La conductora de RPP Noticias hace un detallado recuento de su vida, de su carrera y de la época que le tocó vivir desde la serena posición de la experiencia.
Mujer de muchas batallas, testigo de primera mano en momentos que han transformado y desangrado a nuestro país. Mónica Delta es una curtida periodista que poco a poco está cumpliendo sus sueños y que día a día se conecta con los oyentes de RPP Noticias a través de La Rotativa del Aire, edición del mediodía.
Declarada sobreviviente de una generación que vivió en carne propia no solo el flagelo de grupos terroristas, sino también de algunos gobiernos de paso, Mónica es consciente que aún falta mucho por hacer y que aún hay tiempo para lograr consolidar un cambio en beneficio del Perú, al cual ve como una contradicción latente y en el que se puede ver en un mismo cuadro como convive la opulencia con la pobreza extrema.
¿Cómo inicias este viaje sin retorno llamado periodismo?
Fue de casualidad, tengo que ser sincera. No andaba por el colegio pensando que el periodismo era mi pasión. Sabía lo que no me gustaba y eso era las ciencias exactas. Me gustaba la ciencia social, que no es nada exacta. En esa época aparecieron nuevas carreras, que eran muy promocionadas. Por eso me decidí por Comunicaciones y ahí descubrí el periodismo. En esa época éramos muy pocas mujeres en la facultad y en muchas otras carreras. Mi generación abrió puertas. Hoy en las facultades de Comunicaciones hay más mujeres que hombres.
Época muy complicada con toda la coyuntura política y social
Recién se había recuperado la democracia. Fernando Belaunde volvió a la presidencia tras 9 años de Junta Militar. Había mucha ansia de libertad, de buscar información que antes no estaba a la mano, de discutir. Ah, pero había que saber argumentar muy bien en esa época, porque todos andaban investigando.
Pero algo se había fracturado de manera irreparable a raíz de la dictadura militar, que los Gobiernos democráticos no supieron arreglar. Coincidió la crisis económica, el Fenómeno El Niño de 1983, la arremetida terrorista y la falta de preparación del aparato militar para enfrentarla.
¿Eres una sobreviviente?
Soy de una generación de sobrevivientes, que supo de primera mano hasta dónde es capaz de llegar el ser humano, para bien y para mal. Cubrí Ayacucho en la época del terrorismo y fui tras la noticia en todo Lima. He visto muerte permanentemente, he sentido pánico de que nacieran niños en un mundo así.
¿Cómo llevar todo eso? Porque fuera de periodista eres mujer en época de pocas oportunidades para las mujeres. Y eres hija, madre, amiga.
Uno no se pone a pensar cuando está encima la crisis. Lo que hace uno es reaccionar y actuar, y tratar de vivir en medio de todo esto lo mejor posible, tratando de proteger a los tuyos de la mejor manera posible. Pero evidentemente tuvimos que sacrificar muchísimo. Para una mujer en esa época, dejar su casa, salir de viaje, no poder estar con tus hijos en momentos claves era algo que te hace sentir culpable, porque no estás respondiendo de la manera en la que te exige la sociedad. Luchar contra todo eso no era fácil, pero al final las mujeres de esa época nos fuimos fortaleciendo y nos dimos cuenta de que valía la pena. Valía la pena hacer entender a tus hijos, valía la pena cargar con tus hijos en situaciones complejas, valía la pena desafiar al miedo y no paralizarse ante el terror y todo eso hace que en el fondo, tu base emocional y espiritual sea tu fortaleza.
Dijiste que el periodismo te ayudo a conocer realidad que no conocías. ¿Tuviste una infancia sin carencias?
Vivía en una burbuja. Tuve una infancia feliz y fui muy protegida. Lo que sí conocí desde muy joven fue la muerte. A los 4 años perdí a mi padre y eso me golpeó. Yo nací en Chimbote, pero al año me trajeron a Lima porque mis hermanos tenían que estudiar y Lima era la única opción.
A los 4 años hubo un corte en mi vida, porque esa situación de bonanza, de protección, de amor paternal, de familia, simplemente se fue. Mi madre se convirtió entonces en una súper mujer. Sé lo que le costó pagarme la universidad. Supe de un momento a otro lo que era no tener dinero. De la debilidad nace la fortaleza.
