Esta semana la atención del país se trasladó a Ica: a las protestas de trabajadores del sector agroexportador que buscan la derogatoria de una ley que reduce sus derechos laborales.
Un lado argumenta que el régimen laborar agrario – y su implementación- es la versión moderna de la explotación del siglo XIX. Que, en todo caso, el régimen ya cumplió su propósito: el sector agroexportador peruano ya está bien encaminado. Es hora de eliminar ese beneficio – que además lo pagan los más pobres- y que los empresarios del sector bailen con su propio pañuelo.
El otro lado argumenta que ese régimen no ha sido explotador – que ha generado trabajo pleno. Que los trabajadores del sector ganan más de lo que dicen ganar – el problema son los informales. Además, el sector todavía necesita incentivos y beneficios. No es hora de eliminar régimen laboral.
En aras de la transparencia, yo estoy del lado de los primeros. Considero que los regímenes especiales son discriminadores (ya sea para jóvenes, agricultores, etc.) y, en este caso en particular, injustos (los que pagan el beneficio son justamente los que menos tienen).
Pero me ha parecido interesante cómo ambos lados han usado evidencia para intentar defender sus posiciones.
Esta semana circularon dos gráficos:
El primero es de Hugo Ñopo de GRADE. Ñopo compara la evolución de las exportaciones agrícolas con el salario de los trabajadores del mismo sector. La diferencia es clara. Mientras que la primera muestra un crecimiento acelerado la segunda se mantiene relativamente inflexible al alza. Unos han ganado más que otros, argumenta.
El segundo es de Pablo Secada con un análisis del IPE. Secada compara las remuneraciones de trabajadores asalariados. Incluye en el gráfico al promedio nacional – que es muy similar al de los trabajadores formales en el sector agrario y agroindustrial – y al total del sector agrario industrial – que está muy por debajo del promedio nacional. Concluye que las remuneraciones formales del agro y la agroindustria son 80% mayores de las informales.
Ambos tienen razón.
Pero el gráfico de uno ha sido usado para defender la necesidad de derogar la ley y el gráfico del otro para defender la ley tal y como está.
Esa es la naturaleza de la evidencia.
El análisis que Ñopo y Secada hicieron de la data – ambos seguramente tienen acceso a la misma data; ambos usaron data oficial – está sesgado por sus objetivos comunicacionales y, ciertamente, por sus posiciones ideológicas. Nada de esto está mal.
El uso de ese análisis también se ve afectado por intereses, posiciones y preferencias ideológicas. Esto es perfectamente razonable.
Cuando pensamos en la importancia de la evidencia para la toma de decisiones a veces imaginamos un mundo en el que no habría discrepancias. Si la “evidencia manda” los intereses políticos o privados y las posiciones ideológicas no tendrán lugar. Esto no es verdad. La evidencia es un insumo más en el proceso de formación de argumentos de política pública. Y es el insumo más débil. El dato se presta a todo.
Entonces, hacemos bien en no compartir un gráfico desconectado de su contexto. Hacemos bien en incluir en nuestra aprobación por un análisis nuestros propios sesgos, posiciones y objetivos. Hacemos bien en usar la data para encontrar puntos de encuentro entre posiciones supuestamente opuestas.
Comparte esta noticia