíble de estos mártires del 53, recorrer su perfil con la lágrima en el alma. Es una lágrima doble. Por la muerte misma y el olvido posterior que, cuando menos, puede repararse un poco en el corazón de cada uno de los navegantes que comparte esta historia.
El primer testigo de vista
Ahora acompañemos a don Antonio Quesada, norteño conductor que la noche de ese domingo trágico circulaba por esa tripita sin señal alguna que por entones era la Panamericana Norte. Frenó de pronto y lo que vio fue el infierno desatado en sangre, fierros retorcidos y cuerpos esparcidos en el arenal.
Con el espanto grabado en el rostro, incrédulo de su propio testimonio y más allá de las lágrimas y el dolor, Antonio Quesada volvió al vehículo, dio la media vuelta pues no había forma de pasar y tomó rumbo a Trujillo con la velocidad que solamente pueden cobrar las noticias trágicas.
Al llegar la triste noticia a la plaza de Trujillo, de la incredulidad se pasó al espanto. Del espanto al dolor y del dolor a la acción. Había heridos, había que movilizar a las autoridades. Había que hacer cualquier cosa con tal de hacer retroceder a la muerte que se llevaba (cómo creerlo Dios mío) a un equipo entero, al glorioso Juan Aurich.
Los telégrafos hicieron lo suyo llevando la noticia primero hasta Chiclayo donde el dolor fue general, luego a la capital y al mundo entero. Tanto en Chiclayo como en Trujillo altavoces anunciaban la tragedia. En Trujillo los altoparlantes llamaban a los médicos de la localidad a auxiliar a los heridos.
Todos con el rojo escarlata
La gente se movilizó. La afición aurichista, dolida y deseosa de aportar, hizo colapsar los centros de socorro (así se llamaban los establecimientos de salud pública) manifestando su voluntad de donar sangre. El rojo escarlata necesitaba ayuda y toda la población se movilizó artizada por el dolor.
¿Cómo permitir, entonces, que el olvido pretenda imponerse? La muerte nunca podrá más. (continuará)
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