¿Cómo enfrentaste todos los rumores que te vincularon con personas públicas y políticos?
Ahí también entra el tema de ser mujer. Era más fácil descalificarme por cuestiones personales que por temas profesionales. Ahí te das cuenta de la diferencia entre los sexos. Cuando a los hombres les inventaban relaciones extramatrimoniales casi que los condecoraban. Pero bastaba un rumor para descalificar a una mujer y lanzarle los adjetivos más terribles. Mira, al final el tiempo pone las cosas en su sitio y a una le crece pellejo más grueso. Y tengo una tranquilidad de espíritu enorme a estas alturas de mi vida.
Cuando aparecieron los 'vladivideos' a inicios de la década del 2000, se vieron a empresarios, periodistas, políticos, gente que aparecía en prensa de manera habitual.
¿Hasta qué punto un periodista independiente es pieza de este juego sin saberlo?
Ahí nos dimos cuenta que nos podían utilizar muchas veces sin que nos diéramos cuenta. Eso sí, jamás me vendí, ni me alquilé. Me puedo haber equivocado, de repente no hacer una pregunta que debió haberse hecho en su momento. Seguro me equivoqué al juzgar la catadura moral de algunas personas, pero jamás me dictaron qué hacer o no hacer. Siempre fue decisión mía.
¿Hay algún personaje político en que realmente hayas creído o crees?
A estas alturas yo no creo en ninguno. La política peruana está llena de porquería. Metes el dedo en algo y te sale un volcán. No veo que haya una decisión clara en hacer una reforma política, social, un nuevo contrato entre los peruanos que nos lleve a un mejor puerto. Podrá haber mejores o peores presidentes, pero el sistema sigue siendo el mismo.
Tras las décadas de 1980 y 1990, que no fueron nada fácil para los peruanos, te autoexilias en Estados Unidos. ¿Cómo fue esa primera etapa en un país desconocido?
Cuando Alejandro Toledo salió presidente me declaró una guerra personal. Él fue uno de los principales motivos de mi salida, que fue muy dura. La primera acción fue trazar una línea que me separara lo personal de lo profesional, porque por un lado (profesional) no podía trabajar por un tema político, y por el lado personal yo me estaba separando, divorciando de mi primer esposo, padre de mis hijos. Entonces dije "¡basta!", me fui sin dinero. Panamericana ni siquiera me pagó mi último sueldo, aunque felizmente había guardado un poco para mi familia. Los primeros 3 meses, una amiga me refugió en el sótano de su casa porque yo no me llevé un sol del Perú, todo era para mi familia.
Fue un real “borrón y cuenta nueva”
Me presenté a muchos trabajos y en la mayoría me rechazaron porque hablaba muy poco inglés. En otros, porque estaba sobrecalificada. Fue todo muy triste, más porque al inicio me fui sin mis hijos. Había noches enteras en las que lloraba mucho, hasta que dije nuevamente “¡basta!”. Me puse a estudiar entre 6 a 7 horas de inglés en la universidad al día y en el ínterin conocí a mi actual esposo. Eso me estabilizó, aunque al principio no fue una relación de enamorados. Yo no quería saber nada de nada y él insistió mucho. Fue muy paciente y me ayudó a que mi piso se emparejara.
¿Cómo te ayudó el hecho que alguien se acercará a ti con un simple interés personal, a diferencia de como eras vista en Perú por tu fama?
No solo eso. A mí me han inventado amantes en cantidad, todos ricos y famosos, pero la verdad me era muy difícil entablar una relación con una persona en el Perú. En Estados Unidos descubrí cómo era ir al cine o a comer con tu pareja sin que nadie se te acercara o quedara viendo o escaneándote de cómo ibas vestida, con quien hablabas.
He tenido suerte. Desde los 22 años mi carrera no ha parado y mientras ascendía, aumentó mi exposición pública. Por eso me recluí en mi familia, pero nunca dejé de ser yo misma. Cuando dejé el Perú, sin plata ni relaciones, descubro que soy libre. Por eso la relación con mi esposo funcionó. Él no me mirada como una estrella, como una persona especial, no me tenía miedo en términos de éxito. Éramos pares y eso me ayudó muchísimo.
