La idea de despedirnos es triste y, a veces, dolorosa. Vemos en el aeropuerto a familias que van tan cerca cómo es posible a la puerta de ingreso a migraciones, para robarle tiempo al tiempo y besar, abrazar y despedir al ser querido antes de la partida.
En esta escena, quienes se encaminan al avión deberán mirar adelante y enrumbarse a su nuevo destino. En la medida que sean capaces de abrazar este viaje, serán capaces de encontrar lo bueno en lo diferente, el aprendizaje en los desafíos e integrar su historia en su nuevo destino para construir su nueva realidad.
Algo parecido me ha tocado vivir con un cliente, cuya marca con 8 años de presencia en nuestro país, ha sido adquirida por una cadena bastante más grande para su internacionalización. He tenido la fortuna de acompañar el crecimiento de esta empresa desde sus inicios y he visto cómo sus líderes se preocupan honestamente por las personas. Las principales conversaciones con sus gerentes no han sido sobre el resultado o la estrategia, sino sobre situaciones particulares en las relaciones y las interacciones entre los equipos. Los líderes conocen el nombre de cada uno de los colaboradores (son casi 200) y saben cuándo alguno está viviendo un desafío personal. Detalles como estos han sido componentes fundamentales para la generación del sentido de pertenencia de los colaboradores que trajo como consecuencia el crecimiento de la organización.
Esta semana hemos creado momentos para despedir al nombre de marca que los acogió durante 8 años y darle la bienvenida a la nueva marca internacional. Los colaboradores compusieron una canción de despedida y bienvenida, crearon ofrendas de gratitud que -de la mano de una chamana- fueron lanzadas al mar. Han sido días muy intensos en los que tuve la oportunidad de conversar sobre los temores y expectativas de los miembros del equipo.
Es en este contexto en el que me animo a escribir este post, porque desde una posición externa he podido aprender dos cosas muy valiosas de esta empresa y su proceso de despedida y bienvenida, que quería compartir:
- El Poder del Equipo: Al recordar los principales desafíos vividos, todos sin excepción, reconocieron que nunca hubo un problema más grande que el equipo. La jefe de operaciones comentó cómo hace dos años, cuando se abrió la competencia directa, muchos de los miembros de su área se fueron, sin embargo, nunca estuvo sola. Sus colegas (otros jefes) no solo la comprendieron, sino que (según sus propias palabras), se remangaron la camisa para apoyarla y cubrir sus requerimientos.
- El Poder de la Comunicación: El equipo reconoció que, si bien no tenían claridad de lo que pudiera venir, se sentía tranquilo pues siempre se habían respondido sus dudas. Uno de los colaboradores compartió una experiencia particular, que en su área habían empezado a surgir rumores sobre despidos y que su coordinador al tomar conocimiento de ello convocó al jefe a una reunión del área para absolver dudas, conversar y reducir las ansiedades propias del cambio.
Nuestro entorno profesional nos ha enseñado que no debemos involucrarnos emocionalmente, sin embargo, esta negación solo causa dolor y estrés. Este proceso de despedida y cambios me permitió comprender la teoría de Brown cuando dice que “la vulnerabilidad permite el nacimiento de la conexión y el camino hacia el merecimiento”. Escuchar a la gerente decir cosas como “yo tampoco lo sé”, ver al gerente de seguridad -un marino fornido y serio- llorar en la despedida, escuchar a los jefes reconocer sus temores y, a partir de ello, crear los espacios de contención del equipo y para el equipo han sido regalos que jamás olvidaré.
La vulnerabilidad es un acto de coraje, nos equivocamos en el esfuerzo de reprimir los sentimientos para demostrar fortaleza y poder. Brown en su investigación, demuestra que se requiere valor para permitirnos ser vulnerables. Cuando tenemos el coraje de demostrar nuestra vulnerabilidad ante nuestro equipo, conectamos directa y profundamente con nuestro ser más auténtico. Y, al hacerlo, somos capaces de poner en valor nuestras fortalezas, aquellas que necesitamos para salir adelante, tener seguridad y ser más felices.
Resulta evidente que negar la emocionalidad ante un desafío no funciona. Atrévete a ser tú mismo en todo tu esplendor: tus fortalezas y capacidades, así como tus defectos e inseguridades. Solo así podrás comprender y conectar con tu verdadera fuerza interior.
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