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Tacna: La historia de un soldado con los caballos del Ejército

Cortes
Cortes

Los caballos luego fueron utilizados en ceremonias de cambio de guardia como las que se realizan en Palacio de Gobierno. Un relato de Elmer ´Pato´ Romero.

Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)
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Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)
Cortesía (Bárbara Cuadros)

Era agosto de 1999, mientras muchos jóvenes de 17 años cursaban el quinto de secundaria, Elmer Romero decidió dejar el colegio y se enroló  como voluntario al Ejército del Perú. Esa decisión marcó el inicio de dos años inolvidables de su vida.

A las 7:30 a.m. del día 16, por recomendación de un amigo, Elmer se presentó ante unos oficiales en la villa militar de la avenida Dos de Mayo, en Tacna, y de allí fue llevado al Centro Agropecuario y Remonta del Ejército de Chipe (CARE Tacna), en el bucólico valle tacneño de Locumba, en una camioneta 4x4 del Ejército, conducido por el suboficial Prado.

En la carretera Panamericana, antes de llegar al puente Locumba, el suboficial rompió el ambiente de silencio y con voz ronca, le preguntó: “A ver, pinche ¿Quién te ha traído?”. 

Elmer estaba más que asustado: sus ojos desorbitados miraban en dirección a los cerros polvorientos, como buscando ayuda; sus manos empezaban a sudar de miedo y sus piernas temblaban. Él no sabía qué era un "pinche". 

-Quien me trajo fue “Conejo”.

Respondió tímidamente, sin perder más tiempo.

-Se pasó de vivo. Todo lo que hace para seguir de vacaciones. Lo “cuadraré” cuando se reincorpore. -Dijo el militar poniendo fin a la breve charla.

Conejo era Luis Eduardo, amigo de Elmer en el barrio Las Palmas del distrito Gregorio Albarracín.  Más tarde, Elmer descubrió que Conejo había negociado su reclutamiento voluntario a cambio de ampliar sus vacaciones por quince días más. En esa época, era normal hacer ese tipo de trueques porque el cuartel estaba-literalmente-vacío.  El número de soldados en la tropa no pasaba de 50.

Después de dos horas, llegó al CARE Tacna, descendió del vehículo y sintió sus pies acalambrados, ni siquiera lograba dar un paso, pero un “pinche” no podía darse el lujo de quejarse, menos delante de un superior que tenía apariencia de maldito.

El suboficial lanzó un gritó rotundo: - ¡Quiero cuatro “pinches” voluntarios!. Y se acercaron corriendo maratónicamente cuatro soldados con cabezas peladas y con rostros atribulados. Les ordenaron descargar del vehículo medicinas, insecticidas e instrumentos para equinos. Obedecieron escrupulosamente  la orden y luego se retiraron en fila de uno, cantando: uno dos, tres cuatro, cuatro tres, dos uno.

Después de unos minutos, ya recuperado, Elmer se dirigió a “la cuadra” (ambiente donde duermen los soldados), abrió la puerta y se reencontró con Samuel, Oscar y Roberto, amigos del barrio Las Palmas- ellos habían llegado un año antes-. En tono de broma, uno de ellos dijo: Tenemos nuevo “perro”; en fin, era su estilo nada cordial de recibir a un recluta. Ese día, Elmer fue bautizado con el apelativo de “Pato”. En adelante, sería llamado pinche Pato.

Los amigos de barrio no fueron los únicos en darle la bienvenida: algunos mosquitos pequeñitos pasaron “rancho de camaradería” perforando su “fresca” piel, hasta succionar su sangre. 

Por la noche, Pato no durmió. Hacía demasiado calor en ese extenso valle con cientos de hectáreas de alfalfa regadas con agua de río. En Locumba se registraba la temperatura más alta de Tacna, en verano, alguna vez llegó hasta los 32 °C.

Cambio de hábitos

Los hábitos de vida de Pato comenzaron a cambiar al siguiente día: Debía levantarse a las 5:00 a.m, para formar con la tropa, bien pulcro; a las 6:00 a.m., tenía quince minutos para tomar su taza de avena con agua y sus dos panes. Luego, otra vez a formar para recibir sus comisiones de trabajo para cumplirlos en el resto del día, junto con soldados de Arequipa, Cusco, Moquegua y Puno. 

Allí conoció a dos buenos militares de quienes rescató su ejemplo: el técnico Balbuena, con bigotes y mirada seria, siempre con su clásico: “No cuento nada y ya están formados”. El técnico Huyhua, estudioso y paternal, le interesaba que el soldado esté preparado académicamente, le caracterizaba su típico: “Estudia carajo, no huevees”.

-Tú no entenderías. Solo los que vivimos esto comprendemos.  Al llegar al CARE Tacna me di cuenta de que el Ejército, lejos de formar soldados para una posible guerra, forma seres humanos capaces de emprender: allí habían griferos, panaderos, mecánicos, albañiles. Los soldados cumplían una “labor empresarial” para el Estado. Más de uno aprendía de cultivos y veterinaria.

En el CARE Tacna, creado en 1950, los técnicos y oficiales del arma de Caballería, junto con la tropa, se dedicaban al cultivo de productos agroindustriales como alfalfa para forraje, cebolla roja de buena calidad y ají páprika para exportarlos a Bolivia y Argentina. También criaban ganado equino para la fuerza operativa del Ejército y para las ceremonias de relevo de guardia como las que se realizan en Palacio de Gobierno. De allí se enviaban caballos para los regimientos de caballería Husares de Junín y Mariscal Domingo Nieto. Más abajo de Chipe-cerca al anexo de Chaucalana-se criaban caballos para la Policía Nacional.

