Unas 2 000 familias damnificadas habilitaron casas con material rústico. En este informe conozca cómo viven cuatro años después del desborde del río Piura.
Los damnificados por las lluvias e inundaciones por el Niño Costero ocurrido en el 2017 cumplen cuatro años asentados en el desierto de la carretera Piura Chiclayo. Específicamente entre los km 975 y 980, donde decidieron iniciar desde cero.
Allí, cerca de 2 000 familias damnificadas de los distritos de Cura Mori y Catacaos, habilitaron sus casas rústicas de esteras, triplay, barro y quincha, y algunos aún continúan en sus carpas donadas por Indeci.
“Aca sufrimos porque los vientos fuertes levantan nuestro techo. Es una zona muy vulnerable, caminamos entre arena por la falta de pistas. En las noches los paneles abastecen de luz hasta las 10, luego ya no hay”, dijo la vecina Ivonne Valencia Sosa.
Las carencias más duras que enfrentan son la falta de agua y energía eléctrica en medio de la crisis por la pandemia de la COVID-19 y las clases virtuales a través de la estrategia Aprendo en Casa. Algunas familias reciben agua no potable de empresas privadas aledañas pero solo por dos horas. Otros esperan a que lleguen en cisterna.
La señora Delia Sosa nos cuenta que debe cargar baldes hasta su casa. “El señor lleva agua dejando un día, de ahí cargo mis valdés hasta mi casa”, dijo.
La falta de energía impide que más de 300 alumnos de inicial, primaria y secundaria carguen sus celulares o tablets. Esto dificulta que participen en sus clases virtuales.
“Lamentablemente no tenemos dónde cargarlo. Los niños estudian de acuerdo a las posibilidades, se ponen de acuerdo con el profesor para ver la hora en que se pueden conectar”, añadió Deysi Yarlequé Cielo.
Las familias cuentan con paneles solares donados por ONG, y se agrupan en una vivienda para cargar equipos. Otros han comprado paneles por su cuenta, también para evitar riesgos al salir durante la noche, tal como le ocurrió a la señora María Elías Chiroque quien sufrió una herida en su pie.
Incluso, 100 estudiantes han desertado, según Felix Yovera, coordinador de la Mesa de concertación para la lucha contra la pobreza de Cura Mori.
El colegio del albergue está en mal estado, y los padres no están seguros de enviar a sus hijos pues carece de agua y luz que garantice la prevención de la COVID-19, aseguró Leopoldo Namuche, dirigente del sector Santa Rosa, en el km 980.
“No tenemos agua y usted sabe que esto es fundamental para que nuestros hijos se laven las manos y prevenir la COVID-19. Tampoco hay baños”, expresó.
También les prometieron módulos de vivienda. Pero a cuatro años solo hay 80 familias beneficiadas de las más de 2 000 asentadas en el desierto. De estas a 15 les han construido su módulo, el resto se opone porque la constructora les pide que cambien la ubicación de su terreno.
Deibis Chiroque dijo que la empresa no les quiere construir. “La empresa no ha querido construir donde yo vivo. El Estado ya me desembolsó el bono, pero no me han construido nada”, manifestó.
Los damnificados están cansados de promesas, porque siempre llegan autoridades, pero luego continúan en el olvido.
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