El relato de Emaús está lleno de detalles. Tal vez sea uno de los relatos más bellos de la experiencia de la Iglesia pascual.
Una comunidad desilusionada. Una comunidad que aún no siente ni vive al resucitado.
Una comunidad llena de miedo y encerrada sobre sí misma.
Una comunidad que a pesar de todo, todavía sigue reunida.
¿Será el miedo lo que la reúne? ¿Será que todavía no ha perdido toda su esperanza?
De todos modos, dos de sus miembros, ya han decidido abandonarla. Se regresan a sus casas decepcionados.
Y resulta curioso:
Aguantaron la desilusión de la muerte del amigo crucificado.
Fueron testigos de su entierro.
Lo que les decepciona es que ya no ven futuro.
Las promesas se les van disipando.
Tampoco aceptan el mensaje de las mujeres de que lo hayan visto.
Este relato de los dos de Emaús me trae a la mente el Documento “Aparecida” hablando de “Los que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos”:
“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia”. (DA n.225)
¿No será esto el reflejo actual de la Iglesia? Por todas partes se oye hablar de los que abandonan cada año la Iglesia Católica y cómo van creciendo las Sectas o simplemente los que lo dejan todo y ni siquiera les interesan las otras religiones. Sencillamente se refugian en el ateísmo práctico. Hablamos, pero ¿qué hacemos? Lo más fácil siempre resulta acusar a los que nos dejan y se van de nuestra casa. Pero nos resulta más difícil preguntarnos el por qué se van de la “Casa-Iglesia-Católica”.
Los Obispos en Puebla tuvieron el coraje de analizar el problema. De una manera muy sintética, pero suficiente como para cuestionarnos y obligarnos a una reflexión seria. Y en realidad pareciera que tuviesen como telón de fondo el relato de Emaús:
Los que se van:
No son gente mala, al menos no son peores que los que nos quedamos, y hasta es posible que tengan el coraje de ser más sinceros y con más valentía para ser coherentes con ellos mismos. “Muchas veces la gente sincera que se sale de nuestra Iglesia”. ¿A caso eran peores los dos que se marcharon que los que se quedaron encerrados?
No se van por problemas doctrinales ni dogmáticos. Su problema es doble o triple:
a.- Problemas “vivenciales”. Problemas de vida, de testimonio, de vivencia. Lo mismo que aquella primera comunidad. Aún no era testigo ni testimonio del Jesús resucitado. ¿Lo seremos nosotros hoy? Ellos eran conscientes de que Jesús sí había anunciado que resucitaría. Pero esto no se ve en la comunidad.
b.- Problemas “pastorales”, problemas “metodológicos” de nuestra Iglesia. Una pastoral que no llega a la gente. Una metodología más de “espera” y de “despacho” parroquial, que la metodología del Buen Pastor: conocer a las suyas, ir delante de ellas, estar con ellas. Una Pastoral más aferrada a lo que “siempre se hizo” que a lo que se debe hacer “hoy”. Seguridades del pasado, miedo y cobardía para abrir nuevos caminos de acercamiento al hombre.
c.- Problemas de “falta de respuestas a sus inquietudes”. Necesitamos de una Iglesia y de una Pastoral que ofrezca respuestas para hoy. Las de ayer es posible que ya no sirvan. Los problemas son nuevos. Y necesita respuestas nuevas. La sensibilidad es nueva. Y necesita respuestas nuevas. Lo que fue válido ayer puede que no sirva para hoy. Pero es una pastoral tímida que sigue repitiéndose como si todo siguiese igual. Hoy la gente necesita de otras respuestas. Ya no nos sirve aquello del antigua Catecismo: “Doctores tiene la santa Iglesia que le sabrán responder”. Quieren que les respondas tú.
Hoy los mismos fieles han puesto sobre la mesa muchos problemas que antes ni nos atrevíamos a plantear. Y quieren respuestas y no evasiones ni repeticiones.
Por eso Jesús hizo el camino con ellos explicándoles las Escrituras. Les leyó “lo que ha sucedido estos días en Jerusalén” con una lectura nueva. Por eso, aún antes de abrírseles los ojos, “su corazón ardía”.
El alma les volvió al cuerpo, y los ojos se les abrieron precisamente “al partir Jesús el pan”. Convertir nuestras Eucaristías en verdaderas celebraciones pascuales, donde sea más importante la presencia del Resucitado, que la rigidez de nuestras rúbricas. ¿Volverá a sus casas hoy la gente después de la Misa a comunicar a todos: “es cierto se nos apareció y lo vimos”?
Clemente Sobrado C. P.
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