Con solo 20 años, y 1.94 m de estatura, Javier Sotomayor ganó medalla de oro en Indianápolis en 1987.
Javier Sotomayor, se mira en un espejo, sonríe, baila y se vuelve a mirar. Es el 27 de julio de 1993 en Salamanca y acaba de convertirse en el mejor atleta de la historia en salto alto. Elevó su anatomía por encima de los 2.45 m. Ahora llora, el recuerdo de sus abuelos Ireneo y Felipa lo invade. Desde que era un niño, ellos lo llamaban con orgullo: campeón. Y él no sabía por qué.
Cada vez que su madre lo mandaba a hacer un encargo, Javier salía volando por las calles polvorientas de su pueblo. Y no por miedo a los retos si se demoraba, sino porque llevaba siempre en uno de sus bolsillos un cronómetro que le había regaldo un tío.
El interés por medir su velocidad al correr lo inició en el atletismo. Quería ser como su ídolo, Alberto Juantorena, corredor de 400 y 800 m. Probó con varias disciplinas de campo y pista, finalmente cuando tenía diez años optó por los saltos de altura.
El muchacho nacido Limonar allá por 1967, en la comuna de Matanzas, Cuba, no paraba de crecer y sus ambiciones tampoco. A los doce logró saltar 1.65 metros, con trece, sobrepasó 1.85 metros y a los catorce superaba los dos metros.
Hasta que llegaron los Juegos Panamericanos Indianapolis 1987, la inauguración de esta competencia continental estuvo llena de magia y colorido, porque fue organizada por la compañía de Walt Disney.
Javier Sotomayor iba a conseguir su primer gran resultado en Indianapolis. Con solo 20 años, y 1.94 m de estatura, empezó a trotar en el estadio Michael Carroll, su último paso antes de saltar debía ser un poco más lento, pero Sotomayor en ese instante aceleró y a volar… pasó la varilla por encima de los 2.32 m. El publico en las tribunas explotó. Mickey, Donald y Pluto no paraban de aplaudir.
Sotomayor se llevó la medalla de oro, un gustó que volvería a repetir en La Habana 1991 y Mar del Plata 1995. Siguió saltando por el mundo y la cosecha de medallas y títulos fue en aumento: Se colgó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y una plata en Sydney 2000, luego ganaría dos campeonatos mundiales al aire libre y cuatro en pista cubierta.
Su abuela Felipa, un buen día le mostró a Javier que los cubanos tenían cuatro líneas en la palma de la mano: la de la vida, la del amor, la de la música y la del destino. Y el suyo era ser el mejor saltador de todos los tiempos.
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