Cuando ya todo estuvo tranquilo en mi vida, me reenganché en el mundo periodístico siendo asistente de Lourdes Meluza, una corresponsal importante en Univisión. A los 3 meses, me dejó su puesto en la radio. A los cuatro meses comencé como conductora de radio de Univisión. Eso me ayudó muchísimo y nuevamente me estabilicé. Luego vinieron las campañas de (Barack) Obama, ser analista en el caso de Bush. Hasta fui como corresponsal a Irak un mes.
¿Cómo decides regresar para volver a esa “aldea” periodística?
Todo coincidió porque estaba desesperada por venir. A mi madre le quedaba muy poco tiempo de vida y yo quería estar con ella. Y justo en ese momento se alinearon los planetas. Me encuentro con un empresario importante de televisión y me dijo que quería hablar conmigo. Luego de ponernos de acuerdo, firmé el contrato en Nueva York y dejé Univisión luego de 6 años. Regresé para empezar de nuevo. Todo ayudó para volver tranquila y reencontrarme con amigos de toda la vida como en RPP, empezar a escribir en el diario y volver a la televisión.
¿Era distinto el Perú que dejaste al que viste tras volver?
Cuando regresé en 2009 había mucho optimismo con el crecimiento económico, pero seguíamos siendo un país informal, porque lo que nunca ha cambiado es el sistema político. Lima es una ciudad más cosmopolita, pero no el Perú. Hay una brecha que hasta ahora no cerramos. Y del optimismo hemos pasado a la desconfianza, porque la gente dejó de creer nuevamente en los políticos.
Se te escucha como una política.
Me han ofrecido participar en más de una campaña y nunca acepté. No me interesa la política, no me interesa tener poder. Prefiero aportar con una opinión equilibrada de la realidad.
Pese a que la carrera de periodismo se ha profesionalizado, hay muchos que pasan la opinión como una actividad propia del periodismo y a veces como lo único necesario para serlo. Opinan en radio, televisión o en una página web y creen que ya son periodistas.
Hay mucha opinión sin contexto, sin sustento en la realidad. No me cabe que uno intente pasar una opinión como una verdad absoluta. Hay que volver a ciertas formalidades. No hablo de acartonarnos, sino a las formas de sustentar lo que uno dice. Hay quienes podemos ser referentes por nuestra experiencia y nuestra tarea es abrir el abanico a los más jóvenes, no cerrarlo a lo que uno piensa.
Estamos hablando sobre lo que ves mal, saltemos a la otra acera. ¿Qué te genera felicidad?
Bueno, hacer bien las cosas, la música, saber que mis hijos están bien, libres y que cada uno está buscando su propio espacio en la vida, la tranquilidad que me da mi esposo. Hay muchas cosas. La felicidad es un rasguño, es un momento. Lo que es más importante en la vida es la solvencia, la fortaleza, la tranquilidad. Es lo que busco permanentemente.
De encontrarte con Mónica de 17 años que iba a entrar a estudiar Comunicaciones, ¿qué le dirías?
Esa Mónica a los 17 quería ser cantante, esa Mónica era rebelde. ¿Qué le diría? Que todo lo que vivirá será por algo, que todo está bien, que el suelo está parejo y que al cabo de las evaluaciones de las cosas buenas, regulares, malas y frustraciones, has aprendido y sigues aprendiendo.
Las frustraciones y lágrimas derramadas, ¿valieron la pena?
De una debilidad siempre salen fortalezas, ese es mi dicho, esa es mi bandera. Nunca estuve más de un día en estado de depresión. Soy una persona que aprendió a ser fuerte. Me enfrenté a la muerte muy pequeña, a la responsabilidad económica de mi familia muy joven y entendí que lo único que hay que hacer en el mundo es evolucionar. Eso te hace fuerte, entender el mundo, adaptarte a los tiempos y nunca traicionar tus valores.
Comparte esta noticia