Teresa Partearroyo, Universidad CEU San Pablo; Ana Maria Puga Giménez de Azcárate, Universidad CEU San Pablo; Ana Montero Bravo, Universidad CEU San Pablo; Gregorio Varela Moreiras, Universidad CEU San Pablo; Maria de Lourdes Samaniego Vaesken, Universidad CEU San Pablo y Mar Ruperto López, Universidad CEU San Pablo
La Organización Mundial de la salud (OMS) define la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de grasa corporal que implica riesgos para la salud y que ha alcanzado proporciones epidémicas.
Los datos epidemiológicos sugieren que tanto la incidencia como la prevalencia de sobrepeso y obesidad siguen una tendencia creciente. De hecho, para el 2030 se prevé que 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 7 hombres presentarán obesidad (IMC ≥ 30kg/m²), lo que equivale a más de mil millones de personas a nivel mundial.
Tradicionalmente, la obesidad se ha definido a partir de un parámetro universal: el índice de masa corporal (IMC). Este relaciona el peso corporal (en kilogramos) con el cuadrado de la estatura (en metros). De acuerdo con el IMC, y siguiendo los criterios de la OMS, se define el sobrepeso cuando este indicador es igual o superior a 25 kg/m² y la obesidad cuando es igual o superior a 30 kg/m².
Los atletas no están obesos, aunque su IMC sea elevado
Aunque el IMC es un parámetro muy utilizado para clasificar el peso corporal, no está exento de limitaciones. Entre otras cosas porque no distingue entre la masa muscular y la masa magra (es decir, la que no es grasa). Además, esta última también puede variar considerablemente entre individuos de la misma talla.
De hecho, las personas con una alta proporción de masa muscular, como los atletas, pueden ser clasificadas erróneamente de sobrepeso u obesidad según el IMC. Por el contrario, un IMC bajo puede deberse a una insuficiencia de masa magra y muscular.
Conviene recordar que durante el envejecimiento aumenta la masa grasa porcentualmente, mientras que se produce progresivamente una pérdida concomitante de masa magra y de densidad mineral ósea asociada a la edad, la inactividad física y las limitaciones funcionales. Por tanto, este indicador no es adecuado para el diagnóstico de obesidad, especialmente cuando la pérdida de masa ósea hace que, para el mismo IMC, una persona joven tenga menos grasa que el adulto mayor.
Además, estos datos pueden no ser igualmente válidos en función de la raza y etnia. Concretamente, los grupos étnicos difieren en la complexión y en la longitud relativa de las piernas (altura relativa al sentarse), lo que también tiene un impacto en la fiabilidad del IMC para poder considerarlo como un parámetro universal.
Evaluar la obesidad mediante diversos indicadores
Cuantificar la prevalencia del sobrepeso y la obesidad depende de qué medidas usemos. Por eso no es baladí reflexionar sobre los indicadores.
Los puntos de corte mencionados –sobrepeso cuando este indicador es igual o superior a 25 kg/m² y obesidad cuando es igual o superior a 30 kg/m2– son aplicables sólo a adultos sanos. De hecho, algunos autores establecen puntos de corte diferentes para los distintos grupos de edad, aumentando el punto de corte para exceso de peso a medida que envejecemos, aunque todavía no hay consenso científico sobre este criterio.
Sin embargo, la evaluación de la obesidad infantil está determinada principalmente por el percentil del IMC para evaluar el crecimiento y desarrollo en la población pediátrica. En consecuencia, se han desarrollado tablas percentiladas del IMC en niños y niñas que se utilizan indistintamente tanto a nivel nacional como internacional. De hecho, actualmente se recomienda que, en ausencia de un consenso ampliamente compartido, en los estudios de prevalencia se consideren diversos valores de referencia. Entre ellos el del International Obesity Task force (IOTF) o el propuesto por la (Fundación Orbegozo), además de los valores de referencia de la OMS, anteriormente mencionados.
No importa solo si hay grasa, también debemos identificar dónde
Otro hecho que debemos tener en cuenta es que el IMC no es capaz de proporcionar información sobre la distribución de la grasa corporal. Esto plantea un problema porque que la grasa, cuando se ubica alrededor de los órganos vitales, supone un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular y, de manera más amplia, el síndrome metabólico. Algo que no ocurre si sólo se acumula en la zona de los glúteos.
En este sentido, contamos con los resultados de una revisión sistemática que incluye datos de más de 300 000 individuos de diversas poblaciones en todo el mundo. Su conclusión principal es que usar índices complementarios y alternativos que evalúan la adiposidad abdominal, la circunferencia de la cintura y la relación entre cintura y talla permite discriminar el riesgo cardiometabólico relacionado con la grasa corporal.
Además, los análisis concluyen que la relación entre cintura y talla tiene un mayor poder discriminatorio que la circunferencia de la cintura. Por lo tanto, ante la falta de consenso y las limitaciones del IMC, se recomienda utilizar el porcentaje de grasa corporal medida por bioimpedancia, un método seguro, económico, preciso y no invasivo que proporciona datos sobre la composición corporal de una persona. Consiste en una corriente eléctrica de bajísima intensidad que recorre el organismo permitiendo valorar su resistencia, que está inversamente relacionada con la masa magra.
También se puede hacer una estimación de la grasa subcutánea en los pliegues cutáneos, siempre que sea posible, aunque puede no ser factible debido a la falta de equipamiento (impedanciómetros o plicómetros).
No obstante, el IMC se sigue empleando a nivel poblacional e individual ya que es un método rápido, de fácil de aplicación y de bajo coste. En este sentido, ante las limitaciones del IMC, podrían utilizarse medidas alternativas, como las mencionadas anteriormente, para identificar la adiposidad de tipo central como predictores aceptados de riesgo cardiometabólico y mortalidad en la población.
Los estudios sugieren que son más específicos que el IMC y que tienen mayor robustez científica para predecir el riesgo de enfermedad cardiovascular. Como vemos, la búsqueda de herramientas diagnósticas sencillas, válidas y de bajo coste es un reto que debe continuar.
Teresa Partearroyo, Profesor Titular de Nutrición y Bromatología, Universidad CEU San Pablo; Ana Maria Puga Giménez de Azcárate, Profesora Adjunta de Nutrición y Bromatología, Universidad CEU San Pablo; Ana Montero Bravo, Profesora Titular. Grupo USP-CEU de Excelencia “Nutrición para la vida (Nutrition for life)”, ref: E02/0720, Departamento de Ciencias Farmacéuticas y de la Salud, Facultad de Farmacia, Universidad San Pablo-CEU, CEU Universities, Universidad CEU San Pablo; Gregorio Varela Moreiras, Catedrático de Nutrición y Bromatología, Universidad CEU San Pablo; Maria de Lourdes Samaniego Vaesken, Profesora Adjunta, Universidad CEU San Pablo y Mar Ruperto López, Nutrición, Universidad CEU San Pablo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.