Cuando converso sobre las pérdidas que hemos vivido durante la pandemia, suelo encontrar respuestas muy similares: “No puedo quejarme”. “Soy uno de los pocos afortunados”. “Debo estar agradecido” Y claro, es evidente que están comparando su pérdida con millones de muertes ocurridas en el mundo, por lo tanto, resulta difícil reconocer y validar el dolor asociado a las pérdidas menores.
Todos hemos perdido en este proceso. Perdimos tiempo de calidad en familia, conexión con los amigos, trabajos. cancelaciones de viajes, postergaciones de bodas y celebraciones. Es obvio que, si jerarquizamos el dolor, todo esto pareciera poca cosa al compararlo con la pérdida de vidas humanas. Sin embargo, es importante tomar nuestro derecho a estar en duelo. Reconocer y transitar cada pérdida sin juzgarla como inválida o exagerada es la única forma de transitar el dolor de una manera sana.
Durante la pandemia, mi esposo y yo tomamos la decisión de cambiar de colegio a nuestra hija. El idioma en el que eran las clases, las implicancias económicas y varios otros desacuerdos con la forma en la que se gestionaron las cosas, nos hicieron tomar la decisión de trasladarla (recién iniciado el segundo grado de primaria) a otro colegio con el que nos sentíamos más a gusto. Hoy, dos años después de esta decisión, me reafirmo en que fue la decisión correcta pues mi hija no solo está integrada, sino que siempre comenta que su nuevo colegio le encanta.
Mi esposo y yo seguimos siendo amigos de las familias maravillosas que conocimos en el colegio anterior y haciendo planes sociales con ellos. Cada vez que nos vemos y escucho lo que comparten respecto del colegio, siento esta tristeza profunda porque ya no soy parte activa de esa comunidad y mi hija se está perdiendo de esas cosas. Entonces, vuelvo a cuestionar la decisión tomada.
Si bien tengo claro que todo cambio trae consigo una pérdida implícita, no me había dado cuenta hasta hace unas semanas que, por cuidar el dolor de mi hija, yo no me había dado la licencia de vivir mi propio duelo. Cada vez que me preguntan por el cambio, respondo: “es la mejor decisión que pudimos tomar”. Y si bien estoy convencida de ello, esta convicción no me quita el dolor. El hecho de reconocer que yo también perdí y que no me di el tiempo de trabajar mi propio duelo, me llevó a investigar y a escribir este artículo que hoy comparto.
El principal aprendizaje que me dejó este proceso es el reconocer que el dolor es tuyo, y no está bien que lo niegues o compares con el de otros. Efectivamente, yo decidí hacer el cambio. De otro lado, esta perdida no es cómo perder a una persona y, por lo tanto, no existe un ritual para ese duelo. Pero es una tristeza y como tal, necesito darle un buen lugar en mi corazón, reconociéndola para poder gestionarla.
Esta aflicción que pocas veces es validada tiene un nombre y se llama: “Duelo sin Derechos” y ocurre cuando vivimos pérdidas menores, como la pérdida del trabajo, el diagnóstico de una enfermedad, la extirpación de una parte del cuerpo, la muerte de una mascota, tiempo u oportunidades perdidas y un sinfín de etcéteras. Según explica el Doctor Kenneth Doka, especialista en duelos, la frase más común es “No tengo derecho a llorar”.
Ahora que sabemos que esto que sentimos tiene un nombre, entonces, lo podemos gestionar de mejor manera. A continuación, propongo unas pautas que me ayudaron en mi propio proceso y que espero sean de utilidad.
VALIDA LA PÉRDIDA. Legitima de tu propio duelo. Solo reconociendo la valía de tu dolor puedes dar los primeros pasos para afrontarlo de manera más sana y respetuosa.
¿Qué emoción estoy viviendo en este proceso? ¿Cuál es el impacto que esta pérdida dejó en mí?
BUSCA APOYO. Solemos sufrir en silencio, justamente porque creemos que no tenemos derecho a estar tristes. Acudir a un terapeuta, o conversarlo con personas cercanas es un paso importante para afrontarlo. Cuando hablamos y explicamos lo que estamos viviendo, es como ir poniendo sobre la mesa la piezas de un rompecabezas para empezar a darle forma.
¿Quiénes me pueden ayudar a transitar este proceso? ¿Con quién puedo hablar sobre lo que siento?
DESPÍDETE. El dolor por una pérdida carece de sentido lógico y los rituales forman parte de la búsqueda de significado. Crea un ritual que honre tu pérdida. Escríbele una carta a esos amigos que dejaste de ver. Entierra la piedra del lugar donde sería esa fiesta que no pudo ser y agradécele por la ilusión que te causó. Quema esos boletos de avión que no pudiste usar y despídete de ese viaje que no ocurrió. Busca tu propia forma de dejar ir lo que no fue, para abrazar lo nuevo. El ritual puede ser en privado, no tiene que ser compartido, pero si te sugiero que lo hagas en voz alta.
¿Qué acciones puedo tomar para despedir lo que fue? ¿Qué ritual podría ayudarme?
GRATITUD. Date la licencia de estar triste, no te obligues a estar “normal” o contento. Llora si sientes la necesidad, pero no te quedes ahí. Busca cosas que agradecer cada día y encuentra pequeños momentos de alegría que se conviertan en tu bocanada de oxígeno para avanzar.
¿Qué es aquello que tengo que agradecer en mi vida? ¿Qué es aquello que me calma y me da felicidad?
Tengo que reconocer que escribir este artículo ha sido catártico en muchos sentidos. Te agradezco por haber leído hasta aquí y te propongo que hagas todo o alguna de estas pautas que me están ayudando a mí. Finalmente, quisiera compartir una frase de Henry Wadsworth que dice “no hay duelo que no hable” para concluir con una pregunta que podría aportar en tu proceso: ¿Qué es aquello que busca decirte tu dolor? ¿Qué necesitas hacer o dejar de hacer para transitar tu duelo de una mejor manera?... y con estas respuestas claras, a llorar se ha dicho!!!
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