El legado delincuencial de Pedro Castillo, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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Uno de los aspectos más sórdidos del legado de Pedro Castillo es haber rebajado la política a niveles en los que prevalece la mentira, la búsqueda de impunidad y el hampa. Desde comienzos de su mandato, supimos que desatendía la función pública designando ministros y funcionarios sin idoneidad ni garantías éticas. Al mismo tiempo intentó elaborar una narrativa victimista, tratando de apoyarse en la crítica a las elites y el malestar generado por la desigualdad. Desde que se habló de compra de ascensos en la Policía, se hizo patente que Castillo era capaz de poner en riesgo la seguridad ciudadana. Cada día que pasa se producen nuevas revelaciones sobre las personas del entorno de Castillo, es decir aquellas en las que confió para ejecutar sus planes ocultos y blindarse. La Fiscalía tendrá que discernir qué hay de verdad en los testimonios de dos ex comandantes generales de la Policía, Raúl Alfaro y Luis Vega Llerena. El segundo ha relatado en RPP la manera como el ex ministro Juan Silva se libró de ser capturado en Puente Piedra, gracias a la traición de un agente del sistema de inteligencia. También avanzamos en el conocimiento de la clandestinidad del sobrino presidencial, Fray Vásquez, quien habría sido cobijado por Jorge Hernández, alias El Español, el mismo que se reunía con los citados comandantes generales. Pese a la experiencia negra con Montesinos, El Español, joven extranjero de 32 años, parece haber ejercido, gracias al respaldo de Pedro Castillo, un poder determinante en la Policía. Pero hubo oficiales que aseguraron el honor de la Policía: los miembros del equipo especial para investigar la corrupción en el poder. Que haya podido sobrevivir y actuar, pese a la hostilidad de Castillo, prueba que a veces bastan algunos justos para impedir que el Estado termine en manos de una mafia.

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