Al cuidado de caballos

El ganado equino estaba distribuido en diferentes anexos, de tal manera que ambos grupos no podían juntarse ni cruzarse en el camino. Los sementales como “Braulio”, eran criados en los boxes.

La tarde del 14 de setiembre del 2000, día de la fiesta del Señor de Locumba, el técnico Huyhua le encargó cuidar a unos 40 potrillos en el anexo de Pedregal. Pato recogió su ración de alimentos en la proveeduría, ajustó las hileras de sus borceguíes y emprendió su viaje para el cumplimiento de su misión. En su mochila de tela llevaba tres kilos de arroz, un kilo de azúcar, conservas de atún, papa, aceite, y harina para sus “cachangas”. La ración debía durar una semana.

Cuando llegó al Pedregal se relevó con otros dos soldados y se instaló en un potrero sobre cultivos de alfalfa, al costado de un árbol de sauce viejo; luego confeccionó una sombra de carrizos para protegerse del sol en los siguientes siete días. Por la tarde, recogió a los potrillos y los guardó en un corral-que eran cerros inseguros-con aspecto de coliseo sin techo. Así dormían los potrillos en el Pedregal, cuidados también por los fieles perros pastores Ruso y Jango.

Esa noche, Pato durmió en la mitad de la pendiente de un cerro, sin una sola pared que lo protegiera del viento. Su cama era la tierra con un colchón delgado, delgadísimo; el techo era el cielo y los focos de luz, las estrellas. El frío helado con neblina lo torturó toda la noche.

Al amanecer, se despertó y pasó “revista” a los potrillos; para su suerte, ninguno se había escapado del grupo. Todo estaba en orden, todo seguía “sin novedad”.

Pato recuerda que ese nuevo día llevaron a los potrillos a otro lugar, a una zona cerca al cuartel, pero también muy cerca a una gruta de casi un metro de alto donde se encentraba una mujer momificada en posición fetal, a quien los soldados llamaban con respeto: “Momia”. Los viajeros la adoraban; cada vez que pasaban por allí, le dejaban velas prendidas, dinero, alimentos…

-Los agricultores de la zona le atribuían milagros, pero también castigos, sobre todo cuando cogían sus cosas. Un día, un amigo se enfermó por robar dinero de la gruta. Los agricultores le recomendaron enmendar su error, y así lo hizo, luego de unas horas de haber regresado el dinero, su salud mejoró. ¿Milagro? Nunca lo supe.

Con ese antecedente, Pato no quería permanecer ni una sola noche cerca a la gruta que albergaba a la “Momia”. Afortunadamente, a unos metros de ese misterioso lugar había un picadero circular donde, finalmente, guardó a los potrillos y se fue a dormir a “la cuadra”, como otras noches. 

Los últimos días

-En enero del 2001, Pato viajó a la capital del Perú, Lima, para postular a la Escuela Técnica del Ejército, pero no ingresó, luego se presentó ante un alto oficial en el Cuartel General y este lo derivó al Centro Agropecuario de Lima, en San Juan de Miraflores; allí conoció al mayor Oscar Rodríguez, cajamarquino de nacimiento, un excelente jefe. Lo último que supo de él-por medio de un trabajador civil- es que llegó a ser jefe del Servicio de Veterinaria del Ejército con el grado de coronel.

Los años transcurrieron rápidamente. Pato terminó la secundaria en colegio del cuartel de Chipe, sin ir a su viaje de promoción que tenía programado en el colegio Jorge Chávez. Le dieron de baja el sábado 21 de junio del 2001 en el Centro Agropecuario Lima, ese mismo día, un terremoto causó daños severos en Arequipa, Moquegua y Tacna, por lo que tuvo que regresar de urgencia a la Heroica Ciudad para ver a sus padres. Tres meses después ingresó a la Universidad Nacional Jorge Basadre con el derecho de gratuidad en la matrícula por haber ocupado el quinto lugar entre los postulantes.

Jamás volvió a ver todos sus hermanos de la promoción junio 99, solo se encontró con “Payaso”  Batista, luego de que este salió del penal Piedras Gordas donde estuvo recluido por su participación en el Andahuaylazo, impulsado por Antauro Humala a principios del 2005. 

Desde el 2002, el CARE Tacna cuenta con el Centro de Entrenamiento de Caballos de Alta Competencia, que es donde los caballos de tres años de edad ingresan al adiestramiento; allí son domados y pasan a un trabajo en un picadero circular, luego son derivados a la manga para una evaluación de salto y predisposición, donde, finalmente, se decide cuál será el empleo del potro o potranca.

-¿Qué sería de los equinos de Chipe sin soldados?

Se preguntó Elmer "Pato" Romero.

Historia:

El  pueblo de Locumba alcanzó su máxima notoriedad en octubre del 2000 cuando el jefe del Grupo de Artillería Antiaérea Nº 501 en el Fuerte Arica, -hoy presidente de la República del Perú-comandante Ollanta Humala Tasso realizó un alzamiento en armas, junto con su hermano Antauro.

Por: Edgar Romero (@romerotac)

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