Algunos sangrando, otros llorando, recibían los primeros auxilios en las estaciones Lubianka y Park Kultury del metro de Moscú, donde se produjeron dos atentados este lunes.
Decenas de moscovitas, algunos sangrando, otros llorando, aturdidos por las sirenas de las ambulancias y el ruido de los helicópteros, recibían los primeros auxilios en las estaciones Lubianka y Park Kultury del metro de Moscú, donde dos atentados causaron el lunes la muerte de 36 personas.
A la salida de la estación Park Kultury, rodeada de ambulancias, un hombre se lava la sangre de la cara con una botella de agua mineral.
"Estoy conmocionado", dice Vitali, un estudiante de 21 años al salir de la estación después de muchos minutos de angustiosa espera en el túnel del metro, donde el tren en que viajaba estuvo estacionado por razones de seguridad.
"Cuando uno va a trabajar no se espera este tipo de cosas", dice Vitali. A su lado, una persona intenta sin suerte comunicarse por teléfono con sus familiares. La red inalámbrica quedó totalmente saturada pocos minutos después de los atentados.
Unos kilómetros más lejos, frente a la estación Lubianka, en el centro histórico de Moscú, cerca del Kremlin, sede del poder ruso, se vivían las mismas escenas de dolor y desesperación.
Decenas de camiones rojos y anaranjados de los servicios de urgencia rodean la célebre Plaza Lubianka, donde está la sede de los servicios especiales rusos (FSB) y antaño la del KGB, los servicios secretos soviéticos.
En la plaza los helicópteros aterrizan y despegan sin cesar para transportar a los heridos.
Las ambulancias avanzan con dificultad en medio de los gigantescos embotellamientos provocados por los atentados, la afluencia de los socorros y las medidas de seguridad.
Muchos moscovitas tuvieron que abandonar sus autos y trasladarse a pie hasta sus lugares de trabajo.
La línea de los atentados fue cerrada al público, pero las otras líneas de la red, que transporta a 8,5 millones de personas por día, siguen funcionando.
"Sean prudentes", anuncian los altoparlantes de las otras estaciones de metro, donde la policía multiplica los controles de carteras y maletas.
"Tengo miedo. Pienso que todo el mundo está aterrorizado", dice Lidia
Svisunova en la Plaza Lubianka.
"Empecé a llamar a todos desde que supe lo que había pasado", agrega.
Un joven, cuya novia fue herida, estalla furioso contra los residentes caucásicos de Moscú.
"No sé quien hizo esto, pero mi novia está en el hospital, voy a matar a uno, un tayiko o un azerí, poco importa, son todos iguales", dice a los periodistas.
"La guerra va a empezar. En el metro sólo hay tayikos, caucásicos, no hay rusos, los rusos tienen miedo", grita el joven en medio de la muchedumbre.
El atentado no fue reivindicado, pero el FSB privilegia la pista de un atentado cometido por "grupos terroristas vinculados al Cáucaso del Norte".
Para los curiosos de la Plaza Lubianka no hay ninguna duda. "En la radio dicen que eran kamikazes.
Por supuesto, son de nuevo los caucásicos", dice Natalia, obrera de una fábrica de aviones en Irkutsk,
Siberia, de vacaciones en Moscú.
"Pensaba que podía volver a ocurrir. Es horrible", dice Alexandre, 29 años, un obrero de la construcción.
AFP
A la salida de la estación Park Kultury, rodeada de ambulancias, un hombre se lava la sangre de la cara con una botella de agua mineral.
"Estoy conmocionado", dice Vitali, un estudiante de 21 años al salir de la estación después de muchos minutos de angustiosa espera en el túnel del metro, donde el tren en que viajaba estuvo estacionado por razones de seguridad.
"Cuando uno va a trabajar no se espera este tipo de cosas", dice Vitali. A su lado, una persona intenta sin suerte comunicarse por teléfono con sus familiares. La red inalámbrica quedó totalmente saturada pocos minutos después de los atentados.
Unos kilómetros más lejos, frente a la estación Lubianka, en el centro histórico de Moscú, cerca del Kremlin, sede del poder ruso, se vivían las mismas escenas de dolor y desesperación.
Decenas de camiones rojos y anaranjados de los servicios de urgencia rodean la célebre Plaza Lubianka, donde está la sede de los servicios especiales rusos (FSB) y antaño la del KGB, los servicios secretos soviéticos.
En la plaza los helicópteros aterrizan y despegan sin cesar para transportar a los heridos.
Las ambulancias avanzan con dificultad en medio de los gigantescos embotellamientos provocados por los atentados, la afluencia de los socorros y las medidas de seguridad.
Muchos moscovitas tuvieron que abandonar sus autos y trasladarse a pie hasta sus lugares de trabajo.
La línea de los atentados fue cerrada al público, pero las otras líneas de la red, que transporta a 8,5 millones de personas por día, siguen funcionando.
"Sean prudentes", anuncian los altoparlantes de las otras estaciones de metro, donde la policía multiplica los controles de carteras y maletas.
"Tengo miedo. Pienso que todo el mundo está aterrorizado", dice Lidia
Svisunova en la Plaza Lubianka.
"Empecé a llamar a todos desde que supe lo que había pasado", agrega.
Un joven, cuya novia fue herida, estalla furioso contra los residentes caucásicos de Moscú.
"No sé quien hizo esto, pero mi novia está en el hospital, voy a matar a uno, un tayiko o un azerí, poco importa, son todos iguales", dice a los periodistas.
"La guerra va a empezar. En el metro sólo hay tayikos, caucásicos, no hay rusos, los rusos tienen miedo", grita el joven en medio de la muchedumbre.
El atentado no fue reivindicado, pero el FSB privilegia la pista de un atentado cometido por "grupos terroristas vinculados al Cáucaso del Norte".
Para los curiosos de la Plaza Lubianka no hay ninguna duda. "En la radio dicen que eran kamikazes.
Por supuesto, son de nuevo los caucásicos", dice Natalia, obrera de una fábrica de aviones en Irkutsk,
Siberia, de vacaciones en Moscú.
"Pensaba que podía volver a ocurrir. Es horrible", dice Alexandre, 29 años, un obrero de la construcción.
AFP
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