Más de 10 mil espectadores vibraron, bailaron y cantaron al ritmo de la salsa dura que tuvo un amague de reggaeton.
Mayimbe y Jhonny Rivera fueron los encargados de calentar los motores del público. Ambos nos ofrecieron una variedad de temas compuestos por sus mejores éxitos.
El puertorriqueño canta y pone a gozar a los presentes. Parece que hace efecto. Así es. El público lo aprueba. Se observa cervezas en mano. Síntoma de una rica noche de sabor por el 150 aniversario de una reconocida cerveza.
LOS, NO MUY, ADOLESCENTES NO PIERDEN VIGENCIA
Después de unos minutos, directamentente desde Venezuela, la conocida orquesta Los Adolescentes hacen su entrada con pie en alto.
La popularmente famosa “Siénteme” suena en el Estadio Nacional y es la señal para poner a gozar a todo Lima con lo mejor de su repertorio. Los asistentes no dejan de llegar, la tarde sede su paso a la noche. La fiesta recién empieza.
“Porque Dios te hizo tan bella”, entonan; la algarabía no se hace esperar. “Corazón, corazón” descargan. El éxito de los años 90 se traduce en “Hoy aprendí” entre otras. “Me tengo que ir” causa ovación. El público no para de cantar recordando, seguramente, algunos episodios del primer amor y romances que encontraban el clímax en un beso.
LA INDIA REGRESA A LIMA
Tras un breve receso, uno de los platos fuertes del festival se hace presente en el escenario. “Buenas noches. ¡Que pasa Lima aquí está su India!”, grita a viva voz Linda Viera Caballero. Desata euforia entre los asistentes.
El público la ovaciona. No paran, no existe el cansancio. Un elegante vestido lila cubre su piel. La siempre querida Princesa de la Salsa, recuerda a su madrina. A la inmortal Reina del Guaguancó.
Celia Cruz está presente a través de la voz de la puertorriqueña. “El Yerberito Moderno” inicia a todo galope. “Kimbara” continúa. La gente respalda el homenaje a la cubana, quien hace poco cumplió 88 aniversarios de su nacimiento.
La India mueve sus manos, juega con su falda, coquetea con los presentes. “Bemba Colora” retumba en el Nacional. El público está entregado a cuerpo y alma a esta morena de buen son. "Azúcar" nos dice. Hay aplausos. La India se toma un respiro y pone la voz seria. Su rostro tiene otra expresión.
“Esta canción hizo que muchos artistas pudieran volar… ser los Elvis Presley de hoy en día ¿no? Pregunta la morena “…ya se lanzan a un nivel de mucho dinero así”, dice la puertorriqueña con un gesto en se traduce en sus labios. “…hay que dar gracias a éste género de la salsa que da oportunidades”, reprende.
¡Qué viva el Perú!, grita La India. ¡Que viva!, responden los asistentes. Su semblante vuelve a ser coqueto, sensual.
“Vivir lo nuestro” entra a la faena. Su destreza en el escenario se expande a paso furioso entre los miles de salseros que no dudan en mover los pies y dejar que el corazón colapse a mil por hora.
Un sujeto a mi lado se confunde entre el bullicio y lanza un grito al cielo al tiempo en que pone una cara de nostalgia inconsolable. Provocado, seguramente, por el recuerdo un amor viejo. La velada ya toca el corazón limeño.
Entona “Dicen que soy”; la trompeta no deja de sonar. Timbales, piano y batería se unen a la jarana. Alrededor de 10 mil almas aplauden en el Nacional. Esto es pasar tiempo de calidad.
“Ternura, amor, cariño para ustedes”, dice La India. Ya se ganó al público. “Ese hombre” y “Mi mayor venganza” parecen insuperables. Prosigue con “Mi primera rumba”. La fría noche de primavera es opacada.
La morena nos deleita, nos enamora con sus éxitos, con su estilo tropical.
Es tiempo de la despedida. “Los quiero, los amo, no me olvide Lima, no me olviden...Dios los bendiga.” Sus ojos brillan. La India abandona el escenario. El público la despide con aplausos. La ilusión de volverla a disfrutar en un futuro no muy lejano se ha sembrado.
TEGO "EL ABAYARDE" NOS REGALA FLOW DEL BUENO
Ahora un amague a la salsa ingresa al ruedo. Se escucha un ritmo pegajosamente respaldado por la mayoría de jóvenes: el reggaeton.
Sus líricas son el “as” bajo su manga. El ritmo callejero su filosofía. Es Tego Calderón quien pone flow en su hit “Métele Sazón”
“El abayarde” es la siguiente replica. Los jóvenes ensayan movimientos sensuales provocados por Tego. Las chicas juegan con su cabello. La limeña no se deja de mover. Las caderas cobran protagonismo. Se muerden los labios.
“Es un secreto” y “Zapatito roto” pone a sandunguear a los asistentes. “Los quiero mucho Perú, gracias por el apoyo de siempre” dice el puertorriqueño. Tego se rinde a los pies de nuestro país."¡Que viva la salsa!", dice el regetonero reconociendo que ese es el género por excelencia de la velada.
Luego de unas canciones, Tego Calderón se despide de la gente que ha coreado por más de 30 minutos su presentación. Las luces se apagan. Repentinamente una ligera garua cae en la capital. La euforia es insostenible.
