El éxito de Francisco Sagasti dependerá de la confianza que pueda despertar. Confianza en la calle y en las empresas, pero también en el Congreso y en la clase política.
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El presidente Francisco Sagasti culminó su discurso de inauguración citando uno de los poemas de César Vallejo que solo se publicaron después de su muerte en 1938. Antes de leer a Vallejo, Sagasti había pedido disculpas en nombre del Estado a los jóvenes y había definido los principales lineamientos de lo que será su gobierno transitorio de poco más de ocho meses. Intentando expresar el fondo de sus sentimientos sobre la situación inesperada que estaba viviendo, Sagasti recurrió al más grande de nuestros poetas para dar a la vez emoción y profundidad filosófica a sus palabras:
“Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose, y sin embargo
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…
Comprendiendo que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…
le hago una seña, viene,
y le doy un abrazo emocionado.
¡Qué más da! Emocionado… Emocionado”.
Es poco usual que un dirigente político dedique su tiempo a la poesía y menos aún que le tiemble la voz al leer versos en los que Vallejo desnuda la fragilidad de nuestra especie y lo difícil que nos resulta decir y vivir nuestros afectos. Pero Sagasti es un dirigente que ha entrado a la vida política después de los setenta años y que sabe que su principal tarea es restablecer la confianza y para eso combatir las divisiones, los rencores y el odio que han crecido en nuestro país durante los últimos años.
La política con su cortejo de ambiciones ocultas, mentiras frías y traiciones descaradas no es sino el reflejo de lo que somos como personas y como sociedad. A nuestra desintegración de siempre se han venido añadiendo los múltiples rostros de la corrupción, la precariedad de los partidos y las graves consecuencias de la pandemia: restricciones en la vida diaria, quiebra de empresas, desempleo y pobreza.
Pero Sagasti es también un ingeniero y un intelectual comprometido con la definición de políticas públicas basadas en el conocimiento y en procedimientos racionales. Su lado poético lo ha llevado sin duda a adherir al duelo por los jóvenes manifestantes fallecidos, cuyas familias fueron invitadas a la ceremonia de juramentación. Pero su lado ingenieril lo hizo enumerar las instituciones del Estado cuya independencia requiere ser respetada. Y claro, eran precisamente las que fueron sometidas a presiones del ejecutivo durante el efímero gobierno de Manuel Merino: la televisión pública, la Sunedu, la Procuraduría general, la Unidad de inteligencia financiera.
El éxito de Sagasti dependerá de la confianza que pueda despertar. Confianza en la calle y en las empresas, pero también en el Congreso y en la clase política, que quizás cada día pensará menos en lo que le conviene al país y más en lo que conviene electoralmente a sus respectivos partidos. La primera gran iniciativa del nuevo presidente será la formación de su gabinete ministerial. Se nos ha dicho que será de “ancha base”, es decir que incluirá ministros de orientaciones diferentes. Algunos temas están ya planteados: el sistema de pensiones, el presupuesto general, el licenciamiento de universidades.
¿Aprobará el congreso las iniciativas del Ejecutivo o viviremos un nuevo capítulo del enfrentamiento entre poderes? Si predomina lo segundo, Sagasti podrá volver a leer a Vallejo:
“¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!”
Las cosas como son
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