Hasta tres recorridos tuvo el desfile primaveral que desde hace 63 años organiza el Club de Leones de Trujillo.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor.
Claro, cuando uno es niño y se experimentan intensamente las costumbres de la ciudad, entonces los momentos vividos se tornan incomparables. Así son mis recuerdos del Gran Corso de la Primavera.
Y es que desde hace ya 63 años, la ciudad de Trujillo (La Libertad) es el escenario de un desfile popular organizado por el Club de Leones con el fin de otorgar un merecido “broche de oro” a la fiesta de las flores.
El corso, uno de los más longevos del país, es un escaparate de autos embellecidos y adornados con alegres colores de primavera.
Sobre los vehículos, hermosas mujeres vestidas con radiantes atuendos y convertidas en reinas eventuales sonreirán a su paso por las calles ante la mirada atenta de chicos y grandes, ávidos también de captar la mejor fotografía para el recuerdo aunque ahora, claro, seguramente será para colgar las imágenes en el Facebook o el Twitter.
Mi niñez recuerda con beneplácito los desfiles primaverales que recorrían unas 27 cuadras de la céntrica avenida España de Trujillo. Las cosas en la actualidad han cambiado mucho aunque la magia de la primavera persiste aún para las nuevas generaciones que en gran número se dan cita para observar el paso de las beldades.
Parece mentira pero son 6 décadas en las que el desfile se ha ido innovando para bien y para mal, pero sin perder la esencia de ser un evento trujillanísimo que será motivo de comentario en casas, calles y medios de comunicación durante los días posteriores, resaltando a las empresas que se alzaron con los premios a los carros mejor decorados.
Se trata sin duda de uno de los eventos gratuitos más concurridos del norte peruano.
Por eso los recuerdos me llevan, entonces, a la inolvidable década de los ochenta, cuando trepado en hombros de mi padre trataba de entender a la multitud cautivada frente al paso de las reinas quienes se contoneaban al ritmos de gallardas bandas escolares que curiosamente ya no tocaban música de guerra sino que esta vez deleitaban al respetable con pegajosos ritmos festivos.
Imborrables en mi memoria permanecen las bastoneras o “waripoleras”, mujeres norteamericanas cuyo arte es manipular un bastón y realizar acrobacias en el aire. Sus brincos son los más requeridos mientras los aplausos van y vienen. Estas mujeres acompañan el gran corso desde 1965 y por su destreza son las preferidas del público.
Es importante resaltar que el Festival Internacional de la Primavera de Trujillo es un evento organizado por una institución privada pero de fuerte raigambre popular.
Por esto las azoteas se vuelven tribunas y se hacen negocios con los espacios en las pistas para conseguir el mejor lugar, el comercio ambulatorio obtiene importantes ganancias y nadie pierde. En este caso, literalmente, el sol brilla para todos.
El Corso de la Primavera ya es parte del folclore trujillano. Es un evento grandioso que se renueva y que a sus 63 años se revitaliza ante las críticas de algunos y los elogios de otros mientras se aviva en los demás la esperanza de volver a ser niños.
Sin duda, una auténtica tradición trujillana.
Por: Davinton Castillo
Lea más noticias en la región La Libertad
Comparte esta noticia