La verdad es que no sé todavía cuál pueda ser la diferencia entre ovejas y cabras. Como tampoco me imagino porqué las ovejas son las buenas y las cabras han de ser las malas.
“¿Será por eso de que las cabras siempre tiran al monte?” ¿Será porque les encanta subirse por todos los riscos?
La verdad es que no me preocupa demasiado la diferencia entre ovejas y cabras. Pero sí me inquieta y preocupa lo de “cristianos ovejas” y “cristianos cabras”.
“Cristianos ovejas” son aquellos que hacen el bien sin saber a quién.
O mejor dicho, son aquellos que hacen el bien al hombre y no se dan cuenta de que se lo están haciendo a Dios.
Cristianos ovejas son aquellos que creen en el Dios disfrazado:
Disfrazado de hambriento.
Disfrazado de desnudo.
Disfrazado de sediento.
Disfrazado de enfermo.
Disfrazado de preso y encarcelado.
El Dios que juega siempre al escondite.
El Dios que está siempre allí donde nadie lo ve ni busca.
El Dios que le encanta “rebajarse”, “ocultarse”, “disfrazarse”.
El Dios que le encanta que hagamos el bien a los demás, aunque no pensemos en El. “Cuándo te vimos hambriento, desnudo, en la cárcel”.
El Dios que le encanta que hagamos el bien a los demás, aunque no le reconozcamos a El.
El Dios que se contenta con poca cosa, con tal de que se la brindemos a aquellos que tampoco tienen apariencia.
Siempre me ha llamado la atención aquello que dice el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”.
Dios es invisible en el que tiene el estómago vacío.
Dios es invisible en el que cubre su cuerpo de harapos.
Dios es invisible en el que está sediento y no tiene agua en casa.
Dios es invisible en el que está preso y vive hacinado en la cárcel.
Dios es invisible en el anciano abandonado.
Dios es invisible en el enfermo del Sida.
Dios es invisible en aquel a quien hemos privado de libertad.
Lo esencial de nuestra fe se nos muestra siempre “invisible”.
Vemos el “no de lo humano” y allí está El.
Vemos el “no de la dignidad humana” y allí está El.
Y no nos pide que le veamos a El, sino que veamos al “otro”, al “hombre”.
La encarnación y humanización de Dios fue el camino de Dios hacia el hombre.
La humanización del corazón y de la fe en el hombre es el camino del hombre hacia Dios.
Dios se nos revela en el oscurecimiento de su divinidad en la humanización de sí mismo.
Y no por eso deja de ser Dios. “Sin dejar su condición divina se rebajó a sí mismo, haciéndose uno cualquiera”.
Y ahora nos pide que lleguemos a El por el mismo camino que El mismo recorrió camino hacia nosotros: el hombre y, aún más, en el oscurecimiento del mismo hombre.
“Cristianos cabras”. Todos cuantos nos olvidamos del hombre y queremos llegar en directo a Dios.
“Cristianos cabras”. Todos los que:
No vemos al hambriento.
No vemos al sediento.
No vemos al desnudo.
No vemos al enfermo.
No vemos al encarcelado.
Pasar junto al hombre y no verlo.
Pasar junto al hermano y no verlo.
Pasar junto al prójimo y no verlo.
Quien no ve al hombre no ve a Dios. Benedicto XVI lo expresa claramente cuando escribe: “el amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”. (DC n.16)
¿Y esto es Jesucristo Rey del Universo?
Esto es el Reinado universal de Dios que ama a todos y quiere la dignidad y la salvación de todos y que todos se sientan amados y todos se sientan estimados y valorados como El los estima y ama, hasta hacerse uno de ellos.
Oración
Señor, la verdad que no quisiera llevarme sorpresas.
Dame la capacidad de reconocer la dignidad de mi hermano.
Aunque en ese momento no piense en Ti.
Dame la capacidad de tender mi mano al necesitado.
Aunque en ese momento no te vea a Ti.
Porque sé que amando al necesitado te estoy amando a Ti.
Y lo que hago por los demás te lo estoy haciendo a Ti.
Ábreme los ojos, porque no quisiera llevarme sorpresas al final del camino.
Clemente Sobrado C.P.
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