El padre Clemente Sobrado reflexiona sobre la importancia de cada semillas igual que cada ser humano.
Dios ama las semillas. Todo lo hace en semillas. Todo lo espera de las semillas.
Le gusta correr el riesgo de las semillas.
Que unas semillas caen en el camino y los pájaros se las llevan.
Bueno, también ellos necesitan vivir. Hasta esas han cumplido una misión.
Que otras caen entre piedras y no encuentran tierra apropiada para crecer.
Hasta en esos lugares difíciles Dios siembra posibilidades.
Dios no es de los calculadores. Es de los sembradores de esperanzas.
Que otras caen entre zarzas, pues también esos corazones que son un amasijo de cosas y donde todo está revuelto y terminan ahogadas, también ahí Dios ofrece posibilidades.
Y tampoco faltará la buena tierra, capaz de abrirse a las esperanzas y sueños de Dios.
Y aquí ya no es simple brote y tallo. Aquí se madurarán también las espigas.
¿Que no todos respondemos de igual manera?
Dios ya está acostumbrado a las distintas respuestas de los hombres.
Dios ya está demasiado acostumbrado al sí y al no.
Y está acostumbrado “al ya veremos”, o “déjamelo pensar”, “mañana será”.
Y eso es lo que me encanta de Dios.
A todos ofrece posibilidades. Hasta allí donde todo parece imposible.
A Dios le encantan los riesgos y aquello que nosotros vemos como imposible.
Cada uno seremos responsables de nuestra respuesta. Pero no tendremos razón alguna para quejarnos de El.
Y por eso también me encantan las semillas. Y es algo que me da mucha esperanza cuando anuncio el Evangelio como cuando lo leo y medito.
Me ayudan a tener fe que no estoy perdiendo el tiempo. Y que si no brotan todas, algunas siempre tendrán espiga.
Y yo mismo me pregunto cuál es mi respuesta a esa Palabra que día a Dios él van sembrando en mi corazón. Me cuestiona la Palabra, pero también me cuestiona mi respuesta.
Hace unos años traje unos piñones de los famosos pinos romanos. Debo confesar que después de mil pruebas no logré que brotara ninguno. Pero no desisto. Aún me quedan unos cuantos. Y fue con ese motivo que un día escribí a propósito de las semillas:
1.- He comprado unas semillas y las he sembrado en mi jardín. Ahora sólo puedo hacer una cosa: esperar a que broten y crezcan. Y tengo fe de que realmente broten en tallos. Es la misma fe que Dios tiene en mí cuando siembra en mi vida semillas de vida y de gracia.
2.- He visto unas semillas. Son insignificantes. Casi no se ven. Y sin embargo, cuando las siembre serán flores que adornen mi jardín. Hay cosas muy pequeñas que pueden sembrar de belleza el jardín de mi corazón.
3.- A veces pienso que lo pequeño carece de importancia. Siento que debo hacer cosas grandes para ser algo en la vida. Cuando veo las semillas me doy cuenta de que también las cosas muy pequeñas pueden convertir la vida en un campo de flores o de trigo en flor.
4.- En la vida, lo importante es la semilla. Nada se nos da ya maduro. Todo tiene que ser sembrado. Brotar y crecer. Lo que hoy parece grande, algún día no fue sino una simple semilla, casi insignificante. Hoy me dedico a sembrar semillas en mi corazón.
5.- Siento envidia de los sembradores. Sus manos siempre están abiertas para que las semillas caigan en el surco de la tierra. Sólo las manos generosas, manos abiertas, son capaces de llenar los surcos de la vida de posibilidades de nueva vida.
6.- Las semillas me hablan de tiempo de espera. Las semillas nunca tienen prisas. El corazón tiene que crecer al ritmo de las semillas. Sólo así podrá florecer debidamente. Las prisas son malas hasta para el corazón. Más aún para la vida.
7.- Las semillas me hablan de mañana, de primavera, de verano. Por eso, las semillas no se quejan del frío del invierno. Los fríos invernales las favorecen y ayudan a fortalecerse para luego brotar con más vida en la primavera. Ya no van a importarme los fríos invernales del alma, porque cualquier día amanece en nueva primavera.
Clemente Sobrado C.P.
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