RUBÉN BLADES: UN SALSERO "GUAPO" QUE LE CANTA A SU AMIGO, "EL CANTANTE"
Pero aquí no termina la cosa. El terreno ya está preparado
La cuenta regresiva para la aparición de Rubén Blades corre con la alterada rapidez del tiempo. Falta poco, solo minutos, segundos y el público prepara sus pulmones respirando atropelladamente, y es que el delirio se ha instalado en el gramado del Nacional. La cerveza intenta calmar la sed. No tiene éxito.
12:14, madrugada del domingo. Rubén Blades está de vuelta. Ingresa a escena. Saluda al público y se cofunde en un abrazo con su amigo Luis Delgado Aparicio “Saravá” quien minutos atrás a sido brevemente homenajeado.
El panameño viste sastre gris. Su característico sombrero oscuro es infaltable. Lleva lentes. Con micrófono en mano inicia con “Chica Plástica” provocando en el público casi por inercia, el movimiento del cuerpo, propio del éxtasis de su música.
El panameño es eficaz en su poder narcótico.
Es como un imán, como una tentación a la que no podemos decir NO. “Las calles”, agrega. Blades demuestra que su más de 40 años en los escenarios tiene razón de ser.
Es el comienzo de su show y el público, su público se ha entregado a cuerpo y alma, vibran con cada sonido de los timbales, de la trompeta. Ahora nos acerca al paraíso con “Decisiones”; los fans mueven el cuerpo, ya no bailando sino flotando. Rubén ha puesto a cocinar a fuego lento el cuerpo de la gente.
El público es caritativo y lo demuestra coreando “Juan Pachanga”. Es saberse algo como el padre nuestro. La garua es intensa. El público no se afecta. Todo lo contrario, los pasos de salsa le sacan la vuelta al pesado clima.
El poeta de la salsa nos regala “La Caína”. Una bandera panameña flamea frente a él. Blades se voltea y camina en dirección a sus maracas que llevan el color de su país. Las coge y hace música con ellas. Sigue con “Amor y Control”.
Algunos se pasan la mano por la frente y es que el sudor se apoderado de ese espacio del rostro. Los pies a estas alturas estallan de dolor, los muslos se quejan pero las ganas de bailar cada pieza del ícono de la música lo puede todo.
En cantante sabe que ya es la hora de sacar la artillería pesada. La que corre por las venas de todo peruano con sus “todos vuelven”. El escenario se involucra en la canción con un espectacular juego de luces de color rojo y blanco. El pueblo se mueve con bravura.
“Por tu mala maña”, nos dice. “Yo puedo vivir del amor”, responde la siguiente canción.
En episodio de su concierto Blades recuerda con orgullo a su amigo y gran salsero Héctor Lavoe. Ese Lavoe que inspiró al panameño a componer “El Cantante”, esa canción que inmortalizo el fallecido Héctor Juan Pérez Martínez. Pero hoy vuelve al ruedo con Rubén.
Lima se emociona, vibra, explota: un estado incontrolable.
Él va por las maracas. Baila, abre los brazos. El escenario nuevamente se roba la mirada de los asistentes. Una pantalla gigante muestra una foto en blanco y negro de Rubén y Héctor. El salsero nos señala la fotografía de Lavoe.
“¡Héctor vive!”, le dice a Lima mientras observa la fotografía que se ha robado el show. La humildad de Rubén se percibe una vez más: hace un ademán con la mano. Saluda a su entrañable amigo.
Tras ello, la llovizna desaparece milagrosamente. Nadie entiende el motivo. La garua se detiene, le guarda respeto a un “matón de sombrero de ala ancha de medio lao... con un diente que cuando ríe parece brillando” que no es otro que “Pedro Navaja”. Los aplausos del respetable no se hacen esperar. El pueblo ha triunfado. El salsero, dueño de una noche de ensueño, se retira no sin antes despedirse de todo el Perú.
Un grito muy particular retumba y se deja arrastrar por la corriente de los asistentes de adelante hacia la zona popular. Un espectador llama a Rubén Blades.
El cantante se acerca al filo de la tarima. Se agacha, lanza un beso y dibuja una sonrisa en su rostro. Visiblemente emocionado coge entre sus manos un cuadro donde están graficados “El Papá de la Salsa”, Frankie Ruiz; el inigualable Héctor Lavoe seguido por el mismísimo Ruben Blades. Tres estrellas que nos han deleitado con lo mejor de la salsa durante décadas.
Rubén, se retira. “Muchas gracias que Dios me los bendiga”, nos dice. El escenario apaga sus luces.
LUCCA Y LA PONCEÑA: ÉXITO DE UNA LEYENDA
Pasan 5, 8, 10 minutos. El público se desespera, necesitan una dosis más de la salsa. Ya a estas alturas las palabras pierden peso con la fuerza de una imagen casi legendaria: La Sonora Ponceña ingresa en escena. Sus 60 años de vida artística se hacen sentir.
De la mano de gran Paco Lucca, entonan “Ramona”. Continúan con “Juana Ballona” entre otras. Pacco hace magia desde el teclado. La gente ha sido hipnotizada por su destreza. No para: a creado un recital aparte. Es un show. Los chicos de Lucca no hacen sino confirmar que aún sigue vigente su salsa brava. Algunos asistentes se retiran.
Es hora de despedirse. El público está más que satisfecho. La Ponceña ha sellado una faena propia de los dioses del Olimpo. Ellos se retiran, les decimos un hasta pronto.
Mis letras se ven absorbidas por los grandes de la salsa. Se las llevan, a ese lugar que ningún mortal puede tocar: las estrellas.
Por: Luis Amez Tasayco
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